Balance a mitad de camino │ Revista Ñ

Escritores, críticos y editores jóvenes eligieron el mejor libro argentino publicado este año. El resultado arroja luz sobre el gran momento de las editoriales independientes.

por Mariano Canal para Revista Ñ │ Agosto de 2012
Las afinidades electivas.
La consigna de esta consulta, muy simple, fue elegir un libro de ficción argentino publicado en esta primera mitad del año 2012. Los destinatarios de la pregunta fueron escritores, críticos y editores jóvenes (el corte, arbitrario como siempre, fue entre aquellos que conforman el universo de los ‘sub-40’). Más que un sondeo con pretensiones exhaustivas y de largo alcance sobre el estado del campo literario argentino, la intención –más modesta– era ver cómo se trazaba un mapa de las afinidades electivas (que siempre son, también, elecciones afectivas) entre buena parte de los narradores y productores culturales jóvenes que, ya cruzando la frontera simbólica, determinante y peligrosa de los treinta años, acceden con fuerza y por distintas vías a la publicación y circulación editorial de sus obras. La que sigue es, entonces, una serie de notas sobre lo que las respuestas a esa consulta puede decirnos sobre las preferencias, los estados de la imaginación literaria, las formas de circulación y renovación generacional en un sector dinámico y heterogéneo del campo literario argentino. Tentativas alimentadas con el insumo del cruce de las preferencias de los propios protagonistas que no pretenden ser más que una foto instantánea (movida, tal vez; fuera de foco, seguramente) de un estado de las elecciones literarias que se entrecruzan aquí y ahora.
Empecemos por los libros de ficción más mencionados entre los consultados. Entre ellos están Can solar de Carlos Godoy (17 grises), Un publicista en apuros de Natalia Moret (Mondadori), La última de César Aira de Ariel Idez (Pánico el pánico), y El viento que arrasa de Selva Almada (Mardulce). Estos libros reunieron, individualmente, buena parte de las menciones. Pero el dato más saliente es la dispersión de las elecciones, no ya la ausencia de una unanimidad o de un consenso fuerte edificado en torno a una o dos obras, sino más bien un panorama dominado por una galaxia de títulos disímiles y con pocos puntos de contacto. Así, junto a estos títulos también fueron mencionados muchos otros  autores que dibujan la geografía compleja y movil de una escena en construcción permanente, de la cual en buena medida son responsables las editoriales independientes. Vayamos de a uno repasando los títulos que se hicieron con las menciones suficientes como para despegarse –por muy poco– del resto.

Un publicista en apuros, la primera novela de Natalia Moret (Buenos Aires, 1978) es un thriller nocturno y urbano que con ritmo acelerado corre a la misma velocidad tanto por las calles de la ciudad como dentro de la cabeza de su protagonista, un treintañero cínico y ambicioso impulsado por el consumo de cocaína y la búsqueda de una salvación que siempre se escapa más rápido de lo que él alcanza a llegar, y que se obstina en no estar ni en los nuevos negocios, ni en el amor, ni el sexo, ni la huida. Es la narración de un hombre en caída libre, un poco como en la secuencia de títulos de la serie Mad Men, donde la silueta negra del publicitario se precipita desde las alturas del éxito entre imágenes de mujeres hermosas y traidoras, mercancías de alta gama y “superficies invitantes” pero letales. Una novela negra sobre la paranoia, la culpa, la lucidez artificial y las geografías hostiles donde los pobres y los ricos compran, venden, matan y mueren.

El viento que arrasa de Selva Almada (Entre Ríos, 1973) es también una primera novela. En este caso, el clima está lejos de los entornos urbanos; más bien, se trata de una novela con una atmósfera que se aproxima a un gótico de provincia donde cuatro personajes (un pastor protestante y su hija; un mecánico y su ayudante adolescente) que se cruzan accidentalmente en medio de una ruta desolada del Chaco traman entre sí durante un largo día un intercambio tenso, lírico y esquivo de vidas definitivamente rotas (la de los adultos) y existencias desesperadas por escapar de ese paisaje abrumador y repetitivo, en el caso de los personajes adolescentes. Cuatro vidas clavadas en un paisaje denso, palpable, material, por donde sobrevuela la locura religiosa, el abandono y la inminencia de un fin que no termina de llegar.

Can solar, de Carlos Godoy (Córdoba, 1983), es un conjunto de cinco relatos unificados por un clima donde se entrecruzan la incertidumbre, la irrupción de la maldad o la locura y lo inesperado, todo enhebrado con una escritura seca, sólida y sustentada en personajes que dibujan estados mentales que van y vienen entre la confusión, la inercia y el estallido de algo que nunca se nombra explícitamente. Puede ser un hombre varado en el limbo de un accidente cerebral, una estudiante de medicina que manipula los huesos de un esqueleto legado a la ciencia en el silencio de una estancia vacía o unos chicos  que buscan evidencias de una supuesta presencia extraterrestre durante un verano extenuante de provincia. Can solar es también el primer libro de relatos de Godoy, quien en 2007 había publicado la notable Escolástica peronista ilustrada, un largo poema que primero circuló en Internet y que armaba un alfa y omega de todo aquello que puede ser ligado al peronismo, de todo lo que puede ser nombrado y englobado en sus contradicciones, en su picaresca plebeya, en su violencia, en su imposibilidad de ser definido de una manera única y estable.
La última de César Aira es también la primera de Ariel Idez (Buenos Aires, 1977). El juego de palabras está en línea con lo que Idez hace al escribir una novela donde los procedimientos de esa maquinaría narrativa que es Aira quedan en primer plano, expuestos a la luz de un relato donde por supuesto están presentes todos esas marcas que constituyen el estilo Aira: los personajes excéntricos que le escapan a la psicología, las derivas delirantes, lo extraordinario apareciendo por entre superficies coloquiales y cotidianas, el tono ligero y acelerado. Una operación no de copia sino de apropiación de un estilo ajeno para doblarlo sobre sí mismo, para mostrar que el arte de la novela edificado desde algunos bares del barrio de Flores también puede volverse en manos de otro sobre su propio creador. Una novela que demuestra que ni siquiera un escritor como Aira, que con su estrategia editorial desbordada y múltiple se disemina en decenas y decenas de novelas que llevan su firma, puede escapar de ser apropiado, reformulado y reempaquetado. Y, como se sabe, en el mundo actual ese es un destino al que están expuestos todos los productos humanos, aun los más artesanales y personales.

Hacerse de abajo

Reseñados brevemente estos libros, se puede pensar una serie de puntos que las elecciones de los narradores que respondieron la consulta de Ñ van dibujando. En primer lugar hay una correspondecia generacional entre los autores que recibieron menciones y aquellos que contestaron. No son autores “consagrados”, más bien se trata de jóvenes que llegaron relativamente hace poco tiempo a las instancias de publicación, muchas veces por caminos disímiles: antologías de cuentos, la autopublicación en blogs, la circulación más restringida de los grupos de amigos y colegas, los ciclos festivos de narrativa en vivo. Caminos ajenos a un cursus honorum profesionalizado, que lógicamente, se corresponde con un mercado editorial literario mínimo y menguante, especialmente en lo que refiere a los sellos editoriales mainstream. Lo que sobresale, entonces, es esa identidad generacional y novel (como excepción, por ejemplo, fue mencionada, sí, la última novela de César Aira, Festival, editada por Mansalva) trabada en los intercambios cara a cara que se dan todo el tiempo en las diversas escenas por donde se entrecruzan los narradores jóvenes o en esas asociaciones de solidaridad mutua surgidas al calor de proyectos culturales comunes sustentados en la amistad y la escasez de recursos económicos. Aunque por supuesto hay casos que escapan de este marco, el de Selva Almada, residente en Entre Ríos es uno; el de Gonzalo Garcés (mencionado por su última novela El miedo), que vive fuera del país desde hace muchos años es otro. Y en todo caso, la etiqueta generacional siempre es más equívoca de lo que parece a simple vista y lo que se resguarda bajo ese paraguas incluye una variedad de sensibilidades, estilos, temas y trayectorias vitales muy heterogéneas. Los cuatro libros reseñados en forma breve más arriba pueden servir como una muestra de esto último.

Hay sí una presencia clara de libros editados por sellos pequeños, independientes o más bien alejados de la lógica cruda del mercado. Editoriales armadas por escritores o críticos, muchas veces por grupos de amigos o afines que buscan generarse espacios propios para darle visibilidad a su producción literaria o para cultivar con cuidado catálogos breves pero  atentos a estéticas que no encuentran cauce por las vías habituales de las grandes editoriales locales, las cuales, además, pasaron durante los años 90 por un fuerte proceso de transnacionalización. La galaxia de editoriales independientes es, por eso mismo, uno de los tantos frutos no envenenados del árbol de la crisis económica de principios de siglo, que encontró en el siempre fértil y activo microcosmos literario argentino un medio proclive para multiplicarse. Un escenario de sellos de diverso tamaño pero donde las relaciones entre autores y editores (y también lectores, todos los factores se superponen) se dan cara a cara y que funciona ampliando las perspectivas de publicación para muchos escritores que en un mercado más profesionalizado y sometido más directamente a las estrategias puramente comerciales verían bastante lejana la posibilidad de llegar a imprenta. Nunca fue, en cierto sentido, tan facil publicar, aunque el horizonte de lectores potenciales se restrinja y se solape (casi) con el de los propios autores.

Entonces, fuerte presencia de las editoriales hechas a pulso de dedicación personal, intensa y entusiasta, a la búsqueda de escrituras que no encuentran otros lugares en una industria en la cual el espacio de la literatura se empequeñece. Es posible y necesario mencionar algunas de las que surgen de las respuestas de los consultados para esta nota: Pánico el pánico, Wu Wei, 17grises, Mardulce, Mansalva, Eduvim, Mancha de Aceite. Un mapa de una literatura seguramente más dificil de encontrar en las mesas de las cadenas de librerías pero que ha producido buena parte de lo más interesante que se puede leer hoy, aquí y ahora.

Nota original: http://archive.li/aHica