El comienzo es uno de los momentos claves de un texto literario. Prueba de esto es que si lo intentamos, seguramente podremos recordar muchos más comienzos que finales de cuentos y novelas. Pero además, el comienzo reúne características únicas y cruciales; las decisiones que se tomen ahí afectarán al resto de la obra. Por supuesto que el comienzo no siempre coincide con lo primero que escribió el autor. Julio Cortázar solía contar que empezó su novela Rayuela al poner en palabras aquella inolvidable imagen de una mujer (Talita) suspendida sobre un tablón extendido entre dos ventanas en la que dos hombres (Oliveira y Traveler) la alentaban a seguir y retroceder. De ahí fue hacia atrás (y hacia delante y hacia arriba y hacia abajo (porque escribía Rayuela) hasta dar con el recordado comienzo de la novela: “¿Encontraría a la Maga?”, pregunta que se multiplicaba en la mente del lector (¿quién era la Maga? ¿y quién la buscaba?). En este inicio está ejemplificado una de las principales funciones del comienzo: hacer que el lector se haga preguntas (o al menos instalar una pregunta en la mente del lector). Si el lector se formula una pregunta seguirá leyendo hasta encontrar la respuesta.
Pero si bien para el autor el texto puede empezar por cualquier parte, para el lector comienza siempre con la primera oración. Como afirma David Lodge: “el comienzo de una novela es un umbral que separa el mundo real que habitamos del mundo que el novelista ha imaginado”. A menudo pensamos que la lectura es una actividad pasiva y ociosa, pero, por el contrario, leer implica mucho esfuerzo y compromiso por parte del lector, ya que hay mucha información que asimilar: nombres y roles de personajes, sus relaciones recíprocas, ubicación en tiempo y espacio y muchas otras tareas más. El lector suele estar dispuesto a hacer ese esfuerzo a lo largo de algunas páginas, pero si siente que no vale la pena, lo más probable es que vuelva a cruzar el portal en sentido contrario y elija otro libro.
En verdad un gran comienzo es aquel que se funde con la obra al punto de que ya no podamos imaginárnosla empezando de otra manera (aunque podría haber comenzado de otras mil formas distintas). Aquí observamos otra característica de un comienzo bien logrado y es que anticipa el tono del texto (las decisiones estilísticas que ha tomado el autor). En algunos casos el comienzo también nos da claves de interpretación e incluso puede anticipar la trama de la obra, aunque lo hace de un modo tan cifrado que tendremos que leerla completa para acabar de comprender ese párrafo inicial.
La pregunta de hasta dónde se extiende el comienzo es también materia inagotable de discusión. ¿La primera línea? ¿El primer párrafo? ¿La primera página? ¿El primer capítulo? No existe una regla general, dependerá de cada caso en particular e incluso puede que el comienzo haya sido suprimido, como veremos a continuación. En todo caso yo diría que el hecho de que no podamos separar el inicio del desarrollo es indicio de que estamos ante un buen comienzo.
Afirmar que el comienzo debe “atrapar al lector” es una verdad de perogrullo. La pregunta sería cómo y este interrogante tampoco tiene una respuesta única y acabada. Lo cierto es que en literatura (por fortuna) no existen fórmulas o recetas. Pero sí podemos enumerar algunos tipos de comienzos. Esta, como toda clasificación, será incompleta y arbitraria, pero al menos nos dará una idea de algunas posibilidades que se han ensayado con éxito en la historia de la literatura.
Tipos de comienzos
- Había una vez. Por simple o infantil que parezca, el “había una vez” sintetiza el comienzo perfecto: aquel que nos remite a otro tiempo y otro espacio (el de la ficción) para llevarnos directamente hacia allá mediante el conjuro de esa frase. El “había una vez” es una petición de principios para la ficción, una contraseña para pasar a otra dimensión y de alguna manera sigue operando, tácito, mudo, detrás de todos los comienzos. En su forma adulta y explícita, es común verla reducida al “había” o el “hubo”.
- Por el principio. Empezar por el principio implica hacer coincidir el inicio de la historia con el de su relato, es decir, que nada en absoluto (o significativo) ha sucedido antes. Por supuesto, el ejemplo más célebre de esta forma de presentar un relato es “En el principio, fue el verbo”, de la Biblia.
- La promesa. En este caso el comienzo le promete algo al lector, cuanto mayor la promesa, mayores la posibilidades de “enganchar” a quien lee, pero también mayores las posibilidades de frustrar sus expectativas. Un clásico de este tipo de comienzo es el de la novela El buen soldado, de Ford Madox Ford: “Esta es la historia más triste que jamás he oído”.
- In media res. Que en latín significa “en la mitad de la cosa”. Es el caso cuando la historia ya parece haber comenzado y el lector es introducido a ella de golpe. Este efecto generalmente se logra comenzando el relato en mitad de una conversación, como en el diálogo con que se abre El beso de la mujer araña, de Manuel Puig.
- La reflexión filosófica. Dar inicio a una historia a través de una reflexión tiene la ventaja de poner al lector a pensar y la desventaja de distraerlo de la acción (o de que la reflexión supere su entendimiento). La reflexión puede sintetizarse en una línea: “Cuando un imbécil se ha vuelto prescindible para sí, íntimamente se sabe prescindible para los otros”, como anota Fogwill al comienzo de un relato titulado, justamente “Reflexiones”, o extenderse a lo largo de un párrafo, como en el inolvidable comienzo de “El Aleph”, de Jorge Luis Borges:
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
- Con una autopresentación del narrador. “Pueden ustedes llamarme Ismael”, o “Llámenme Ismael” (Call me Ismael) inaugura Moby Dick de Herman Mellville.
- Una larga descripción del lugar donde transcurren los hechos. Se trata de construir una “puesta en escena”. Este tipo de comienzo fue muy utilizado en la novela realista del siglo XIX. Ahora se encuentra en desuso porque requiere otro tiempo de lectura, mucho más paciente y reposado, y presenta a través de palabras la imagen de un lugar a la que el lector puede acceder más rápido y mejor mediante otros medios. De los cientos de ejemplos a la mano, evoquemos el de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry:
Dos cadenas montañosas atraviesan la República, aproximadamente de norte a sur, formando entre sí valles y planicies. Ante uno de estos valles, dominado por dos volcanes, se extiende a dos mil metros sobre el nivel del mar la ciudad de Quauhnáuac.
- Poniendo al personaje en peligro desde la primera línea. Un clásico del thriller y la novela de aventuras. Arturo Pérez Reverte desafía al lector de La reina del sur a que suelte el libro después de esta oración inicial: “Sonó el teléfono y supo que la iban a matar”.
- Con una “historia marco”. En este caso se trata de un breve relato acerca de cómo se descubrió la historia principal y que suele recrear la tradición arcaica de la literatura oral. Los comienzos de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad u Otra vuelta de tuerca de Henry James son ejemplos magistrales de esta variante.
- El metacomienzo. Es decir, con un comienzo conciente de sí mismo: “Está usted a punto de empezar a leer la novela de Ítalo Calvino, Si una noche de invierno un viajero”, escribe Ítalo Calvino al comienzo de su novela Si una noche de invierno un viajero.
- Creando suspenso. En este caso, se trata de que el lector, desde el inicio, se pregunte qué va a pasar. Los suicidas, de Antonio Di Benedetto, se presenta de esta manera:
Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde.
Tenía 33 años.
El cuarto viernes del mes próximo yo tendré la misma edad.
- Empezar por el final. La historia comienza por su conclusión y la motivación de la lectura será para el lector averiguar cómo se llegó hasta ahí. “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”. Imposible abstenerse de citar el comienzo de Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez
- Creando misterio. Este recurso consiste en que no se entienda lo que está sucediendo. El texto invita al lector a seguir leyendo para que pueda comprender cuál es la historia que se le está contando. Es una apuesta riesgosa, porque se debe equilibrar la información para que el lector pueda entender algo que le permita avanzar (si el texto es un sinsentido y no se entiende nada, probablemente abandone la lectura) y no contar tanto como para que el misterio sea develado. Suele ser una variante del comienzo “in media res”. El desconcertante principio de la excelente novela Distancia de rescate de Samanta Schweblin consiste en un gran ejemplo de esta técnica.
- Varios comienzos juntos. ¿Y si un texto empezara muchas veces mediante la combinación de distintos tipos de principios? A priori diría que no lo intenten en sus casas (ni en sus textos) y sin embargo es el caso de El evangelio según Van Hutten de Abelardo Castillo, uno de mis comienzos preferidos de la literatura argentina. Los desafío a que lo lean y cuenten cuántas variantes distintas de las que acabo de enumerar encuentran en esas primeras dos páginas.
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