Arribamos a la tercera y última parte de esta serie de artículos dedicados a la descripción. Ya hemos revisado sus características y cómo realizar una buena descripción, sobre todo a partir de la atención a los detalles y la apelación a los sentidos. Ahora, me gustaría finalizar este breve recorrido señalando algunos posibles usos de la descripción como un recurso literario. Ya que, si bien la descripción tiene una función utilitaria dentro de la historia (dar cuenta de un referente real o imaginario) a esa función podemos agregarle otras, expresivas, en la que la descripción es capaz de desplegarse para alcanzar otros usos y producir nuevos sentidos.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que una buena descripción lo es en función del texto en el que actúa. Es el texto en su conjunto el que incorpora y le da un sentido pleno a la descripción que contiene y con la que se complementa como una parte de ese conjunto articulado (no olvidemos que la palabra texto proviene de textus, “tejido” en latín). Por eso, cada ejemplo debe ser tomado dentro de su propio contexto, fuera de él, esa misma descripción podría resultar o bien insuficiente o excesiva.
Descripción en el cuento y en la novela
Una primera cuestión a tener en cuenta es que la descripción funciona de forma distinta según el género, no es lo mismo la descripción en el cuento que en la novela. A riesgo de decir una obviedad, en el cuento la descripción tiene un espacio mucho más acotado y esto supone utilizarla de la forma más eficiente y eficaz posible. Esto implica que las descripciones en los cuentos tienen más un carácter de “bocetos” que de descripciones acabadas. La economía narrativa del relato breve pone a prueba la pericia del escritor para evocar en la mente del lector un lugar o un personaje a partir de unos pocos rasgos. Por eso, es importante pensar bien en esos rasgos y elegirlos cuidadosamente. Una combinación entre algunos aspectos genéricos y otros muy específicos también puede ser una buena solución a este problema. Observemos por ejemplo esta descripción de una mujer que hace Samanta Schweblin en su cuento “Nada de todo esto”: “Es alta y rubia, grandota como el chico, y sus ojos, su nariz y su boca están demasiado juntos para el tamaño de su cabeza”. Es decir, combina algunos rasgos que nos permiten hacer una idea general (alta, rubia, grandota) con otro, único, que la individualiza (ojos, nariz y boca demasiado juntos para el tamaño de su cabeza).
En la novela, por supuesto, hay mayores posibilidades para desplegar una descripción. También tenemos que tener en cuenta que la descripción tiene una naturaleza histórica, es decir que cambia a lo largo del tiempo. Ya no nos encontramos (salvo algunas excepciones) con las largas descripciones que caracterizaban a las novelas realistas del siglo XIX. La descripción en la novela contemporánea también tiende al boceto. Otra de las posibilidades de la novela es la de distribuir la descripción de un lugar o, sobre todo, de un personaje a lo largo de varios capítulos o episodios. También existe la posibilidad de dar cuenta de un lugar o de un personaje a través de sus interacciones con los otros personajes de la historia. En el caso de los personajes, es preferible una descripción dinámica, es decir, que nos muestre sus características a través de una acción, que una estática, en la que el personaje pareciera posar para ser “pintado” por el autor. Otro tanto sucede con los lugares; describir una casa como laberíntica tendrá mucho menos efecto que mostrar cómo un personaje se pierde en ella. Así como la descripción puede resultar narrativa, la acción puede tomar una función descriptiva, al mostrarnos rasgos de un personaje a partir de sus acciones.
Pero además, algunos escritores han utilizado creativamente la descripción como un recurso expresivo. Veamos algunos ejemplos.
La descripción como enigma
Solemos asociar la descripción al acto de dar cuenta de un referente conocido por el lector, pero, ¿qué sucede si no sabemos a qué o quién corresponde la descripción que presenta el texto? Este simple recurso despierta un interrogante en el lector (¿Qué es eso? o ¿Quién es ese?) y lo lleva a leer hasta el final para develar la incógnita. Así, por ejemplo, está construido el breve relato “Mi nuevo amor”, de Hebe Uhart, en el que la narradora da cuenta de su nueva pareja, cuyo rasgo principal y sorprendente se nos revela recién en la última línea.
La descripción sucesiva
Ya dijimos que la descripción produce una “suspensión” de los acontecimientos, pero, ¿Qué sucedería si aquello que se describe sufre sucesivas transformaciones? El cuento “La calle de los mendigos” del escritor uruguayo Mario Levrero comienza con un hecho trivial: el intento de prender un cigarrillo. Como el encendedor no funciona, el protagonista intenta desarmarlo. Cada nueva operación sobre el artefacto revela un maravilloso mundo de mecanismos y piezas ocultas, que se van desplegando hasta ocupar todo el espacio. El relato avanza a partir de una serie de descripciones (que se desatan con cada maniobra para desarmar el encendedor) y es la diferencia entre estas descripciones d1 d2 d3 la que hace progresar las acciones más que las acciones en sí mismas.
La descripción narrativa
Manuel Puig fue un virtuoso de los recursos estilísticos (que él llamaba “trucos”). En su novela Boquitas pintadas decidió narrar cada capítulo a partir de un recurso –truco– distinto. Así, el tercer capítulo (o “entrega” como él lo denomina para homenajear al folletín melodramático) consiste en dos extensas descripciones: la del álbum de fotografías de Juan Carlos Etchepare y la del “Dormitorio de señorita” de María Mabel Sáenz, los protagonistas de la historia. A través de estas descripciones, sobre todo de una foto que se encuentra en el álbum y en el dormitorio y de sus respectivas inscripciones, llegamos a saber mucho sobre los personajes y su historia. Ambas descripciones, pero sobre todo la del dormitorio, semejan el movimiento de una cámara que se desplazara por el espacio mostrándonos todo lo que puede ser visto. Es un notorio recurso cinematográfico que, por ejemplo, utiliza Hitchcock al comienzo de La ventana indiscreta para presentarnos al protagonista. Puig tomó muchos de sus recursos del cine (su formación fue era mucho más cinematográfica que literaria) pero aprovechó una ventaja que brinda la literatura: la de poder profundizar la descripción. Así, dentro de un cajón, encuentra un forro tejido para una bolsa de agua caliente, dentro de aquél, dos libros “científicos” de educación sexual y, entre ambos libros, una fotografía (la misma que encontramos en el álbum de Juan Carlos) y en su reverso, una declaración de amor. Esta descripción en forma de “cajas chinas” sería muy difícil de hacer en el lenguaje audiovisual y muestra que la descripción tanto puede avanzar hacia fuera como hacia dentro de aquello que describe.
La extenuación descriptiva
El noveau roman u “objetivismo” fue una corriente literaria (principalmente francesa) que se propuso prestarle tanto o más atención a los objetos que a los personajes en la elaboración de sus historias. En Argentina, el escritor mendocino Antonio Di Benedetto fue su pionero y el santafecino Juan José Saer, quien supo llevar estos postulados hasta el extremo de apropiárselos a través de un estilo personalísimo, que también abrevaba de la entonación poética. Una de las herramientas que puso en juego Saer (y los cultores del noveau roman) fue la de exacerbar las descripciones, ampliándolas hasta el último detalle o, mejor dicho, hasta el penúltimo, porque la sensación que nos queda tras leerlas es que nunca es posible acabar una descripción, que el mundo de las palabras es radicalmente distinto al mundo de las cosas, aunque en apariencia uno represente al otro. Esto puede advertirse en cualquier párrafo de Saer, como en el comienzo de su novela Nadie nada nunca en el que los atributos que describen la isla se van sumando en una progresión que pareciera no tener fin.
“No hay, al principio, nada. Nada. El río liso, dorado, sin una sola arruga, y detrás, baja, polvorienta, en pleno sol, su barranca cayendo suave, medio comida por el agua, la isla”
Finalmente, desde el laboratorio en el que el escritor experimental Georges Perec creaba sus ficciones, nos llega Tentativa de agotar un lugar parisino. El libro se basa en dos días y medio de observación minuciosa desde distintos lugares de la Place St. Sulpice de París. Su resultado es una reducción de la descripción a sus elementos fundamentales: la lista, el catálogo, la enumeración. Según Perec, su objetivo fue describir “lo que no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia: lo que pasa cuando no pasa nada”. La descripción cobra en este libro un carácter absoluto y logra fijar lo efímero, lo que estaba destinado a pasar sin que nadie reparara en ello.
Estos ejemplos radicales vienen a demostrar que la descripción total es imposible. La descripción absoluta es una empresa de antemano destinada al fracaso y, quizás por eso, intrínsecamente literaria.