El contrato de lectura de la crónica: entre la autobiografía y el periodismo

Expuesto en las 6tas jornadas de jóvenes investigadores realizadas en el Instituto de Investigaciones Gino Germani el 10, 11 y 12 de noviembre de 2011.

Resumen

El presente trabajo se propone como una indagación en el género de la crónica periodística a partir del cruce que éste opera entre el discurso referencial del periodismo y la puesta en juego de una subjetividad propia de los géneros autobiográficos. Dado que podemos considerar a la crónica como un género híbrido, que se sitúa en las fronteras lábiles del periodismo y la literatura, se lo estudiará poniéndolo en relación con los pactos de lectura que instauran el discurso autobiográfico y el periodístico, a partir de los avances teóricos de autores como Philippe Lejeune, Jean-Philippe Miraux, Michel Foucault y Paul De Man, entre otros dedicados al estudio del género autobiográfico y Eliseo Verón y Stella Martini entre los que abordaron el contrato de lectura periodístico. El objetivo del trabajo será avanzar hacia el discernimiento de un contrato de lectura propio del género crónica, a partir del cual estos textos construyen un verosímil propio, vinculado tanto con la referencialidad de su discurso como con la construcción de la mirada subjetiva de su autor.

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Publicación en línea: http://webiigg.sociales.uba.ar/iigg/jovenes_investigadores/6jornadasjovenes/EJE%205%20PDF/eje5_idez.pdf

La crónica en la encrucijada de la subjetividad: periodismo, autobiografía y literatura

Expuesto en el III Congreso Internacional “Cuestiones Críticas” realizado en Rosario el 24, 25 y 26 de abril de 2013.

Resumen

El presente trabajo se propone como una indagación en el género de la crónica periodística a partir del cruce que éste opera entre el discurso referencial del periodismo y la puesta en juego de una subjetividad propia de los géneros autobiográficos. Dado que podemos considerar a la crónica como un género híbrido, que se sitúa en las fronteras lábiles del periodismo y la literatura, se lo estudiará poniéndolo en relación con los pactos de lectura que instauran el discurso autobiográfico y el periodístico, a partir de los avances teóricos de autores como Philippe Lejeune, Jean-Philippe Miraux, Michel Foucault y Paul De Man, entre otros dedicados al estudio del género autobiográfico y Eliseo Verón y Stella Martini entre los que abordaron el contrato de lectura periodístico. El objetivo del trabajo será avanzar hacia el discernimiento de un contrato de lectura propio del género crónica, a partir del cual estos textos construyen un verosímil propio, vinculado tanto con la referencialidad de su discurso como con la construcción de la mirada subjetiva de su autor.

Palabras clave: Crónica – Contrato de lectura – Autobiografía – Periodismo

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Publicación en línea: http://www.celarg.org/int/arch_publi/idez_arielcc.pdf

El debate entre poetas neobarrocos y objetivistas desde el enfoque de la teoría crítica

Presentado en las X jornadas de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, julio de 2013.

Resumen

El presente trabajo se propone indagar en un debate que se suscitó en el campo de la poesía argentina a mediados de los ochenta y principios de los noventa entre dos corrientes estéticas que denominaremos como neobarrocos y objetivistas. El objetivo que nos proponemos es tomar algunos de los lineamientos de ese debate para ponerlos en relación con las distintas perspectivas sobre el arte de algunos de los autores de la Escuela de Frankfurt, principalmente Theodor Adorno, Walter Benjamin y Herbert Marcuse. Asimismo, procuraremos incorporar a nuestro análisis los aportes de autores posteriores, cuya elaboración teórica es prácticamente contemporánea al debate estudiado, y que se encuentran vinculados a los planteos de la teoría crítica, como Frederic Jameson. Para esto, describiremos brevemente las características principales de cada uno de los movimientos para detenernos con más detalle en el debate que entablan las dos corrientes y su puesta en relación con los planteos de los autores mencionados.

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Publicación en línea: http://cdsa.aacademica.org/000-038/766.pdf

“Querida, vuelvo otra vez a conversar contigo”: las crónicas literarias de Manuel Puig

Publicado en en Argus-a Artes y Humanidades, Vol II edición Nº 9, julio 2013. ISSN: 1853-9904.

Resumen

El propósito de este trabajo será trazar en líneas generales algunos de los atributos de Manuel Puig en su rol de cronista en medios gráficos. Para esto se utilizará como corpus sus dos recopilaciones de artículos periodísticos: Estertores de una década, Nueva York ’78 y Bye-Bye, Babilonia. Algunos de los ejes que orientarán este análisis remiten a las estrategias de narrador que construye Puig en sus crónicas, a los recursos literarios que “importa” de su narrativa hacia sus textos periodísticos, al tipo de discurso al que apela, al lector que construye en sus artículos y al contrato de lectura que presenta. Consideramos que el estudio de un autor como Puig, que en su narrativa problematizó algunas instancias de poder dentro del discurso literario (subjetividad, originalidad, estilo [cf. Alan Pauls]) puede ser más que interesante para abordar el cruce que propone la crónica, siempre en la frontera entre literatura y periodismo y evaluar en qué medida Puig pone en tensión y desarticula algunas de las reglas de la crónica para aportarle una nueva dimensión a este género.

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Publicación en línea: http://www.argus-a.com.ar/publicacion/386-querida-vuelvo-otra-vez-a-conversar-contigo-las-cronicas-literarias-de-manuel-puig.html

Un nuevo modelo intelectual para el campo cultural argentino: El surgimiento de la revista Sitio

Publicado en la Revista Afuera. Estudios de crítica cultural, en el número XIII, Ciudad de Buenos Aires. ISSN: 1850-6267.

Resumen:

El presente avance de investigación se articula alrededor de la revista Sitio, fundada en 1981 y dirigida por Ramón Alcalde, Jorge Jinkis, Eduardo Grüner y Luis Gusmán. Se tomará el primer número de la publicación como eje para indagar la reconfiguración del campo intelectual argentino sobre el final de la dictadura y el comienzo de la transición democrática. La ponencia procurará reconstruir los debates que se suscitaron en las páginas de la revista y su relación y posicionamiento en relación a otras importantes publicaciones del período como Punto de vista o Controversia en lo que consideramos una etapa clave en la forja de un nuevo tipo de intelectual ante la crisis que provoca la caída del modelo de intelectual revolucionario y comprometido de los años setentas.

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Publicación en línea: http://www.revistaafuera.com/articulo.php?id=283&nro=13

“Eso fue lo que ella dijo”. Representación, ficción y realidad en Jogo de cena (de Eduardo Coutinho)

Publicado en la Revista Imagofagia  (Revista de la Asociación Argentina de Estudios de Cine y Audiovisual) Número 9. ISSN: 1852-9550.

Resumen

El documental Jogo de cena, de Eduardo Coutinho, propone asistir al testimonio de una mujer que cuenta un aspecto o historia de su vida y a una actriz que la interpreta, sin aclarar al espectador quién es quien. A partir de este procedimiento Coutinho explorará distintas variantes para producir una inquietante reflexión acerca de los registros de la realidad y la ficción y el uso ingenuo o “neutral” de la entrevista audiovisual como herramienta de construcción de un verosímil que se hace pasar por reflejo de la realidad. El documental será analizado sobre todo a partir de la articulación entre política y estética a partir del argumento de Jacques Rancière de una “repartición de lo sensible” que dispone ciertos lugares de lo decible y lo visible que puede ser cuestionada por un dispositivo estético que proponga una nueva distribución, en este caso el “juego” del documental que apela a una intervención política y una emancipación estética del espectador.

Palabras clave: Eduardo Coutinho, documental, entrevista.

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Publicación en línea: http://www.asaeca.org/imagofagia/index.php/imagofagia/article/view/515

El campo cultural en cuestión. La revista Sitio y los debates intelectuales de fines de la dictadura y comienzos de la transición democrática

El presente trabajo se propone relevar algunas de las principales discusiones y debates que se dieron en el campo cultural entre fines de la dictadura y comienzos de la transición democrática. Para eso, tomará como punto de referencia a la revista Sitio, fundada y dirigida por Ramón Alcalde, Jorge Jinkins, Eduardo Grüner y Luis Gusmán.

A lo largo de sus seis números, que se extienden desde 1981 hasta 1987, Sitio interrogó y cuestionó posiciones que otros actores del campo cultural parecían “dar por sentado”. Así, tomó partido ante la Guerra de Malvinas (e incluso abrió la discusión hacia dentro de la publicación), puso de manifiesto una “democratización” que los intelectuales abrazaban sin hacer una crítica de sus pasados posicionamientos políticos, advirtió acerca de la decadencia del ensayo ante el avance de la escritura “profesional” y “científica” y sentó posiciones frente a la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. La ponencia procurará recabar ese auténtico trabajo de pensamiento crítico emprendido por la revista, que no dejó de interrogar a la figura del intelectual mientras esta misma atravesaba cruciales transformaciones en su rol, su función y su accionar hacia dentro y fuera de su campo específico.

Palabras claves

Revista Sitio – revistas culturales – campo cultural – historia de la cultura – intelectuales

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Publicación en línea: http://jornadasdesociologia2015.sociales.uba.ar

Vivan los ochenta

Los ochenta recienvivos. Poesía y performance en el Río de la Plata, de Irina Garbatzky

(Beatriz Viterbo Editora, 2013)

Los ochenta están entre nosotros. No me refiero al tan mentado pastiche posmoderno, a los colores flúo ni a la “retromanía” señalada por Simon Reynolds sino a un renovado y creciente interés por las experiencias artísticas, literarias, periodísticas o, más genéricamente, culturales (o paraculturales) que atravesaron y marcaron esa década. Venimos recibiendo señales de esa recuperación a través de las reediciones y antologías de publicaciones míticas de la época como la de Cerdos y Peces realizada por su director, Enrique Symms,(que publicó El cuenco de plata en 2012), la investigación periodística sobre la historia de la revista Humor Registrado que llevó adelante Diego Igal (y publicó Marea el año pasado), o la recopilación de sus propios artículos durante ese período que realizó Osvaldo Baigorria (y que Blatt y Ríos publicó este año bajo el título de Cerdos y Porteños en alusión a las publicaciones donde aparecieron). A este renovado interés histórico ahora viene a sumarse el campo académico que, con el ingreso de una nueva generación de investigadores y el tiempo suficiente como para poder establecer una distancia crítica, parece estar listo para dar el salto de década y superar la atracción irresistible que hasta ahora ha ejercido la década del setenta en los estudios sobre fenómenos culturales vinculados a la historia reciente.

En este marco se inscribe Los ochenta recienvivos. Poesía y performance en el Río de la Plata, de Irina Garbatzky, que fue primero la tesis doctoral de la autora y ahora Beatriz Viterbo publica como libro. En la presente investigación Garbatzky se propone reconstruir el recorrido de cuatro autores que vincularon de distintas formas poesía y performance a ambos márgenes del Río de la Plata: los argentinos Batato Barea y Emeterio Cerro y los uruguayos Marosa Di Giorgio y Roberto Echavarren. El ambicioso trabajo que aborda Garbatzky reconoce varios obstáculos que la autora convierte en desafíos de su investigación y logra superar con creatividad crítica, un trabajo minucioso y la conciencia reflexiva de las propias limitaciones que impone el estudio del cruce entre las dimensiones de lo performático y la poesía.

En primer lugar, Garbatzky toma para su estudio autores que suelen ser problemáticos para un abordaje desde el campo de la crítica literaria, que suele despacharlos bajo la tranquilizadora etiqueta de “inclasificables”. El hecho mismo de sumar a Batato Barea –que no tiene una producción literaria propia– da cuenta de la amplitud de miras y los intereses que orientan la investigación.

En segundo lugar, Garbatzky no se propone analizar los textos de forma independiente, sino en el cruce, el diálogo y la tensión que éstos entablan con las performances que sus autores llevaron a cabo para “ponerlos en escena”. Y esto implica desarrollar un nuevo modo de leer en el que el texto y la performance, la palabra y el cuerpo (y los dispositivos escénicos a través de los cuales se despliegan) cobran un valor equivalente para la mirada del investigador.

No obstante, como si una dificultad llamara a otra, el mismo concepto de “performance” debe ser construido en la especificidad que asumió a comienzos de los años ochenta en la escena rioplatense y, al mismo tiempo, su inasible cualidad de acontecimiento único e irrepetible no puede ser obviada por la investigadora, quien, al contrario, asume el carácter siempre incompleto de las performances que pretende reconstruir o, como la misma autora afirma, aún teniendo a su disposición todos los materiales de registro posibles (imágenes, audio, videos, testimonios) “la performance tampoco estaría allí”. Esto, claro está, no exime a Garbatzky de hacer acopio de la mayor cantidad de material disponible para poder reconstruir con la mayor fidelidad las performances con las que trabaja. De hecho, la desorganización y fragilidad de esos materiales (dispersos entre los papeles que guardan los albaceas, los recuerdos que atesoran los familiares, los souvenirs de los espectadores, los archivos parciales de algunas instituciones culturales como el Centro Cultural Ricardo Rojas y enlaces aislados en la web) lleva a Garbatzky a reflexionar en su trabajo sobre la importancia de conformar un archivo que garantice la preservación de estas experiencias.

En cuanto al concepto mismo de performance, Garbatzky lo pone en relación con la experiencia de las vanguardias de los sesenta, como el arte pop y sus famosos “happenings” o el arte de acción política como el que impulsaba Joseph Beuys, si bien toma distancia entre los objetivos de las vanguardias y el de las experiencias de los años ochenta que, como dice la autora, “no cumple ya con un intento de romper con la cultura, pero sí de resistencia cultural, sobre todo en lo que concernía a los vínculos sociales y expresiones corporales”. Una cultura de la resistencia, una “paracultura”, como la denomina Garbatzky tomando el nombre de uno de los espacios emblemáticos de la época: el Parakultural. Se tratará entonces de una serie de experiencias culturales que atentarán contra los residuos latentes de una sociedad represora (y reprimida) al atacar la normalización de los cuerpos y del idioma que los designa y los clasifica.

Esa misma dialéctica entre lenguaje y cuerpo es la que toma Garbatzky para desarrollar su concepto de performance, en tanto obra-vivencia que desmaterializa el objeto artístico a través del anclaje físico: el cuerpo del performer. Esto implica una inversión que concibe “al lenguaje como espacio para realizar acciones, al cuerpo como espacio de escritura y proyección de imágenes”. A partir de esta concepción queda más claro que los textos no pueden ser analizados independientemente de su contrapartida con el trabajo sobre el cuerpo del performer. Esta mirada original, que repone el contexto de los textos producidos en la época, permite leer a los autores trabajados de una forma completamente distinta y resulta especialmente reveladora en el caso de Emeterio Cerro, cuyo paso por el campo cultural argentino parecía borrado, tal vez a causa de la radicalidad de su propuesta, o acaso por haber sido tomado como “cabeza de turco” del ataque emprendido contra la poesía neobarroca por parte del emergente movimiento objetivista o por escritores irritados, como en el caso de C.E. Feiling y la polémica que sostuvo con César Aira sobre la obra de Cerro (parcialmente reconstruida en este libro).

Una vez establecidas las coordenadas principales en la introducción, el libro se despliega a través de cuatro ejes conceptuales, que se ponen de manifiesto en el título de los capítulos: Formas de la teatralidad, Poéticas de la performance. De la teatralidad a la poesía, Formas de la vocalidad. Las voces frente al espectro declamador y Dispositivos de acción, desenterramientos productivos. En cada uno de estos apartados Garbatzky desarrolla una herramienta conceptual a partir de la cual aborda a cada uno de los autores trabajados. Si bien el esquema es un tanto “compartimentarizado”, esta organización le aporta claridad al conjunto y permite al lector interesado en alguno de los autores en particular poder realizar un recorrido personalizado por el libro. Cabe mencionar también el anexo que acompaña al libro, en el que Garbatzky incluye generosamente las entrevistas realizadas en el marco de la investigación y que contiene una entrevista a Aira (que no suele darlas en nuestro país). Del mismo modo, el archivo consultado es expuesto en detalle, lo que puede resultar de suma utilidad para los investigadores que aborden estos temas.

En suma, Los ochenta recienvivos resulta un libro destacado para los investigadores del área, novedoso no sólo por abordar un período que recién comienza a ser explorado en el campo de los estudios académicos sobre los fenómenos culturales del pasado reciente, sino además porque elabora categorías propias y originales para leer la rica y osada producción poético-performática de algunos de los representantes más conspicuos de esa época.

Literal, la época leída a contrapelo

“La literatura es posible porque la realidad es imposible” (1) Esta frase contundente abre el primer número de Literal, publicado en noviembre de 1973, y condensa varias de las estrategias que se irán desarrollando a lo largo del tiempo, en cinco números reunidos en tres volúmenes entre 1973 y 1977 . En primer término identifica un lugar para la literatura que la aparta de la función política de “dar cuenta de lo real” y más precisamente de una realidad injusta que es preciso subvertir. Como afirma Alberto Giordano sobre la misma sentencia: “la imposibilidad de la realidad (su irrepresentabilidad) es la condición de posibilidad de la literatura en tanto esta ya no pretende representarla, sino responder activamente a la imposibilidad de hacerlo, es decir, experimentar esa imposibilidad por la insistencia en una búsqueda que no se conforma con las versiones consabidas acerca de lo que es la realidad” (2)
En segundo lugar, la frase deja en claro la raigambre lacaniana de la sentencia, tanto por su seguridad en una afirmación que resonará con los ecos de la polémica, como por el juego con la categoría de lo real, que según lo postulado por Lacan, no puede ser representado en el lenguaje. En resumen: desvincular a la literatura de una utilidad política y hacerlo a partir de la novedad de leerla e interpretar su práctica a partir de la teoría psicoanalítica lacaniana y las tesis posestructuralistas.
En el campo intelectual de aquellos años se adjudicaba una suma importancia al valor testimonial de la literatura: este procedimiento llegaba hasta el punto de impugnar la misma práctica literaria en aras de otras formas más eficientes a estos fines, como el periodismo (3). Pues bien, el párrafo que sigue a la primera frase de Literal anuncia: “La información en un texto es un beneficio secundario que no justifica la existencia de un escritura literaria. A diferencia de una “noticia”, la verdad de un texto no puede someterse a una prueba de realidad.” (L. 1 p.5). Más adelante se amplían los argumentos: “La noticia es una cama donde cualquiera puede acostarse sin que se le mueva el piso. (…) Se entiende que alguien sea periodista porque hay diarios que pagan la función, hay ruinas cotidianas y reuniones de ministros. No se entiende que alguien escriba unas palabras no demandadas por nadie, cuyo valor es siempre dudoso a priori aunque pueda resaltarse a posteriori” (L. 1 p.5, itálicas en el original). Por lo tanto, es evidente el notorio esfuerzo por demarcar los límites entre el periodismo y la literatura, “cuyo valor es siempre dudoso a priori” y que no adquiere su valía en una “utilidad” que implique ser soporte de una carga informativa de potencial revolucionario. Literal impugna la práctica literaria al servicio de fines políticos y afirma: “Con la literatura las cosas se complican. No basta con estar primero con las últimas noticias, hay que superar la tautología que determina que sólo aquellos que hacen de la denuncia un hecho estético afirmen luego que la estética es una forma de denuncia.” (L. 1. p.8). La estética para Literal consistirá en “la asunción jubilosa de una ética. Pero a diferencia de la ética –que se pregunta por las relaciones sociales entre cosas y las relaciones materiales entre personas – la estética se pregunta por el valor de goce que se produce al realizarse un intercambio específico de mensajes” (L. 1 p.11). Se destacará asimismo la escena de la práctica literaria como un acto de soledad donde el escritor se entrega al goce de la palabra por sobre su responsabilidad ante otras instancias. Un goce solitario sí, que no sólo se hace cargo de la acusación de onanismo, sino que invierte la carga de la prueba para ponerla a su favor, “ ‘Masturbación (intelectual)’, se dice –como si alguien pudiese masturbarse por lo que tiene la realidad, en vez de hacerlo por lo que en realidad le falta” (L.1 p.6) la escritura es, de este modo, “esa práctica compulsiva, siempre cercana a los fantasmas de la masturbación; según el tópico que asegura una relación íntima entre este placer solitario y el goce de escribir. El periodista que cambia un sueldo por palabras que remiten a una realidad reconocida por otros, pareciera no haberse masturbado nunca” (L. 1 p.7).
Recapitulando, Literal se propone trazar límites claros entre el periodismo y la literatura y liberar a ésta última del trabajo de trasmitir una información en virtud de una utilidad determinada, a partir de la reivindicación del valor de goce, tanto a nivel de la producción como de la recepción, como una auténtica ética de la práctica literaria. Este esfuerzo está destinado a preservar la autonomía del campo literario, amenazado por las urgentes demandas de la política, y promueve nuevos parámetros para medir el valor de la literatura: el goce, la experimentación con el lenguaje y la novedad, por sobre la responsabilidad política, la eficacia en el mensaje y la transmisión de un referente de carácter revolucionario. Se trata, a fin de cuentas, como afirma Héctor Libertella, de “desplazar fuerzas en el campo de las argumentaciones” (4).Populismo y realismo: los “enemigos” de LiteralDesde su primer número Literal definirá con claridad a los antagonistas ante cuyo contraste elaborará su propia imagen y contra los que disparará su munición más gruesa: el realismo y el populismo. El realismo representa la poética hegemónica en el campo literario (5), aquella que aporta mayor capital simbólico a quienes la practican, por ser la que mejor puede cumplir con su misión política al denunciar las injusticias del orden establecido. Los ataques al realismo desde las páginas de la revista se multiplican y conforman, en su conjunto, una crítica implacable. Se lo objeta desde una óptica estructuralista: “Cuando el lenguaje enseña sobre la realidad, la constituye: el continuo real es organizado por la discontinuidad del código. Todo realismo mata la palabra subordinando el código al referente, pontificando sobre la supremacía de lo real, moralizando sobre la banalidad del deseo” (L. 1. p.6), como desde una visión de vanguardia, identificándolo con el pasado que debe ser superado “La flexión literaria del realismo se propuso como una nueva redistribución de los géneros y los discursos y abrió un campo, pero es necesario reconocer que su función actual es de obstáculo(6). Pero sobre todo, aunque a primera vista resulte paradójico, se objeta aquello por lo cual el realismo se inviste de valor en el campo literario, es decir, su eficacia política, dado que “no hace falta el realismo para transformar la realidad, las apelaciones transliterarias que este género utiliza para justificar su insistencia, sólo pueden tener un valor de coartada” (L. 2/3 p.10). Con lógica implacable Literal señala la contradicción en que el realismo incurre al denunciar una injusticia que “paradójicamente reproduce en la represión que instaura sobre el lenguaje mismo” (L. 1 p.7). Con esto se trata de poner sobre relieve el hecho de que conservar el realismo como poética privilegiada de la literatura revolucionaria es equivalente a tomar el poder y dejar intactas las estructuras burocráticas de la maquinaria estatal. Una auténtica literatura revolucionaria, en la concepción de la revista, debería comenzar por revolucionar el lenguaje como vehículo de dominación: “La negativa a aceptar como preceptiva literaria la que postulan quienes han convertido en destino su propio fracaso en lograr equivalencias, se funda en la convicción de que el delirio realista de duplicar el mundo mantiene una estrecha relación con el deseo de someterse a un orden claro y transparente donde quedaría suprimida la ambigüedad del lenguaje; su sobreabundancia mejor dicho” (7). El realismo se ampara en la coartada de las intenciones, se justifica en una “teología del sentido” que niega el goce inherente a la práctica literaria. Se tratará, en la propuesta de Literal, de hacer fallar la instrumentalidad del lenguaje, porque es en esa falla en la cual el lenguaje, como el ojo, se hace visible como constructo y deja de entregar una cierta imagen que una pretensión ideológica identifica como fiel reflejo de lo real. Una forma, en definitiva, de apartarse de “la cadena de montaje de las ideologías reinantes” (L. 1 p. 13).
La otra tendencia imperante en el campo intelectual que recibe los embates de Literal es el populismo. El contingente de intelectuales populistas, en palabras de Beatriz Sarlo, “analiza la cultura popular y la industria cultural desde perspectivas no semiológicas; las presenta en su emergencia histórica y las teoriza como portadoras de una cultura popular-nacional que las élites, tanto como la izquierda, habrían pasado por alto” (8). El populismo centra su interés en productos típicos de la cultura popular nacional como el folletín, la gauchesca, el periodismo, el cine nacional y las letras de tango (9). Este corpus de análisis rescata objetos de estudio que habían sido apropiados en la década del 60’ por la semiología o la estética pop, para someterlos a una relectura política que permita identificar en ellos a “la voz del pueblo”. Podría tratarse, en última instancia, de una lectura peronista de la cultura popular. Crisis, la revista fundada en mayo de 1973 por Federico Vogelius y dirigida por Eduardo Galeano, es la publicación que mejor expresa esta tendencia. El populismo también busca una identificación con las luchas y los sufrimientos del proletariado de la que espera el surgimiento de una nueva forma de cultura. (10) Identificación que no tiene que ver sólo con el contenido sino también con la forma. Se ensayan estrategias para acercar la cultura de élite a las clases populares a través de un lenguaje simple, transparente, comprensible, de fácil acceso y lectura (11). Literal ataca al populismo por entender que en toda representación de una clase por otra hay una violencia implícita, que Osvaldo Lamborghini hace explícita en su relato “El niño proletario” (12) y que Germán García teoriza como ataque al populismo en el artículo crítico que escribe en Literal sobre Sebregondi Retrocede: “Escribir en el cuerpo del niño proletario la historia de una venganza “familiar” (después de quemar la letra impresa de sus diarios) es desenmascarar la idealización de una clase por otra, donde la obsesión de compromiso es correlativa de la negación de una separación insoportable” (13). Pero además Literal impugna al populismo desde la misma categoría de pueblo, por entender que es falsa la representación que en el campo intelectual se hace de los consumos, estrategias y prácticas culturales populares. Así, en el afiche-presentación de la revista se proclama: “Porque no hay propiedad privada del lenguaje, es literatura aquello que un pueblo quiere gozar y producir como literatura. La insistencia de ciertos juegos de palabras es literatura, como lo comprende cualquiera que sepa escuchar un chiste” (14). Esta apelación al chiste como goce popular con los juegos de lenguaje se repite en varias oportunidades a lo largo de la revista. Para Literal, las estrategias lingüísticas puestas en juego por las clases populares son mucho más complejas de lo que el campo intelectual supone, así:
Una empobrecida ‘interpretación’ de las mayorías silenciosas –y populares– dice que el pueblo –es decir, los buenos– sólo usa el lenguaje para pedir aumento de sueldo (de nada vale que se diga que la gente no escribe una carta de la misma manera que habla en el café, no se dirige a una mujer de la misma manera que a un amigo, no se prohíbe gozar un chiste o un juego de palabras. (…) Una ideología anti-intelectual toma como cabeza de turco a unos pobres muertos de frío, mientras las vindicaciones ‘populares’ usan complejas máquinas de difusión para imponer su interpretación de la verdadera realidad (L.2/3 pp. 13-14).
Este aparato argumentativo apunta a legitimar desde la misma categoría de lo popular las “aventuras del lenguaje” que emprende la literatura de vanguardia propuesta en las páginas de la revista. Pero no se trata sólo de estrategias de argumentación. Una somera revisión de las obras que produjo el núcleo fundador de Literal demuestra que había un interés real en el trabajo con materiales provenientes de la cultura popular como los giros idiomáticos de la gauchesca o las consignas políticas enunciadas en las manifestaciones, en el caso de Lamborghini o el tango, la curandería y el espiritismo en Gusmán (15), donde estos discursos se ponen en juego al mismo nivel que otros propios del campo intelectual, pero sometidos a un trabajo de tensión extrema con respecto a las formas del lenguaje convencional. Literal también apela a esta característica, pero a través de la obra de otro escritor muy cercano al grupo, Ricardo Zelarayán de quien se dirá: “El poema Un sueño de día, trabajado en la evocación de un coro de voces populares, es un verdadero enigma para ‘populistas’” (16).
De este modo la revista asienta su propuesta y afirma su posición a través del ataque en conjunto a las dos tendencias hegemónicas en el campo intelectual al asumir: “Que el realismo y el populismo converjan en la actualidad para formar juntos el bricolage testimonial, es solo el efecto de una desorientación que ya conoce su horizonte, es decir, sus límites y sus fracasos” (L. 2/3 p.14).
Otro aspecto fundamental a tener en cuenta es que los argumentos principales para objetar al realismo y al populismo provienen de los intereses intrínsecos del mismo campo intelectual, es decir, poner en cuestión la eficacia revolucionaria del discurso realista y la catadura “popular” de la literatura populista. Es importante señalar que Literal no los impugna en nombre de otros valores ajenos a la consideración del campo, como la calidad literaria, la experimentación o la sensibilidad, sino que opera con las mismas categorías del campo en el que se inserta. No podría entenderse de otro modo que en cierto momento la revista proponga que asumir el compromiso equivale a pactar un trato con la escritura burguesa de los medios de información (L. 2/3 p. 147). De ahí que su operación tenga un valor plenamente actual en el contexto donde actúa y no apele simplemente a la gratificación diferida que identifica a toda vanguardia (17). El rechazo al realismo y al populismo no se realiza en nombre de una actitud reaccionaria sino en función de las mismas virtudes que estos discursos reivindican para sí; y esto tiene un doble valor: por un lado permite apelar a los mismos interlocutores y no sólo cifrar las esperanzas en la creación de un nuevo público, y por otro es una fuerte apuesta en pos de garantizar la autonomía de la literatura, amenazada por la exacerbación de las posturas del realismo y el populismo, impulsadas por la tendencia antiintelectualista que se impone en ese momento. Sí, como afirma Gilman, en esta etapa “es la ausencia misma de función de la literatura lo que el antiintelectualismo postula, puesto que entiende como función exclusiva la función revolucionaria.” (18), entonces lo que propone Literal es una revalorización de la literatura en su función intrínseca, su potencial, menos para crear un lenguaje revolucionario que para revolucionar un lenguaje de dominación, menos para reflejar una cultura popular idealizada que para hacer jugar sus giros y sus prácticas en la lógica intrínseca del campo intelectual. En definitiva, una defensa de la autonomía del campo intelectual cuando este parece cercano a disolverse en las arenas movedizas de la práctica política.

La apuesta de Literal
A través de sus diferentes intervenciones observamos, en definitiva, que la apuesta de Literal en el campo no reconoce medias tintas, es a todo o nada y no bastan las buenas (o malas) intenciones. Como destaca Bourdieu:
Los jugadores pueden jugar para incrementar o conservar su capital, sus fichas, conforme a las reglas tácitas del juego y a las necesidades de reproducción tanto del juego como de las apuestas. Sin embargo, también pueden intentar transformar, en parte o en su totalidad, las reglas inmanentes del juego; por ejemplo, cambiar el valor relativo de las fichas, la paridad entre las diferentes especies de capital, mediante estrategias encaminadas a desacreditar la subespecie de capital en la cual descansa la fuerza de sus adversarios (19)
Hemos visto cómo Literal desacredita las subespecies de capital hegemónico en el campo en el cual se inserta: la poética realista, la figura “heroica” del escritor, la sumisión al referente y la primacía del periodismo por sobre la literatura, pero al mismo tiempo le es necesario movilizar un capital propio para tratar de asegurar el éxito de la operación. Podemos identificar parte de ese capital con las obras literarias que preceden a la salida de la revista y que no se ajustan a los dictámenes hegemónicos del campo. Pero con esas obras no basta. Para decirlo nuevamente con las palabras de Bourdieu:
El valor de una especie de capital depende de la existencia de un juego, de un campo en el cual dicho triunfo pueda utilizarse. Un capital o una especie de capital es el factor eficiente en un campo dado, como arma y como apuesta; permite a su poseedor ejercer un poder, una influencia, por tanto, existir en un determinado campo, en vez de ser una simple “cantidad deleznable” (20).
A esas obras, por lo tanto, Literal les sumará una lectura propia a partir de las novedades teóricas que entraña el posestructuralismo y, sobre todo, la teoría psicoanalítica lacaniana. Los autores de la revista utilizarán estos aportes teóricos para transformarlos en un capital que puedan hacer jugar a su favor. No se trata, claro está, de escribir según una receta elaborada a partir de los seminarios de Lacan; de hecho, los integrantes de la revista se han preocupado por aclarar que esas obras fundacionales, Nanina, El fiord y El Frasquito, fueron escritas antes de tomar contacto con la teoría psicoanalítica. De lo que se trata aquí es de elaborar una “máquina de lectura” que permita reconocer esas obras y apreciarlas por fuera de los conceptos hegemónicos del campo a la vez que impugna a éstos últimos. Una vez puesta en funcionamiento, esa máquina es capaz de leer mucho más que literatura, lo que redunda en un lúcido posicionamiento político de la revista y construye una lectura del presente “a contrapelo” de las categorías dominantes en el campo intelectual. En definitiva, se trata de hacer jugar estas novedades teóricas como un capital propio, que distingue a este grupo del resto del campo y proponer, en lugar de la omnipresente literatura política una auténtica política de la literatura.

Notas
(1) García, Germán, “No matar la palabra, no dejarse matar por ella” en Literal 1 (Noviembre 1973), p. 5. A partir de ahora, para no entorpecer la lectura se aclaran las citas a este texto entre paréntesis de la siguiente manera: (L 1, p. 5). Cabe aclarar que los nombres de los autores han sido repuestos, dado que originalmente los artículos no llevaban firma.
(2) Giordano, Alberto, “Literal y “Literal El Frasquito: las contradicciones de la vanguardia” en Razones de la Crítica (sobre literatura, ética y política) , Buenos Aires, Colihue, 1999, pp. 64-65.
(3) En 1973, al justificar su voto en un concurso literario del que era jurado, Rodolfo Walsh escribía: “Es, ya lo he dicho, como si el periodismo –aún el periodismo asalariado y dependiente que todos conocemos– fuese de todos modos un mejor testigo de lo que pasa que esas formas supuestamente más refinadas y perceptivas de la escritura, digo la novela.”
(4) Libertella, Héctor, “La propuesta y sus extremos” en Literal 1973-1977, Buenos Aires, Santiago Arcos, 2003, p. 5.
(5) En su resumen sobre el decenio 67’-77’, Nicolás Avellaneda escribe que los narradores de la nueva generación “desconfiaron de la literatura ante la presión de los hechos político sociales y tendieron a subordinar o a transformar su expresión en una búsqueda de síntesis entre la historia y la Historia, entre la ficción (la literatura) y la “realidad” (el referente). El pico de esta actitud puede ubicarse hacia 1970-1973”. Avellaneda, Nicolás, “Literatura argentina, diez años en el sube y baja” en Todo es historia, Nro. 120.
(6) Garcia, Germán, “La flexión literal” en Literal 2/3, (Mayo, 1975) p. 10
(7) Lamborghini, Osvaldo, “La flexión literal” en Literal 2/3, p. 148, (itálicas en el original).
(8) Sarlo Beatriz, La batalla de las ideas (1943-1973) , Buenos Aires, ed. Ariel, 2001, p. 99.
(9) Se puede mencionar, a modo de ejemplo, que en su edición de noviembre de 1973, contemporánea al primer número de Literal, la influyente revista Crisis dedicaba su portada al tango con el siguiente título: “Tango: ¿una cultura condenada al exilio? Poesía popular del yrigoyenismo al peronismo”.
(10) Acerca del período, anota Beatriz Sarlo: “Populismo, acercamiento radicalizado al peronismo, revolución cubana y revolución cultural china proporcionan las líneas de este nuevo pliegue de la discusión. No se trata ni del compromiso ni de la rebeldía, ya que el compromiso deja a los intelectuales en su lugar de clase originario y la rebeldía denuncia su origen pequeñoburgués. Se trata más bien del reconocimiento de una dirección general de lo social a cargo del proletariado –o, eventualmente, del Pueblo, en el caso de los nacionalismos radicalizados- que, en sus luchas políticas, produce nuevas formas de cultura”. Sarlo, Beatriz. Op cit. p. 104.
(11) En 1970, Rodolfo Walsh se plantea en su diario una “Teoría general de la novela” donde se propone: “Ser absolutamente diáfano. Renunciar a todas las canchereadas, elipsis, guiñadas a los entendidos o los contemporáneos. Confiar mucho menos en aquella famosa “aventura del lenguaje”. Escribir para todos, confiar en lo que tengo para decir, dando por descontado un mínimo de artesanía”, mientras que al año siguiente escribe “No puedo o no quiero volver a escribir para un limitado público de críticos y de snobs. Quiero volver a escribir ficción, pero una ficción que incorpore la experiencia política y todas las otras experiencias”. Walsh, Rodolfo, op. cit. pp. 150, 178.
(12) Lamborghini, Osvaldo, Novelas y Cuentos I, Buenos Aires, ed. Sudamericana, 2003, pp 56-62.
(13) García, Germán, “La palabra fuera de lugar” en Literal 2/3 (Mayo 1975) p. 30.
(14) “Un cartel invade las calles de Buenos Aires” en Literal 1973-1977, Buenos Aires, Santiago Arcos editor, 2002, (negrita e itálicas en el original).
(15) Ver Lamborghini, Osvaldo, El Fiord Op. cit. pp. 9-25 y Gusmán, Luis, El Frasquito, Alfaguara, Buenos Aires, 1996.
(16) García, Germán, “Tramar de las palabras” en Literal 1 (Noviembre, 1973), p. 57.
(17) “Los propiciadores del arte por el arte, obligados a producirse de alguna manera su propio mercado, están destinados a una remuneración diferida, a diferencia de los “artistas burgueses” que pueden contar con un mercado inmediato” Bourdieu, Pierre, “Campo de poder, campo intelectual y habitus de clase”, en Campo del poder y campo intelectual, Folios ediciones, Buenos Aires, 1983. p.31.
(18) Gilman, Claudia. Op. Cit. p. 179.
(19) Bourdieu, Pierre, op. cit. p. 66.
(20) Op. cit. p. 65.

Nos llevará la corriente

“Prohibido bañarse en el río”, dice el cartel. Un poco más allá, setecientos nadadores y nadadoras apretados junto a la costa estamos a punto de tirarnos al agua. No nos vamos a bañar, nadaremos la prueba de aguas abiertas más popular del país: nueve kilómetros en el río Paraná. Bienvenidos a Baradero.Como otros grandes inventos, Baradero nació casi por casualidad, como una práctica de una escuela de guardavidas que, luego, se transformó en competencia. En la primera edición, en 1993, hubo 86 nadadores. En la segunda, 150. Y así hasta llegar al récord de 2200 competidores en el 2002, cuando los organizadores se dieron cuenta que el río les quedaba chico y redujeron las inscripciones hasta los 1200 actuales.

¿Cuál fue la clave del éxito de Baradero? La corriente, la distancia. Hasta ese momento las aguas abiertas estaban cerradas: eran territorio exclusivo de los atletas súper profesionales capaces de afrontar los 57 kilómetros de una Santa Fe-Coronda o los 88 de una Hernandarias-Paraná. Baradero abrió las aguas al “nadador amateur”. Nueve kilómetros que por la fuerte correntada equivalen a tres de pileta. Hay que decirlo: si uno flota y se queda quieto un rato largo, tardará más, pero igual va a llegar.

Otras localidades tomaron nota y pronto las “maratones acuáticas” de entre siete y nueve kilómetros empezaron a filtrarse por todos lados: San Pedro, Ramallo, Junín, Gualeguaychú, Lobos, Chascomús, sin embargo Baradero fue la primera. Fabián D’Eramo, organizador de la prueba, lo sintetiza: “Antes, no había carreras amateurs como ésta, en la que puede participar la señora que va dos veces por semana a hacer natación”. Proeza modesta, aunque proeza al fin.

El domingo 4 de noviembre amanece nublado, pero nadie se atreve a pronunciar la palabra “tormenta”. Inútil buscar alojamiento en la ciudad, todas las plazas se agotan con un mes de anticipación. Baradero está desbordado, pero las calles siguen ilustrando la misma postal bucólica de pueblo chico. Sólo hay cambios en la costanera: gazebos de marcas deportivas en los que los atletas revuelven con olfato de outlet cestos que ofrecen dos slips por $ 60 con la palabra “Guardavidas” en las nalgas, carpas de clubes, libre circulación de vaselina para evitar el rozamiento, alcohol boricado, protector solar, átomo desinflamante. En la parrilla del puesto callejero, los chorizos languidecen. Los nadadores hacemos cola para comprar fideos y tener nuestro almuerzo de carbohidratos.

A las 14, el organizador nos convoca en la explanada del puerto para la charla técnica. Pregunta quién corre por primera vez y se alzan más de la mitad de los brazos. Según Edgardo Castañón, entrenador de natación que ha traído 57 alumnos, una persona que practique dos veces por semana durante un año estará en condiciones de nadar la carrera. El organizador resume la charla técnica en tres indicaciones: “Busquen el centro del río, miren hacia delante y no se encimen en la salida.”

En la caja de lata del camión que nos lleva a la largada los 28 grados parecen muchos más. Viajamos con lo puesto, lo estrictamente necesario: malla o slip, gorra y antiparras. El olor que reina es un extracto de protector solar, sudor y crema desinflamante. Alguien cierra la caja desde abajo y el camión se pone en marcha con un sacudón que nos bandea y un bocinazo que despierta gritos de entusiasmo. Surfeamos por la costanera de tierra los dos kilómetros que nos separan del Balneario Municipal entre los saludos y las chanzas de la gente que se apiña a la entrada del camping para ver el espectáculo que brindamos. Un alma piadosa, incluso, nos arroja un baldazo.
El camión nos deja en la puerta del balneario y tenemos que caminar, descalzos, por un sendero de asfalto caliente los 600 metros que nos separan de la largada. Avanzamos a los saltos. Llegamos a la confluencia del río Arrecifes y el Baradero, el mismo lugar en el que Hernandarias dispuso, en 1615, la “reducción” de aborígenes que dio origen al pueblo. Nos ubican en corrales según nuestra edad, que divide las categorías en franjas de cinco años; mientras esperan su momento, los nadadores mitigan la tensión elongando los tríceps o calientan las articulaciones sacudiendo los brazos como aspas. Cuando llega nuestro turno nos hacen entrar al río y esperar la señal con el agua a la cintura. Pongo un pie y me hundo hasta la rodilla en el fondo legamoso. El agua está fresca. De pronto se hace un silencio, los cuerpos se alistan. Suena la sirena. Empezó la carrera.

Largo casi en línea recta para evitar el tumulto pero igual doy y recibo: una mano que me pega en la espalda, una patada que me pasa a centímetros de la cara, cuerpos que se chocan. Nada importa, levanto la cabeza y busco llegar rápido al centro del río para encontrar la corriente, esa energía descomunal que empuja el agua a 4 kilómetros por hora.

La corriente más fuerte pasa por el centro, hay que encontrarla y evitar perderla en los numerosos recodos. No se ve, pero se siente: cuando alcanzo la mitad del río una fuerza ciega me hace vibrar el cuerpo y de repente me siento expulsado hacia adelante, apenas las puntas de los dedos pegados tocan el agua el brazo se me estira como si fuera de goma. Me deslizo sobre la película líquida del río como si patinara, ralentizo las brazadas para ahorrar energía y dejar que la corriente haga el desgaste. Se supone que tengo que tirarme a la izquierda, para salir derecho de la primera curva, la más pronunciada de todas. A lo largo de la carrera el río se arquea como una serpiente por lo que uno no se puede confiar: un error de cálculo, una curva mal tomada y de pronto uno queda pegado a la orilla mientras los nadadores pasan por el medio. Recorrí varias veces el río entre ayer y hoy, pero desde adentro todo se ve distinto, no hay curvas, las orillas se hacen difusas, todo es agua: al respirar a la derecha, el camping, la gente alentando en la orilla, al sacar la cabeza a la izquierda, el campo, las vacas, hacia adelante, las cabezas coloreadas por las gorras de los nadadores, la espuma de su estela, el marrón río, en todas partes, la abundancia del cielo de la pampa.

Cuando respiro hago buches; el agua tiene el gusto dulzón del río, pero hay que evitar tragarla, tiene también millones de microbios. Respirar hacia ambos lados y mirar hacia adelante; orientarse en el río es difícil: cuando el traslado se hacía en barcaza podías ir buscando referencias en las orillas, pero ahora se nada “a ciegas”. Las aguas abiertas imponen una delicada administración de las energías. Si te exigís más de lo que podés dar, te “quemás”; es como fundir el motor biológico, se te acaba la nafta y te sentís mal, muy mal, con un agotamiento que apenas te permite levantar los brazos y llevarlos para adelante. Si te exigís de menos, al llegar uno se frustra, pensando que no dio todo, que le sobró un vuelto vital. Hay que dar lo justo, en cada momento, seguir el ritmo, atender al bombeo pulsado del corazón. “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida”, escribió el poeta y nadador Héctor Viel Temperley: “Voy hacia mi propio cuerpo”.

Los experimentados conocen trucos, como ir “chupado”: pegarse atrás de un nadador un poco más rápido y seguirlo. No está bien visto. El que va delante hace todo el esfuerzo para romper la resistencia del agua y el de atrás ahorra energía mientras viaja adherido a su estela, como un parásito. Otra alternativa es sumarse a un “pelotón”: un cardumen de nadadores parejos que avanzan, entre todos, más de lo que podría cada uno por separado. Yo voy solo. Algunos me pasan, a otros los adelanto hasta que sucede, es infalible: entre mil nadadores siempre está el que nada como vos. Contra ése competís, otra forma de decir que competís contra vos mismo. Me lo encuentro en la mitad de la carrera, tiene una gorra roja, antiparras negras y el estilo algo brutal de los nadadores de aguas abiertas, que no flexionan el brazo y golpean el agua con violencia para sortear la marejada. Yo tengo un estilo más de pileta, depurado: quiebro el codo cuando hago el recobro de la brazada, poso los dedos sobre el agua, como si fuera a acariciarla. En cada respiración, veo su boca abierta cuando toma el aire. Él acelera y yo lo alcanzo, yo adelanto y él me empata. No sé quién es ni lo voy a saber jamás, pero por un rato no existe otra cosa más que él y yo. Esquivamos pelotones y nadadores rezagados. Ya no tengo noción del tiempo, los brazos me pesan, después del puerto hay pocas referencias salvo el río y las orillas que cabrillean iguales a sí mismas. Hasta que veo un ranchito pobre en la margen izquierda que recuerdo cerca y un poco más adelante la mole blanca de la usina de Atanor y un puntito blanco: la llegada y me tiro con todo a la derecha, pierdo de vista a mi adversario, mi compañero, pero no queda otra: tengo que acercarme con tiempo porque si no corro el riesgo de pasarme y tener que remontar el río a contracorriente. Es el sprint final y en el embudo de la llegada vuelve la aglomeración: nos chocamos, nos pegamos: lo único que importa es llegar. Toco el barro con la punta de los dedos y me incorporo, estoy mareado, exhausto, piso el fondo, pierdo el equilibrio pero una mano me agarra y me ayuda.

Salgo temblando, chorreando, boqueando aire.