Mi nombre es Ariel Idez, soy un escritor argentino nacido en 1977 y tengo cinco libros publicados a la fecha. Hace más de siete años que coordino talleres de escritura literaria y académica en distintos espacios culturales e instituciones educativas de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano Bonaerense. Dos de las cosas que más me gusta hacer es escribir y enseñar y me he puesto como objetivo unirlas en una misma empresa: me propongo escribir una serie de artículos (que acá llamaremos posts o entradas), capítulos de un libro imaginario que se desplegará en continuado sobre el arte de escribir.
Mi intención es unir mi experiencia como escritor a mi práctica como docente para tratar de explicar de la forma más sencilla posible las claves para escribir un buen (y, por qué no, hasta un “gran”) texto literario.
De modo que estas líneas y las que vendrán están dirigidas especialmente a todas las personas que tienen deseos de escribir y que, o bien encuentran diversas dificultades que se lo impiden, o bien no quedan –tanto ellas como sus lectores– nada conformes con sus resultados. Jorge Luis Borges decía que un escritor debe tener “encanto”: “Sin el encanto, lo demás es inútil”. Encanto proviene del latín incantare, recitar un hechizo. Un buen escritor, entonces, es aquel capaz de producir un texto que, solo mediante palabras, lanza un conjuro que hechiza a sus lectores para hacerles creer en cosas que no existen, vivir otras vidas, habitar otros mundos. La magia o el inasible talento suelen esgrimirse como fuente inexplicable, sobrenatural o romántica, del genio literario.
Sin embargo, hasta el más grande genio de las letras ha empleado estructuras narrativas, figuras retóricas, recursos y “trucos del oficio” que lo precedieron. Y, por otra parte, les puedo garantizar que de los cientos de miles de libros que se publican al año en el mundo (solo en Argentina, en el año 2015 se publicó un libro cada 18 minutos) la inmensa mayoría no son producto de la genialidad sino de la aplicación, el trabajo, el esfuerzo, la dedicación y el oficio aprendido por personas comunes y corrientes como usted y como yo.
Entonces, ¿qué se necesita para escribir un libro? En primer lugar, el deseo, como para lograr casi cualquier otra cosa. El genuino deseo de escribir. En segundo lugar, tiempo. A ese deseo hay que alimentarlo, y para eso hay que crearle un tiempo. Atención que digo “crear” un tiempo y no “tener” tiempo. La escritura es una actividad en principio solitaria, aislada e improductiva y nosotros habitamos una sociedad crecientemente conectada, colectiva y productivista, por lo que, al escribir, atentamos contra el modelo de sociedad que habitamos. Nadie nos dará ese valioso tiempo para desarrollar nuestra escritura si no logramos crearlo, alimentarlo y protegerlo nosotros mismos. Ya hablaré más adelante en detalle sobre esto. En tercer lugar, necesitamos técnica; tenemos que conocer y dominar la técnica de escritura literaria. Doy por descontado que conocemos la lengua en la que nos proponemos escribir. Sabemos leerla y escribirla. Pero esto, a veces, nos lleva a una conclusión equívoca: que por conocer su lenguaje, nos resultará más fácil desarrollarnos en la literatura que en otras artes cuyos lenguajes desconocemos (como la música o las artes plásticas, por ejemplo). A quien quiera aventurarse en la literatura por este motivo yo le advertiría que tendrá tanto trabajo por delante en la escritura como para volverse diestro en la ejecución del celo o de la pintura al óleo.
Los aspectos técnicos de la escritura literaria narrativa pueden convertirse en obstáculos insalvables para el escritor sin experiencia: ¿cuánto describir? ¿cómo elegir al narrador de una historia? ¿cómo construir personajes creíbles? ¿cómo lograr que una historia fluya de principio a fin? Estas y muchas otras preguntas que pueden surgir con la primera palabra escrita sobre la hoja o tipiada sobre el teclado pueden adquirir un peso abrumador y paralizante para quien nunca las haya enfrentado.
Por eso, el propósito de estos artículos será abordar los aspectos técnicos de la escritura de a uno por vez de forma tal de conocerlos, familiarizarnos con ellos y ejercitarlos hasta dominarlos. Cuanta mayor conciencia tengamos de los recursos técnicos de la escritura, mejor uso podremos hacer de ellos.
Por último, para escribir un libro hay que escribir. Esto no es una simple tautología. Lo que quiero decir es que la principal forma de adquirir destreza en la escritura es mediante la práctica. Mi axioma principal es que se aprende a escribir escribiendo y que cuánto más escribamos, mejor lo haremos.
Esta serie de artículos son el resultado de años de investigación y ejercicio de la docencia en la escritura literaria, sumados a mi propia experiencia como escritor. En poco más de un lustro, este método ya ha producido varias novelas y libros de cuentos realizados por los participantes de mis talleres. Probablemente ninguno de ellos sea una obra maestra producto de la genialidad literaria; pero les puedo garantizar que son muy buenos libros producto del esfuerzo y el trabajo constante de personas comunes y corrientes, con trabajos y obligaciones, que lograron hacerle un lugar a su deseo de escribir y encauzarlo en un proyecto de escritura. También puedo garantizarles que disfrutarían de la lectura de esos libros si los tuvieran delante (varios de ellos están en proceso de publicación).
Finalmente quiero hacer un ejercicio de honestidad y decir que este proyecto (empezando por el título) toma como modelo y le debe mucho a El arte de la ficción, de David Lodge. Utilizo profusamente este libro en mis clases, si bien lo complemento con artículos y conceptos de muchos otros autores. Por eso verán citas de Lodge en muchas de las entradas e incluso tomaré algunos de sus artículos como temas para los míos. Por supuesto que recomiendo ya mismo su lectura, pero hay algunas razones que me impulsan a escribir mis propias notas sobre este arte. Por un lado, el libro de Lodge toma como fuente de sus ejemplos únicamente a la literatura europea (y de esta, casi en exclusividad a la tradición anglosajona), lo cual es lógico, dada la nacionalidad de su autor. Pero creo que esto aleja el texto de Lodge de la sensibilidad (y en algunos casos, la comprensión) de lector hispanoamericano. Si no otra cosa, al menos me propongo “traducir” las enseñanzas de Lodge a la tradición de la literatura escrita en español. Probablemente abunde en ejemplos tomados de la literatura latinoamericana y, sobre todo, argentina. Espero que sepan disculpar este sesgo de origen: se trata de las literaturas que más y mejor conozco.
Por otra parte, el libro de Lodge fue publicado originalmente en 1992. Si la literatura sufrió un cambio radical con la irrupción de la cinematografía, creo que hoy día sufre un nuevo cambio de piel en su convivencia forzosa con el mundo digital. Además de una traducción, no viene mal una “actualización” de los conceptos enunciados por Lodge en un mundo analógico, irremediablemente distinto al que ahora habitamos.
Por último, El arte de la ficción tuvo una limitación formal en su origen, ya que se trató de una serie de artículos escritos para el suplemento de libros de The Independient on Sunday. Eso implicó que su autor no siempre tuvo el espacio suficiente para desarrollar su tema. En este caso, el formato digital me libera de los límites del periodismo gráfico, por lo que podré destinar todo el espacio que considere necesario para el desarrollo de cada tema (y en algunos casos lo subdiviré en varias partes). De todas formas, procuraré ser lo más breve, exacto y preciso posible para no abusar del tiempo y la paciencia de los lectores.
Con esto finalizo este prólogo, proemio o introducción y me apresto a iniciar nuestro camino. Empezaremos como se debe: por el comienzo.