El narrador

A menudo olvidamos que la literatura nació como un arte oral. En sus orígenes y durante miles y miles de años los seres humanos se agruparon alrededor del fuego o bajo una bóveda estrellada para escuchar historias que eran contadas por personas especialmente entrenadas en el relato oral. Para culturas que desconocían la escritura, esa era la forma de transmitir sus tradiciones y creencias, mitos, leyendas y conocimientos y traspasarlos de generación en  generación. Los contadores de historias eran especialistas en ese arte: poseían una memoria prodigiosa y contaban con numerosos recursos para capturar la atención de su auditorio y hacerlo vivir las experiencias y vicisitudes de los protagonistas de sus relatos.

La invención de la escritura, unos 3300 años antes de Cristo, inauguró la era de la literatura escrita, pero a esta le llevó mucho tiempo separarse de los rasgos y las marcas de la oralidad para adquirir autonomía y características propias. Entre aquellos rasgos que la escritura tomó de la oralidad está la figura del narrador. Esta función se encuentra tan arraigada y naturalizada que no nos sorprende para nada al leer una historia por escrito que haya “alguien” que nos la cuenta, al contrario, la esperamos y si no apareciera esa voz que lleva adelante el relato de los hechos nos sentiríamos desorientados y desconcertados. Sin embargo, si vamos a ver una película no esperamos que nadie la narre sino que aceptamos que la historia “se cuente sola” a través de las imágenes (probablemente porque el cine, al ser un arte surgido hace 120 años, ya no tenía que rendir cuentas a la oralidad). El narrador, en literatura, es esa figura textual que evoca al fantasmático chamán de nuestra tribu ancestral, que enciende la hoguera de nuestra mente y proyecta, en la sombra de las palabras, la vida y obra de los personajes de ficción.

En suma, si queremos contar una historia por escrito requeriremos el auxilio de un narrador. Una primera advertencia es no confundir al narrador con el autor. El autor es la persona de carne y hueso que escribe la historia mientras que el narrador es la función textual que tiene a su cargo contar esa historia. Uno existe en el mundo y el otro, en el texto.

Hay varias clases diferentes de narradores posibles; cada una brinda diferentes posibilidades e impone límites para la construcción de la historia. La elección del narrador influye decisivamente en el manejo de la información y la construcción del punto de vista, aspectos que veremos más adelante  Por lo tanto, seleccionar el tipo de narrador que utilizaremos para escribir nuestro relato o novela es una de las decisiones más importantes y una de las más difíciles de cambiar (salvo que volvamos a escribir todo de nuevo). Asimismo, el narrador suele ponerse de manifiesto desde el inicio de la historia (apenas empleemos una persona gramatical). Por ende, es una decisión que conviene meditar y no dejar librada al azar (aunque tal vez sí a la intuición).

Hay casi tantas clasificaciones como tipos de narradores, yo voy a optar por ordenarlos según la persona gramatical empleada, que, a mi criterio, es una de las más claras y comprensibles.

Narradores en 1ra persona

Los narradores en 1ra persona también son llamados “intradiegéticos” (diégesis, en griego, significa “historia”). Como ese nombre sugiere, este tipo de narradores se encuentran dentro de la historia, es decir que cumplen una doble función: son narradores y personajes. Podemos dividirlos en dos clases:

  1. El narrador protagonista En este caso, el protagonista cuenta su historia en primera persona. Este tipo de narrador tiene las ventajas de concentrar la atención en el protagonista y de poder ver el mundo a través de sus ojos. A su vez, una de las desventajas de este narrador es que su nivel de información coincide con el del protagonista, puede transmitirnos lo que piensa y siente el personaje principal, pero no el resto. Por otro lado, el protagonista (y su voz) deben seducir al lector; si en cambio le resultan desagradables o anodinas, puede que abandone la lectura. Los ejemplos de este tipo de narrador son tan abundantes que casi no vale la pena mencionarlos, pero podemos retener el de Holden Caulfield, narrador protagonista de El guardián en el centeno, cuya personalidad depende tanto (o menos) de lo que hace que del modo en nos lo cuenta con su propia voz.

 

  1. El narrador testigo Aquí es un personaje secundario el que cuenta la historia. Esta variante suele producir resultados interesantes, ya que si bien el narrador forma parte de la historia, al no protagonizarla, puede tomar distancia de ella y ofrecernos otro punto de vista más meditado y menos inmediato (y parcial) de los acontecimientos. Por ejemplo, conocemos al Gran Gatsby a través de la mirada indiscreta de su vecino, Nick Carraway, en el clásico de Francis Scott Fitzgerald.

El Narrador en 2da persona

Esta rara avis literaria también es conocida como narrador “autodiegético”, ya que produce el efecto de que el narrador se cuenta la historia (o se habla) a sí mismo. Otra opción es que el narrador se dirija al lector o a una entidad ficcional que se ubica fuera del marco de la historia. Dada la rareza y poco uso de esta opción, un narrador en segunda persona seguramente llamará la atención del lector. Después será mérito del escritor conservar esa atención y conducirla hacia algún lugar.

Entre las pocas novelas que recuerdo con narradores en segunda está Rubias peligrosas, de Jean Echenoz, que apela al lector con un comienzo muy atractivo: “Es usted Paul Salvador y anda en busca de alguien”.

Entre los libros escritos en castellano en los últimos tiempos tenemos Electrónica, de Enzo Maqueira, cuya narración en segunda persona también irrumpe desde el comienzo: “Te encontraste con el examen de Rabec y sentiste las mariposas en la panza”. En este caso la segunda persona guarda una sorpresa que se revela sobre el final de la historia (si quieren saber cuál es, deberán leer la novela).

Narradores en 3ra persona

A la narración en 3ra persona se la conoce como “extradiegética”, es decir que en este caso el narrador está fuera de la historia y opera como una entidad ajena a los personajes. Este tipo de narrador puede tomar distancia de los hechos y los personajes y adquirir un mayor grado de objetividad. También tiene la ventaja de poder moverse con mayor libertad en el espacio y el tiempo, así como entre los personajes y hacer foco en cada uno de ellos. El narrador en tercera persona puede contar lo que considere interesante mientras que el narrador en primera persona solo puede mostrar lo que le sucede a sí mismo. Este narrador, además, puede poseer una gran cantidad de información sobre los personajes y los acontecimientos pasados, presentes e incluso futuros, aunque habría que tener cuidado con esto para no abrumar al lector. La narración en tercera persona admite muchas variaciones y matices, pero podemos distinguir claramente algunas variantes:

  1. El narrador omnisciente Este narrador, habitual en la novela realista del S. XIX, es aquel que lo sabe todo: puede contarnos hechos pasados o anticiparse a futuros acontecimientos, así como describir a los personajes tanto por fuera como por dentro, ilustrándonos sobre sus pensamientos y sentimientos. También es habitualmente empleado en géneros como la ciencia ficción y el fantasy, en los que es necesario apelar al worldbuilding, es decir construir y presentar al lector un mundo con sus características y leyes propias. El peligro del narrador omnisciente es que asfixie al lector con tanta información y no le deje lugar a que imagine y conjeture por sí mismo.
  2. El narrador objetivo El narrador objetivo se comporta a veces como el redactor de un informe, permanece en la superficie y se limita a mostrar al lector lo que los personajes piensan y dicen, sin incursionar en sus pensamientos o sentimientos. Este narrador le asigna un importante lugar a las especulaciones de los lectores al dejar muchos espacios en blanco respecto a las motivaciones o intenciones de los personajes, así como a los acontecimientos pasados o futuros de la historia.
  3. Narrador equisciente: Este narrador es una cruza entre el narrador protagonista y el objetivo. En este caso el narrador se identifica con el personaje central de la historia y conoce sólo aquello que este sabe o le han contado. Este narrador puede mostrar los  pensamientos y opiniones del protagonista, (generalmente haciendo uso de la técnica conocida como estilo indirecto libre)  pero no los de los demás personajes, a menos que estos se lo cuenten. Su punto de vista coincide con el protagonista mientras su visión respecto a los sucesos y al análisis del resto de los personajes es limitada y subjetiva.

Casos especiales

El narrador ausente (Puig)

Dijimos al principio de este artículo que la ausencia de narrador produce un efecto de extrañamiento en un texto literario y precisamente a esto apunta este recurso. El efecto es que la historia parece “contarse sola”, como si se desplegara ante los ojos del lector sin mediación alguna. Manuel Puig ha sido un maestro de este recurso. En Boquitas pintadas, por ejemplo, aporta diferentes partes de la historia a través de diferentes recursos (cartas, diálogos, descripciones objetivas). Esto produce un efecto de impacto directo en el que el lector funciona como aquel que debe ordenar esas piezas para terminar de organizarlas y darle sentido a la historia. En El beso de la mujer araña,  un efecto similar se logra transcribiendo simplemente los diálogos entre los personajes. Como vemos, hay notorias semejanzas con el texto dramático y el guión cinematográfico, de donde se pueden obtener recursos para este tipo de efecto.

El narrador polifónico

También conocido como “multiperspectiva”, se trata de una historia contada por dos o más personajes que aluden a los mismos hechos pero desde su propio punto de vista, que por supuesto generalmente no coinciden entre sí. Encontramos un virtuoso ejemplo de este recurso en la novela El oficio de sobrevivir, de Marcelo Damiani.

Narrador en primera persona autónomo

¿Qué pasaría si nos encontráramos con un narrador extradiegético en primera persona? Es decir, un narrador que opera como una entidad ajena a la historia pero que nos habla por sí misma. Es lo que pudo haberse preguntado Kurt Vonnegut cuando pensaba cómo escribir su novela Desayuno de campeones. Se trata sin duda un recurso que apunta a romper el efecto alucinatorio de la narrativa realista y a destacar la naturaleza de artefacto lingüístico de la novela. Algo así como “romper la cuarta pared” del libro, es decir, un efecto político y experimental. Vonnegut sale muy bien parado porque lo lleva adelante con humor, inteligencia y sensibilidad y logra contar la historia al mismo tiempo. Muchos años antes, en Argentina, Macedonio Fernández logró algo similar aunque más radical en su Museo de la novela de la eterna.

 Narradores combinados

¿Es posible utilizar distintos tipos de narradores en un mismo relato o novela? Roberto Bolaño demuestra que sí en su novela Los detectives salvajes, organizada en tres partes. La primera y la tercera consisten en el diario íntimo de Juan García Madero, un joven aspirante a poeta que nos presenta a los protagonistas: Roberto Belano y Ulises Lima (es decir, un narrador testigo). Mientras que la segunda (que abarca la mayor parte del libro) funciona como un relato polifónico construido a partir de múltiples testimonios de personajes que conocieron a Lima y Belano. Haber llevado esto a buen puerto hace de la novela misma una proeza técnica.