Cien formas de la felicidad

César Aira cumple 70 años y 100 libros publicados. A ritmo de una página por día, desencadenó un tsunami de “novelitas” que dinamitaron nuestras letras.

Por Ariel Idez

¿Existirá César Aira? Su obra es tan inverosímil, su figura tan evanescente, que podríamos dudarlo. El problema es que si no existiera solo podría haber sido inventado… por César Aira. La realidad a regañadientes se empecina en demostrarnos que nació en Coronel Pringles el 23 de febrero de 1949, que vive en Flores desde 1967 y que desde hace una cantidad indefinida de años, pero digamos desde sus veinte para continuar con los números redondos (aunque probablemente desde antes) escribe una página diaria y esas páginas se acumulan sobre todo en novelas (o “novelitas”, como él ha dado en llamarles) y también en cuentos, ensayos y alguna que otra obra de teatro que ya superan el centenar de títulos. Pero más allá de la curiosidad gimnástica debemos detenernos en el asombro poético, en la iluminación profana que la lectura de esos textos nos ha deparado y nos deparará; en que a lo largo de setenta años Aira ha compuesto cien formas de la felicidad.

Cien novelas en setenta años, ¿cómo es posible? El propio Aira ha procurado disminuir la hazaña al hacer referencia a su método, que consiste en escribir una página diaria, todos los días: producción literaria en dosis homeopáticas, y a que sus libros son muy breves, de unas cien páginas promedio, por lo que equivaldrían a publicar una novela anual tamaño estándar. El hecho es que esas páginas se acumulan y a lo largo de cincuenta años suman 18250, algo menos que las 11.100 de sus primeros cien libros, que requerirían casi catorce días de lectura ininterrumpida. Treinta y nueve editoriales de Argentina e Iberoamérica se han hecho cargo de esas primeras ediciones, que a un promedio de 500 ejemplares (sin contar reediciones ni traducciones), suman cincuenta mil volúmenes. Aira es una biblioteca, una industria cultural, una literatura de un solo hombre.

Pero los números apabullantes de este balance no deberían hacernos perder de vista el valor de los activos: Aira podría haber quedado en la historia de la literatura argentina con uno solo de sus libros, como La liebre o El sueño o Varamo, cada uno de ellos contiene en potencia al resto, el tema es que en Aira la potencia se pega al acto, y todo se materializa, crece, se agiganta, se acelera. Una producción como la suya hace pensar en la ausencia de una vida, al menos de una vida “de novela”. El centenar de libros logra hacernos creer que su autor ha volcado todas sus experiencias, sus observaciones, sus emociones más fuertes y perdurables en la composición de su página diaria, como si el resto fuera un decorado, necesario pero prescindible, materia prima para ese momento de prodigiosa iluminación cotidiana. La biografía de Aira es su catálogo, no casualmente recopilado por Ricardo Strafacce, biógrafo del maestro de Aira, Osvaldo Lamborghini, como si uno fuera el reverso del otro.

En este trabajo de hormiga Aira parecer haber resuelto muy pronto problemas y conflictos con los que otros escritores luchan toda su vida, como el terror a la página en blanco, el miedo a repetirse o la angustia por la “calidad” de su obra. Lo logró inventando un procedimiento, en el que combina poesía, pensamiento e inventiva. Maestro en el arte del comienzo, cualquier cosa, un chiste, una anécdota, una frase escuchada al pasar, parecen servirle para empezar una novela. En las primeras páginas, sus ficciones tienen un falso aire realista, e incluso costumbrista, pero conforme avanza la trama, se van enrareciendo al calor de invenciones, prodigios, fabulaciones y razonamientos inverosímiles aunque de estricto rigor lógico. Las acciones toman velocidad hasta una aceleración final, vertiginosa, en la que se funden en finales apocalípticos, fulgurantes. Lo que Aira repite es el procedimiento, una y otra vez, pero aplicado a diferentes materiales arroja siempre resultados distintos. Según sus palabras, nunca corrige, tampoco descarta, si se cansa de lo que está escribiendo, apura la historia, “liquida” el final y vuelve a empezar…una nueva novela: la indefectible disconformidad con su propia obra que aqueja a todo escritor, en lugar de paralizarlo, lo impulsa a seguir escribiendo.

El volumen de la obra airiana ya opera por su cuenta y produce sus propios efectos, ajenos a la intervención del autor. A la edición de su catálogo (que ejerce la fascinación del álbum de figuritas para adultos), se suma un diccionario que compila sus ideas: Ideario Aira, obra de Ariel Magnus. En esa línea podríamos postular también una topología airiana que describa la geografía de sus ficciones. En ese mapa de calor arden al rojo el barrio de Flores (con epicentro en su propia casa, cuya dirección es revelada en varias de sus novelas), el pueblo bonaerense de Pringles y sus aledaños pampeanos, pero se suman asimismo enclaves tan disímiles como la ítsmica república de Panamá o el exótico Punjab hindú. Algunos lugares ejercen una atracción tan fuerte sobre la composición que llegan a conformar un ciclo, con sus propias características. El ciclo de Flores, con La guerra de los gimnasios, El sueño, La villa, Delivery, entre otras (muchas más), el ciclo de Pringles con El tilo, Cómo me reí, Cómo me hice monja, La cena, el delicioso ciclo de Panamá con El mago, Varamo. La princesa primavera. Como puntos en ese mapamundi advertimos banderines en Rosario, Mérida, el África subsahariana. Al planeta airiano también se puede entrar por el atlas de sus ficciones.

Maestro en el arte de la improvisación, al leer sus libros tenemos la impresión de que inventa la historia a medida que la escribe, y que una línea ignora cuál será la siguiente, cómo si disfrutara desafiándose: “a ver cómo salís de esta”. Y siempre sale: resuelve los problemas que le presenta esta invención constante con nuevas invenciones, lo que ha dado en llamar el método de “la fuga hacia delante”, pero no hace trampas ni abusa del deux ex machina, trabaja siempre con las cartas que ha puesto sobre la mesa en las primeras páginas, lo que al final produce un efecto de improvisación premeditada. A decir verdad, el principal tema de Aira, el que atraviesa toda su producción es su propia obra. Por eso, cada novela amplía el tema a la vez que lo precisa. Ningún autor ha reflexionado tanto sobre sus propios mecanismos generativos, tal vez porque el propio Aira sea un enigma para sí mismo y escriba para comprenderse. Sus novelas traen sus propias instrucciones de uso y forman a sus propios lectores, a los que inventan como profecía realizada. Esas novelas están hechas, en partes iguales de pensamiento, poesía e imaginación; ninguna deja que la otra se imponga: ni novelas “de ideas”, ni de “aventuras”, ni “prosa poética”, novelas airianas al fin; máximo anhelo de todo escritor: devenir adjetivo, convertirse en su propio género.

Esas novelas nos recuerdan, una y otra vez, algo que nunca deberíamos olvidar: que la literatura es una zona de libertad, invención, fábula y poesía en la que todo nos está permitido. Su lectura distorsiona y extraña el automatismo cotidiano, colorea la grisura de los días, inventa mundos posibles que brotan como hongos del que habitamos con resignada constancia; objetivo primero –y último– del arte.

El sábado 23 la Biblioteca Nacional organizará un gran festejo. Canonización definitiva y en vida para un autor que muchas veces fue mirado de soslayo por ciertas zonas del campo literario. No hay caso: Aira triunfó por prepotencia de trabajo; puede sustraer su cuerpo detrás de su obra y de seguro se ausentará –a la Blanchot– de su propio homenaje. Aquellos a quienes nos hace felices –sus lectores– solo le pedimos que complete su página diaria.

Con eso alcanza y sobra.

Publicado en La Agenda de Buenos Aires del sábado 23 de febrero de 2019.


Safari de Escritura Urbana 2019

Inicia el martes 12 de Febrero y finaliza el 26 de Marzo, de 19 a 21hs. (6 encuentros de dos horas cada uno)
Arancel total: $1200

Este taller propone convertir la ciudad en un territorio para salir a cazar historias y narrarlas. En cada clase vamos a ver autores, géneros y recursos de escritura que nos permitan despertar la mirada para observar nuestra ciudad con otros ojos. Cada encuentro va a proponer diversas consignas relacionadas con el contenido abordado: todas implican diferentes estrategias para salir a la calle a capturar historias, anécdotas, lugares, personajes y traerlos al encuentro siguiente convertidos en textos. Un taller para salir, explorar, despertar los sentidos y vivir nuevas experiencias incluso a la vuelta de la esquina. ¿Conocés de verdad la ciudad en la que vivís? Sumate al Safari de Escritura Urbana y comprobalo.

Programa:
“1. Plazas (Julio Cortázar, María Moreno, Enrique Vila Matas)
2. Viajes (Martín Caparrós, Juan Villoro, Charles Darwin)
3. Experiencias (Chuck Palahniuk, Félix Bruzzone)
4. Mercados (Claude Levi-Strauss, Edgardo Cozarinsky, Enrique Raab)
5. Transporte público (Rodolfo Walsh, Jorge Asís)
6. Personajes (Pedro Lemebel, Truman Capote, Guy Talese) “

Consultas e inscripciones a: formacionmatienzo@gmail.com

Lo dejamos acá

Escribió Nanina y fundó la mítica revista Literal. Pero Germán García fue ante todo un gran conversador, que ayudó a pensar el psicoanalisis en Argentina.

Cuenta María Moreno que cuando Jacques Lacan lo conoció en su estudio parisino le hizo una simple pregunta: “¿De dónde viene?”. Germán García respondió sin dudar: “De la literatura”. Pasajero en tránsito de la literatura al psicoanálisis, escritor, ensayista, analista, polemista, conversador infatigable y deslumbrante, García fue autor de una extensa obra y una intensa vida, que se apagó el miércoles 26 de diciembre, un día después de cumplir los setenta y cuatro años.

Germán García fue parte de una estirpe fundada por Sarmiento: la de los intelectuales que se hacen a sí mismos, aquellos que nacen lejos de los centros de poder, sin respaldo familiar ni contactos. Nació en 1944 en Junín, hijo de un obrero metalúrgico, y en 1961 llegó a Buenos Aires para eludir una novela familiar que le tenía asignado el papel secundario de mecánico automotriz. Se encontró con los swingin sixties porteños, la vanguardia del Di Tella, la “manzana loca” de Marcelo T. de Alvear, Alem, Viamonte y Maipú, los boliches del bajo: el Moderno y el BárBaro. Pero, sobre todo, los bares de Calle Corrientes: La Giralda, el Politeama, La Paz, El Ramos, El Paulista, La Ópera. En esas cátedras bohemias donde se ejercitaba el arte de la chicana y la réplica feroz entre la neblina del tabaco, García forjó y veló las armas de la polémica, trazó alianzas y conoció maestros como Ricardo Zelarayán, que lo mandó a leer a Macedonio Fernández y Witold Gombrowicz.

A salto de mata entre “fantasías urdidas en las largas noches frías de alguna pensión”, un jovencísimo García escribe en esas chambre de bonne porteñas las páginas de su primera novela mientras lee todo lo que se lo pone enfrente. Nanina sale en 1968 precedida por una campaña de prensa que incluye elogios de Rodolfo Walsh y el semanario Primera Plana. La editorial Jorge Álvarez le hace honor a su impronta pop con una tapa que emula las serigrafías de Warhol y multiplica los retratos del sonriente autor. Más selfmademan novel que novela de iniciación, la historia del joven que huye del pueblo bonaerense para escapar al destino familiar y hacerse escritor es una profecía autocumplida que interpela a los lectores: agota tres ediciones y vende doce mil ejemplares hasta que un juez del Onganiato la encuentra obscena, confisca los ejemplares e inicia un proceso que condenó al autor a dos años de prisión en suspenso. Como Flaubert y Joyce, García también afrontó su propio juicio por ofender la moral y las buenas costumbres.

En ese mismo año, mientras ardía París, el autor de Nanina conoció a su “enemigo íntimo”, Osvaldo Lamborghini, y ambos trabaron una amistad con forma de alianza intrigante. En 1969 García gestionó la publicación de El fiord, de Lamborghini, un texto breve y revulsivo, que producía el impacto del parto contra natura de una nueva literatura y escribió un epílogo “Los nombres de la negación”, que firmó con el seudónimo Leopoldo Fernández (su segundo nombre y su apellido materno) para eludir una segunda condena. El fiord, a diferencia de Nanina, tuvo una circulación restringida al gueto literario. Entre sus célebres lectores estaba Oscar Masotta, importador de novedades teóricas, a quién le llamó tanto la atención el epílogo que invitó a García a sus cursos sobre Lacan. Ahora la literatura llevaba al psicoanálisis.

Entre fines de los sesentas y principio de los setentas Germán García parece vivir varias vidas en esa Argentina acelerada y recalentada a temperaturas que amenazan con la fusión de política y literatura. Colabora con la revista Los libros y llega a ocupar el consejo de dirección junto a Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Ricardo Piglia, quien anota en su diario: “Me encuentro con Germán García, el único en el que veo una inteligencia que funciona rápido”. La inteligencia veloz lo lleva a abandonar Los libros, descontento con su “ascensión a los extremos” y convencido de la necesidad de organizar un nuevo proyecto suma a Luis Gusmán a su dúo con Lamborghini y con esa formación de power trío arma la revista Literal.

Con solo tres volúmenes publicados entre 1973 y 1977 Literal pasa casi desapercibida para sus contemporáneos pero plantará una huella indeleble para las generaciones futuras. Canto del cisne de la vanguardia, Literal reconstruye la tradición, lee a Borges a través de Witold Gombrowicz, instala a Macedonio Fernández, mezcla teoría con ficción, psicoanálisis con literatura, defiende la autonomía de la literatura y enfrenta al realismo y al populismo que identifica como males de su época. Sus artículos sin firma se sostienen en la potencia de su escritura y sus intervenciones abonan el suelo fértil de un campo literario en el que años después germinarán las obras de Perlongher, Aira, Fogwill, Laiseca, Bizzio y Guebel, entre otros. García se reserva el primer artículo y abre la revista con una frase inolvidable: “La literatura es posible porque la realidad es imposible”.

Amante de las “máquinas institucionales”, en 1974 García funda con Masotta la Escuela Freudiana de Buenos Aires mientras da pelea para independizar al psicoanálisis de la tutela médica: “Quienes pretenden adoptar una posición revolucionaria en psicoanálisis no se han detenido a sacar las consecuencias de la subordinación del mismo a la medicina”, escribe en Literal. Exiliado en 1979 sigue la estela de Masotta, teje redes en España y continúa su formación en París. Regresa al país en 1985 y su ingeniería institucional lo lleva a  fundar la Biblioteca Internacional de Psicoanálisis (BIP) y la revista Descartes, que a partir de 1992 se convertirán en la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y la fundación Descartes, ejes de su trabajo de investigación, formación y transmisión psicoanalítica de ahí en adelante.

En 1974 fundó la Escuela Freudiana de Buenos Aires. El primer libro de Germán García fue de conversaciones: Hablan de Macedonio Fernández. Para quienes lo conocimos, al igual que con Macedonio, nos queda fija su marca indeleble de maestro oral, cultor del arte de la conversación, que despachaba autores y conceptos como quien habla de parientes con una sabiduría campechana. Polemista que templaba sus ideas al calor de la discusión, capaz de llamar intempestivamente a un autor para discutirle una idea deslizada en una línea del texto, muchos de sus ensayos y novelas tiene ese tono conversado en el que las ideas van y vienen, se superponen, se improvisan y se discuten como al calor de una charla. La publicación de Palabras de ocasión reúne sus entrevistas de 1969 a 2015 y repone parte de esa riqueza. De Hablan de Macedonio Fernández a Habla Germán García.

De la literatura al psicoanálisis, de Junín a Buenos Aires, de Buenos Aires a París, siempre llevando y trayendo del margen al centro, en tanto psicoanalista, ¡zas! escritor. Varios títulos de sus novelas aluden a traslados o viajes y en esos textos siempre hay un vaivén, un ir y venir en el tiempo y el espacio. La via regia, Parte de la fuga, la póstuma En la vía (cuyo original descansa sobre el mostrador de la editorial Mansalva, listo para entrar en prensa). En su última novela, Miserere, Germán García volvió a visitar los años sesentas en unas memorias ficcionalizadas (como si alguna no lo fuera) que terminan con elocuencia. Como en los congresos y jornadas que organizaba, siempre será mejor dejarle a él las palabras de cierre:

“Me reí de una ocurrencia que ya no compartía con nadie. Esa es la historia perdida, sin olvido, que visita el presente. Todo está en su lugar”.

Publicado en La Agenda de Buenos Aires  del viernes 28 de diciembre de 2018.

 

El comienzo

El comienzo es uno de los momentos claves de un texto literario. Prueba de esto es que si lo intentamos, seguramente podremos recordar muchos más comienzos que finales de cuentos y novelas. Pero además, el comienzo reúne características únicas y cruciales; las decisiones que se tomen ahí afectarán al resto de la obra. Read More

El arte de la escritura

Mi nombre es Ariel Idez, soy un escritor argentino nacido en 1977 y tengo cinco libros publicados a la fecha. Hace más de siete años que coordino talleres de escritura literaria y académica en distintos espacios culturales e instituciones educativas de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano Bonaerense. Read More

Elogio de la Pérdida y otras presentaciones, de Ariel Idez │ Indie Hoy

por Sofía Gómez Pisa para Indie hoy │ Agosto 2018

Haciendo gala del antiguo oficio de presentador de libros, derramando conocimiento sobre historia de la literatura, géneros, poesía y narrativa, Ariel Idez construye Elogio de la pérdida y otras presentaciones (Interzona, 2016). Una obra original, inteligente y meta-textual que también fue llevada al teatro, donde las presentaciones, a través de conferencias performáticas, volvieron a su lugar primigenio: la escena.

En Elogio de la pérdida y otras presentaciones la ficción parece ponerse al funcionamiento de una creación meta-textual…
Concuerdo con una clave de meta-ficción en el libro, ya que se trata de presentaciones de libros apócrifos (imaginarios). En ese sentido se trata de hacer ficción tomando un género muy menor, como el de las presentaciones de libros para convertirlo en una máquina de producir ficciones.

Elogio de la pérdida y otras presentaciones se hizo presente en mayo, en el Club Cultural Matienzo, con dos funciones. ¿Cómo fue ese traspaso de lo escritural a lo escénico?
La transposición a escena del libro fue idea del dramaturgo y performer Maximiliano de la Puente. Él percibió algo muy interesante: que la presentación de un libro es sobre todo un hecho escénico, una comedia protagonizada por un autor y un presentador. Entonces no se trató tanto de “llevar” estos textos a escena como de “devolverlos” a esa escena en la que se originaron (aunque fuera una escena imaginaria). Por supuesto que en ese pasaje ideamos con Maxi y Bettina Girotti, que colaboró en la puesta, una serie de dispositivos escénicos que permitieran “materializar” a esos libros y sus autores imaginarios. Últimamente veo muchos textos literarios que llegan a la escena (como Electrónica, de Enzo Maqueira, los cuentos de Casciari o los de Tomas Downey) y me parece una forma muy interesante de darle una nueva vida a un libro.

Si bien las presentaciones de libros ya estaban presentes en tu vida de alguna forma, ¿por qué escribir un libro de ellas?
El libro es de presentaciones porque me gustó el formato de la presentación dado que nunca se había abordado para producir una obra de ficción. Además, me permitía emprender la operación borgeana de contar libros en lugar de escribirlos.

” (…)Si la historia de Petrecca parece cuento (chino), su encuentro con Leslie Ho no hace más que agregar otro capítulo a esta saga prodigiosa. Porque si bien nuestro poeta y traductor vive en Caballito, su novia habita el barrio de San Telmo. Imaginen su sorpresa cuando vio al fiambrero del supermercado leyendo una antología del poeta de la dinastía Tang, Li He. Pero mayor aún fue la sorpresa que se llevó Leslie Ho cuando un joven cliente le preguntó –en chino– si le gustaba la poesía. En verdad ni siquiera llegó a sorprenderse, porque la situación era de un grado tal de improbabilidad que su mente no fue capaz de procesarla: Ho confesaría después que creyó que, de tanto soportarla como ruido de fondo, había logrado empezar a comprender, como en un pase de magia, el idioma de los argentinos y por eso respondió con un dubitativo ‘Sí… ¿Cuánto de mortadela?’. Pero ya podemos suponer que Petrecca no es de esos que se amilanan a la primera adversidad. A riesgo de elevar peligrosamente sus índices de colesterol, empezó a comprar fiambre todos los días o, al menos, todos los días que pasaba en casa de su novia, eligiendo estratégicamente los horarios en los que el súper estaba más tranquilo, y así logró ganarse la confianza de Ho, que ni en sus más descabelladas fantasías imaginó que podría ponerse a hablar en chino sobre poesía china clásica con un cliente argentino mientras rebanaba en fetas una pata de jamón cocido Paladini (…)”
(Poemas Argentinos, Leslie Ho, en Elogio de la Pérdida y otras presentaciones)

La voz narrativa irónica que utiliza Elogio de la Pérdida y otras presentaciones parece funcionar desacralizando las presentaciones de libros…
Es que la presentación de un libro tiene algo de ritual, de bautismo, y como todo ritual, tiene algo de “sagrado”. Nadie cree en lo que se dice en una presentación, como nadie cree que lo que sucede en un ritual sea “real”, pero en ambos casos se hace “como si” y ese “como si” tiene efectos concretos. Por eso me interesaba desacralizar, “profanar”, lo que las presentaciones de libros tienen de ritual y de sagrado a través de la ficción.

¿Te imaginás un mundo sin presentaciones de libros?
Sí. No sé si siempre se presentaron los libros y si siempre se seguirán presentando. Lo importante del libro es el texto, todo el resto es prescindible. Igual creo que no sería un mundo en el que me gustase habitar.

Nota original: http://www.indiehoy.com/libros/elogio-la-perdida-otras-presentaciones-ariel-idez/

Literal: la vanguardia intrigante │ Étcetera de la Fundación Descartes

Fragmento de la Introducción al libro. Las fotos son de la presentación del libro realizada en la Fundación Descartes el martes 26 de abril.

en Etcétera periódico de la Fundación Descartes │ Mayo de 2011
A principios de los años setenta, cuando todos hablaban de revolución, un grupo de jóvenes escritores se propuso tomar el Palacio de Invierno de la Literatura Argentina. Sus nombres eran Germán García, Luis Gusmán y Osvaldo Lamborghini, y el arma secreta con el que pensaban llevar adelante su plan, una revista literaria llamada Literal.
La estrategia no resultaba por cierto novedosa: la historia de la literatura local está jalonada por el nombre de publicaciones que marcaron una época: La Biblioteca, de Paul Groussac; La revista de América, de Rubén Darío y Ricardo Jaimes Freyre; Nosotros de Alfredo Bianchi y Roberto Giusti; Martín Fierro, con los jóvenes Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo y Leopoldo Marechal;
Sur, de Victoria Ocampo; Contorno, que agrupó a los hermanos David e Ismael Viñas, Oscar Masotta y Juan José Sebrelli; Poesía Buenos Aires, con Edgard Bayley y Francisco Maradiaga, por citar algunas de las más importantes. Estas revistas comprendieron no sólo los nombres de quienes las llevaron adelante, sino sobre todo una forma de pensar y hacer literatura. En este contexto puede decirse de Literal que, si bien no cierra este ciclo de constante renovación y reformulación, engloba el último de estos movimientos que se presenta en sociedad con las altisonantes trompetas de la vanguardia.
Mediante esta contraseña casi secreta (a excepción de un texto de Horacio
Romeu, la palabra “vanguardia” no se menciona en la publicación), los
manifiestos se multiplican en Literal para exponer otra forma de leer y escribir
que denuncia al mismo tiempo la coartada de un campo literario ahogado por
las demandas políticas y propone un lugar de una literatura revolucionaria,
una revolución de la literatura. Contra la fachada del compromiso y la mala fe
del referente revolucionario, los hombres de Literal librarán su batalla en el
plano de la gramática y la sintaxis, herramientas con las que, a fin de cuentas,
el orden dominante construye su discurso hegemónico.
De todas maneras, no resulta extraño que, en una época signada por la
agitación política y social, un grupo de jóvenes autores intentaran copar el

cenáculo de las letras locales. ¿Fue Literal un movimiento a c

De izquierda a derecha: Osvaldo Baigorria, Ariel Idez, Germán García y Ricardo Strafacce.

ontramano

de su época o se hizo cargo de llevar esa misma lógica hasta sus últimas
consecuencias en su propio campo de acción? Este es uno de los interrogantes
del cual el presente libro intentará dar cuenta. Para ello, se tratará de
reconstruir el campo y el clima cultural en sus aspectos más significativos
vinculándolos a las propuestas de la revista.
Lo cierto es que hoy, a 37 años de su primer número, puede decirse que Literal

ha ejercido la influencia de una corriente subterránea de la que muchos escritores abrevaron para producir su obra. La revista sólo alumbró tres ejemplares: septiembre del 73’, mayo del 75’ y noviembre del 77’.

Germán García

Pronto devino en mito, se la citó de oídas y se evocó casi como un pathos al
que la literatura argentina podía aspirar. Con los años, su nombre comenzó
a escucharse cada vez con mayor insistencia, a medida que los autores que
se formaron bajo su halo comenzaban a ganar protagonismo en el campo
literario. De este modo, Literal resultó una pieza clave en la educación
sentimental de escritores que emergieron y se consolidaron en las décadas
siguientes. Rodolfo Enrique Fogwill, por citar uno de los casos más conocidos, agitó el nombre de la revista como santo y seña de un nuevo canon que el autor de Los pichiciegos impulsó desde las páginas de publicaciones de los años ochenta, como El porteño, Vigencia o Tiempo Argentino, en las que escribía:
“No matar las palabras, no dejarse matar por ellas titulaba en su primera edición la revista Literal, nacida contemporáneamente y en respuesta a Crisis.
Literal nunca vendió cuarenta mil: habrá vendido cuatrocientos. Literal nunca encontró –como Crisis- un mecenas coleccionista de arte: oponerse a las supersticiones colectivas no es un buen negocio.” (1)
(1) Fogwill, Rodolfo Enrique, “Ese gustito a muerto” en Los libros de guerra, Buenos Aires, Mansalva, 2008, p. 132. Fogwill también ha manifestado la trascendencia de Literal en numerosas entrevistas, en una de ellas publicada en 1993 en el Diario de Poesía, afirma: “Para mí, el único lugar desde donde se podía pensar durante los años setenta era Literal”. Op.cit. p.284.
Nota original: http://www.descartes.org.ar/Files/etcmay11.pdf

Un repaso de la historia de la mítica Literal │ El Sol

En noviembre de 1973 salía a la calle el número uno de una revista que marcaría una buena parte del camino que recorrería luego la literatura nacional. Literal era el nombre de esta publicación, que contaba en sus filas con Germán García, Osvaldo Lamborghini, Luis Gusmán, Josefina Ludmer, Ricardo Ortolás y Lorenzo Quinteros, entre otros.

en El Sol │ Abril de 2011

En noviembre de 1973 salía a la calle el número uno de una revista que marcaría una buena parte del camino que recorrería luego la literatura nacional. Literal era el nombre de esta publicación, que contaba en sus filas con Germán García, Osvaldo Lamborghini, Luis Gusmán, Josefina Ludmer, Ricardo Ortolás y Lorenzo Quinteros, entre otros. Casi cuatro décadas después, editorial Prometeo lanza Literal, la vanguardia intrigante, del investigador especialista en periodismo Ariel Darío Idez, un libro que repasa la historia de esta revista, que apenas llegó a publicar tres números: además del inaugural ya mencionado anteriormente, las ediciones doble 2/3, en mayo de 1975, y 4/5, en noviembre de 1977.

Pese a su corta vida, sus tres ediciones marcaron un rumbo que varios autores contemporáneos seguirían, convirtiéndose casi en un mito, a pesar de haber tenido que soportar el rechazo de muchos personajes de la cultura de entonces, hecho que los responsables de la publicación no sólo aceptaron, sino que tomaron como un indicador de lo que la revista significaba para la época y de las voces que esta podía levantar. “El rechazo que Literal sufrió muestra que fue entendida y que todo mensaje llega a destino, aunque sea bajo la forma del odio que instaura la negación”, cita Idez de la página 17 del número 4/5 de Literal.

EN CONTEXTO. La contextualización que Ariel Darío Idez realiza de Literal en su tiempo es una de las principales herramientas que provee al lector para comprender cómo, por qué y para quiénes surge esta publicación. El país convulsionado y sangriento de la década del 70 es el espacio y el tiempo en el que nacerá Literal, lo que llevó a sus responsables a enunciar, entre otros argumentos, que la publicación nacía “porque la literatura argentina debe romper con la Literatura para ser argentina” y “porque no hay propiedad privada del lenguaje”. Reseñando el escenario político, económico y social de la época, Idez nos ofrece una investigación exhaustiva sobre un mito.

Nota original: https://www.elsol.com.ar/un-repaso-de-la-historia-de-la-mitica-literal.html

Restos de un pasado que vuelve│ Rosario 12

Mucho más citada que leída, con el paso de los años la publicación se transformó en auténtico lugar de referencia a la hora de pensar y hacer literatura en Argentina. Pero además libró batallas contra el ideal del “compromiso”.

por Nicolás G. Recoaro y Gustavo Toba para Rosario 12 │ Febrero de 2011

A la revista Literal le bastaron tres volúmenes para convertirse en una referencia obligada a la hora de pensar la literatura. El libro de Ariel Idez sobre este proyecto de los años setenta contribuye a pensar su génesis.

En los 70, era una obligación implícita posicionarse respecto de la Revolución Cubana.

¿Qué comparten Jacques Lacan, la primavera camporista, Germán García y el antirrealismo? ¿En qué confluyen Oscar Masotta, la muerte de Perón, Osvaldo Lamborghini y la instauración de un nuevo canon literario argentino? ¿Qué une a la no obra de Macedonio Fernández, la Revolución Cubana, el psicoanálisis y Lorenzo Quinteros? ¿Y qué a la bohemia errante de los cafés de la Avenida Corrientes, Luis Gusmán, el post humanismo y el filósofo Eugenio Trías? La respuesta más fácil (o no tanto): todos ellos participaron o colaboraron para forjar Literal, la revista que ejerció un curioso magnetismo durante buena parte de los 70 en el campo cultural argentino. Mucho más citada que leída, con el paso de los años la publicación se transformó en auténtico lugar de referencia, es cierto que un tanto subterráneo, a la hora de pensar y hacer literatura en la Argentina.

La reciente aparición del libro Literal. La vanguardia intrigante (Prometeo), del escritor e investigador Ariel Idez, contribuye a repensar la génesis de ese proyecto que duró apenas cuatro años y tres volúmenes. Durante ese corto pero intenso período, Literal libró batallas contra el ideal del “compromiso”, las formas tradicionales de la representación y la potestad del hombre de acción revolucionario, desde el plano de la gramática y la sintaxis, armas con las que también el orden dominante construye su discurso hegemónico.

Y dio además el puntapié inicial a aquello que Héctor Libertella (otro colaborador de la revista) llamó “el lento destilado del psicoanálisis en la literatura”, ese delgado tránsito entre el inconsciente y la letra.

Hacia principios de la década de 1970, el campo literario latinoamericano se había vuelto un lugar de ida y vuelta constante entre el discurso estético y el político. La necesidad de algún posicionamiento efectivo respecto de la Revolución Cubana era, cada vez más, una obligación implícita para todo escritor afín a la izquierda. Los debates respecto de la noción de “compromiso”, primero, y la problematización de la propia figura del intelectual y productor cultural más tarde, comenzaban a exhibir la emergencia de un antiintelectualismo que reprobaba en distintos grados el discurso literario concebido como mero “juego de palabras”.

En el escenario literario argentino, a su vez, la aparición del peronismo se insinuaba hacía rato como una posible salida (o entrada) del ideal ilustrado sarmientino, de la literatura de ideas y de la escritura como “reflejo” de otra cosa.

El primer número de Literal salió a la calle durante los primeros días de noviembre de 1973, precedido por afiches callejeros: “Herederos setentistas del espíritu muralista de las vanguardistas Prisma, Inicial y Martín Fierro”. Inmunes a la seducción de la imagen, los pequeños carteles intentaban llamar la atención de los caminantes con ocho puntos encabezados por el título “Literal N 1: Una Intriga”, que conformaban una declaración de principios (reforzados por dos manifiestos que aparecen en el primer volumen).

Idez explica que el mismo concepto de “intriga” con el que se presenta Literal en el afiche sería uno de los leitmotivs del grupo. Intriga entendida menos como misterio que como conspiración (“la literatura es un objeto intrigante, su producción es una intriga aunque no resulte un misterio para nadie”) y muy acorde al clima de época.

Frente al ideal humanista revolucionario, la revista impulsaba una intervención corrosiva y fragmentaria sobre “la empresa occidental de la significación”, poniendo en juego (literalmente) la ambigüedad y la sobreabundancia inherentes a todo lenguaje. “Asumir el compromiso = Pactar un trato con la escritura burguesa de los medios de información”, escribía Osvaldo Lamborghini en el segundo número de la revista, fechado en mayo de 1975. En todo caso, subordinación de la escritura al goce en lugar de a la política. Literal apuntaba que ahí donde la funcionalidad del discurso como pura comunicación, como contenido informativo, como sentido directo se hace soberana, la literatura se esfuma. De allí su manifiesto rechazo también al discurso periodístico.

El proyecto Literal formó parte de un relativo boom editorial y una constelación de libros fundacionales publicados en esos años por sus fundadores: Nanina (1968), Cancha Rayada (1970) y La vía regia (1975), de Germán García; El Fiord (1969) y Sebregondi retrocede (1973) de Osvaldo Lamborghini; El frasquito (1973) y Brillos (1975) de Luis Gusmán. Sin embargo, sería un error calibrar las apuestas de la revista sólo en el plano de su influencia contemporánea, sin ponerlas a jugar con la tradición literaria argentina y la conformación de una nueva genealogía que se reapropiaba de nombres como Macedonio Fernández, Oliverio Girondo y el fundamental Witold Gombrowicz.

Quizás, como dice Idez, en aquellos años donde todo el mundo hablaba de revolución, un grupo de cuatro o cinco escritores se propuso tomar por asalto el Palacio de Invierno de la Literatura Argentina, para dejar esparcidos “los restos de un futuro que vuelve”.

* Fragmentos de una reseña de “Literal. La vanguardia intrigante” de Ariel Idez.

Nota original: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/21-27560-2011-02-24.html