¿Cómo ser argentino y no morir en el intento? Una reflexión sobre el nuevo libro de Ariel Idez │ Agencia Paco Urondo

por Sofía Gómez Pisa para Indie hoy │ Agosto 2018

La respuesta a la pregunta del título la encontré en el libro que Ariel Idez acaba de publicar, un libro que colocaría en el neogénero de realismo fantástico. Si hay un género literario que me encanta es el fantástico (casi que me gusta más que el género filosófico). Me encanta que en medio de una realidad bastante verosímil estalle lo impensado, lo imprevisible, lo que el lector no pensó (y que a veces ni siquiera el autor sabe). Todos nosotros recordamos la definición que hace de él, la Doctora Ana María Barranechea: es el relato en el que se entreteje algún rasgo anormal o insólito en el medio de hechos cotidianos y banales. Tiene algo de lo siniestro (unheimlich).

Creo que es un género plástico, es decir, que no tiene una definición precisa y unívoca, más bien se adapta a cada necesidad de la historia. Basta recordar los rasgos que incluía Adolfo Bioy Casares en su definición en el prólogo a la famosa Antología de la Literatura Fantástica: puede haber fantasmas, seres maravillosos y elementos fantásticos. Con esta misma libertad en la definición, coloco los relatos que Idez reúne en Modus operandi (Larría Ediciones) bajo la órbita fantástica.

Los cuentos fantásticos se nutren del realismo. Por supuesto, no es un realismo criollista en el sentido de no abundar en localismos para dar cuenta de su arraigo en lo real; es más bien, el realismo verosímil de esos relatos que parecen contar cuestiones que le suceden a cualquier hijo de vecino, pero que solo ocurren una vez: la historia en cualquier momento puede dar un giro y llevarnos a otra dimensión. Para entrar a la dimensión fantástica hace falta mover tan solo unos milímetros la realidad, es lo que hacen estos relatos de Idez (salvo el último, “Claridad”, que se proclama un cover de Tinieblas, la novela de Elías Castelnuovo, que más que fantástico es un cuento “monstruoso”). Eso sí, los relatos de Idez son fantásticos menos por elementos de la trama que por su contexto de interpretación.

Como sea, es el mismo Ariel, en el epílogo (odia escribir prólogos, confiesa enfáticamente allí), el que abre la posibilidad de que algún cuento no nos guste: quizás, asevera, sea “imposible que a un lector le gusten todos los relatos”, y se disculpa diciendo que fueron escritos en diferentes épocas, en distintas situaciones. Como a mí me gusta poner a prueba lo imposible, debo confesar que me gustaron todos los relatos. Me habían gustado antes de llegar al epílogo, que por suerte leí correctamente al final. Leí el libro en una noche maravillosa, en cuanto lo compré —un amigo me dijo, una vez, que los libros de los amigos hay que comprarlos, no hay que aceptarlos como regalo; como me lo dijo un renombrado antropólogo, temí que me aclarase esto porque él sabía que el regalo porta un maleficio: de allí en más, trato de pagar esos libros.

Es posible que espolee un poco algún cuento. Esto debería incomodarlos, lo que los obligará a leer el libro. Espero que les pase como a mí, que en cuanto me hundí entre las palabras, me dejé llevar por las distintas historias. Me divertí. Me hizo pensar. ¿Qué más se le puede pedir a unos relatos en papel, en este mundo fascinado con la virtualidad?

Voy a comentar primero el relato que más explicita, según mi modesta opinión, la ideología de Idez, o por lo menos la mirada que tiene sobre el argentino y la argentina, se llama “Una tragedia argentina”. En este cuento, en la primera página, mueren una madre y su hijo (el narrador mató a un bebé en la primera página, así es la tragedia argentina). Las palabras: “Dos años antes”, abren la oración que sigue al derrumbe del balcón. Y ahí cuenta todos los tira y afloje que suceden en la administración del edificio, en el consorcio y entre los vecinos cuando se plantea arreglar el frente y el contra frente, que están muy deteriorados. El presupuesto, bien a lo argentino, está engrosado por gastos injustificados, y los vecinos organizados consiguen otro presupuesto más económico. El negocio del administrador y el de la “líder” de los vecinos se cae, ganan los rebeldes. Son muy divertidas todas las idas y vueltas entre los vecinos, que para bien y para mal me recordó la serie de Franchela, El Encargado. Un arte imitando a otro arte.

El otro relato en el que se trasluce la ideología del escritor, según mi opinión, es “Modus operandi”, el relato que le da nombre al libro. Cuenta Ariel que el nombre se lo debe a los editores de su primer libro, en el que aparecía este texto y que significa “modos de obrar”. Relata las peripecias de una serie de suicidas que, de la nada, se arrojan debajo de los autos, urbanistas kamikazes que se inmolan… pero ¿para qué lo hacen? ¿Por qué y cómo lo hacen? ¿Es un virus psíquico que obliga a los peatones a lanzarse debajo de las ruedas? ¿O son una célula clandestina y están organizados para acabar con la vida normal en Buenos Aires? En este cuento hay una premonición de lo que puede ocurrir en cualquier momento en una ciudad en la que la lucha es cuerpo a cuerpo, o mejor dicho: cuerpo contra metal, mirada a mirada y bocinazo sobre frenadita casi pisándole los pies al peatón que espera en la mitad de la calle a que cambie el semáforo.

Esta lucha ya está en marcha, la lleva adelante cualquiera que viva en una megalópolis y camine sus calles, maneje un auto o ande en bicicleta. No por nada, para un país son más importantes la cantidad de autos que se venden que la de los nacimientos que se producen. El toque nacional y macabro, acá, radica en que es verosímil que nos organicemos para matarnos. Cuando casi al final del relato el discurso tranquiliza al lector porque “la estadística de muertos por accidentes de tránsito volvió a los aterradores números” que había antes de estos peatones suicidas, el lector tiene que reír o llorar porque esa es la realidad. Algunos años más tarde, una automovilista denuncia a un peatón porque le pareció sospechoso un gesto suyo con el que amenazaba arrojarse debajo de las ruedas. Es un cuento actual, pero no podemos dejar de remitirlo a la Dictadura, donde el buen vecino denunciaba a otro/a por su aspecto. La Dictadura también forma parte del ser nacional, y su agencia aparece varias veces en estos relatos.

El cuento que más me hizo acordar a la risa que me sacudía cuando leía La última de Cesar Aira y Elogio de la pérdida y otras presentaciones, libros anteriores de Ariel, es “Carne”, que abre esta serie de relatos. Por supuesto, en este cuento también se lee claramente lo que piensa Ariel de los argentinos y argentinas y, en particular, de la población del campo del arte y la cultura.

Para entrar a la dimensión fantástica hace falta mover tan solo unos milímetros la realidad, es lo que hacen estos relatos de Idez.

Es una reivindicación y una burla. Lo incluiría en la tradición de las Vidas imaginarias, de Marcel Schwob o los relatos de Borges en Historia universal de la infamia. La verdad, estuve tentado de googlear si Jorge Manfreddi, el artista proletario y héroe de esta historia, era real y había existido. No lo hice no porque esté totalmente seguro de que es un personaje literario, sino porque elegí creer que lo era, renunciando a la realidad. Era una invitación que me hacía Ariel, y acepté el convite. La recreación de ese clima de efervescencia que se vivía en la década de 1960 alrededor del mítico Instituto Di Tella está representado de manera fantástica, no en el sentido técnico del término sino en el sentido vulgar, porque es muy verosímil: un artista como Manfreddi hubiera levantado todo el mito que lo rodea en “Carne”.

Ese mito, con todas sus contradicciones (nos confiesa el narrador), se debe a que este artista de la carne literal se aproxima al “ser nacional”. No sé si hay un ser nacional (creo que nunca a un alemán o a un boliviano se le ocurriría dudar de su ser nacional). Todos nuestros intentos de definir al ser nacional lo que hacen es encubrir las contradicciones irresolubles en las que nos sentimos envueltos cuando nos interrogamos por lo que significa ser argentinas y argentinos. No sé si hay un ser nacional, y si lo hubiera estoy seguro que se asemejaría menos a un gaucho, a un tanguero o a un folclorista, y más a un ser fantástico que bordea lo monstruoso, que es hembra aunque se llame Rogelio, que pare un huevo casi irrompible, y que un hombre hétero, no sé si llega a enamorarse, pero que por un motivo u otro termina acostado en la misma cama con él, con ella o con eso, según queramos definirlo. Acá me estoy refiriendo a “Claridad”, el último cuento del libro.

Para llevarle una vez más la contra al autor de estos relatos, que confiesa abiertamente que le “cuesta encontrar ese ‘hilo conductor’” a los cuentos aquí reunidos, debo confesar que lo encontré, que ese “hilo conductor”, de hecho, es evidente. El intríngulis que los vincula es el ser nacional, la argentinidad. La interrogación ya no soporta ser formulada como la formulaba un Mallea ni un Hernández Arregui, por poner un par de nombres que se interrogaron por esa cosa tan interesante, pues estamos bajo el paradigma de los Lamborghini y los Copi.

De hecho, si lo pensamos un poco, advertimos que varios de los cuentos del libro son básicamente realistas. Si nos ponemos conceptualmente estrictos constatamos que hay un único cuento maravilloso y que la mayoría de los otros cuentos son básicamente realistas, y que si los consideramos fantásticos es por el contexto de nuestro país. El contexto de interpretación se me hace imprescindible, en este caso. En este sentido, al libro de Idez podría considerarlo un libro de denuncia. Denuncia las condiciones económicas que vive cualquier asalariado, en particular los asalariados del campo cultural. Denuncia nuestra facilidad para fascinarnos y, a la vez, nuestra indiferencia por la suerte del otro/a.

Un enunciado de “Carne” pone sobre el papel las contradicciones esenciales que conforman al ser argentino. A partir de los experimentos que lleva a cabo Manfreddi con la carne, “sus compañeros (en el frigorífico) creen que anhela poner una carnicería o que es un retardado mental”, nos dice el narrador. Charly García supo decir que le gustaría hacer una obra que el público no discerniera si era una genialidad o una bazofia. Por qué no pensar que el peso de este tipo de contradicciones (o va a poner un negocio o es un retardado mental) es lo más propio de este ser nacional que se caracteriza en primer lugar por no reconocerse en ninguna figura que lo defina, definición que él busca con ansiedad, rechazo y humor. En el libro de Idez van a encontrar… por lo menos yo encontré recortadas varias de las “figuritas” que definen nuestros diferentes perfiles de argentinos y argentinas. Hay humor, pero también hay pesadilla y tragedia, en esta definición.

Nota original: https://www.agenciapacourondo.com.ar/fractura/como-ser-argentino-y-no-morir-en-el-intento-una-reflexion-sobre-el-nuevo-libro-de-arielhttps://www.agenciapacourondo.com.ar/fractura/como-ser-argentino-y-no-morir-en-el-intento-una-reflexion-sobre-el-nuevo-libro-de-ariel

Elogio de la Pérdida y otras presentaciones, de Ariel Idez │ Indie Hoy

por Sofía Gómez Pisa para Indie hoy │ Agosto 2018

Haciendo gala del antiguo oficio de presentador de libros, derramando conocimiento sobre historia de la literatura, géneros, poesía y narrativa, Ariel Idez construye Elogio de la pérdida y otras presentaciones (Interzona, 2016). Una obra original, inteligente y meta-textual que también fue llevada al teatro, donde las presentaciones, a través de conferencias performáticas, volvieron a su lugar primigenio: la escena.

En Elogio de la pérdida y otras presentaciones la ficción parece ponerse al funcionamiento de una creación meta-textual…
Concuerdo con una clave de meta-ficción en el libro, ya que se trata de presentaciones de libros apócrifos (imaginarios). En ese sentido se trata de hacer ficción tomando un género muy menor, como el de las presentaciones de libros para convertirlo en una máquina de producir ficciones.

Elogio de la pérdida y otras presentaciones se hizo presente en mayo, en el Club Cultural Matienzo, con dos funciones. ¿Cómo fue ese traspaso de lo escritural a lo escénico?
La transposición a escena del libro fue idea del dramaturgo y performer Maximiliano de la Puente. Él percibió algo muy interesante: que la presentación de un libro es sobre todo un hecho escénico, una comedia protagonizada por un autor y un presentador. Entonces no se trató tanto de “llevar” estos textos a escena como de “devolverlos” a esa escena en la que se originaron (aunque fuera una escena imaginaria). Por supuesto que en ese pasaje ideamos con Maxi y Bettina Girotti, que colaboró en la puesta, una serie de dispositivos escénicos que permitieran “materializar” a esos libros y sus autores imaginarios. Últimamente veo muchos textos literarios que llegan a la escena (como Electrónica, de Enzo Maqueira, los cuentos de Casciari o los de Tomas Downey) y me parece una forma muy interesante de darle una nueva vida a un libro.

Si bien las presentaciones de libros ya estaban presentes en tu vida de alguna forma, ¿por qué escribir un libro de ellas?
El libro es de presentaciones porque me gustó el formato de la presentación dado que nunca se había abordado para producir una obra de ficción. Además, me permitía emprender la operación borgeana de contar libros en lugar de escribirlos.

” (…)Si la historia de Petrecca parece cuento (chino), su encuentro con Leslie Ho no hace más que agregar otro capítulo a esta saga prodigiosa. Porque si bien nuestro poeta y traductor vive en Caballito, su novia habita el barrio de San Telmo. Imaginen su sorpresa cuando vio al fiambrero del supermercado leyendo una antología del poeta de la dinastía Tang, Li He. Pero mayor aún fue la sorpresa que se llevó Leslie Ho cuando un joven cliente le preguntó –en chino– si le gustaba la poesía. En verdad ni siquiera llegó a sorprenderse, porque la situación era de un grado tal de improbabilidad que su mente no fue capaz de procesarla: Ho confesaría después que creyó que, de tanto soportarla como ruido de fondo, había logrado empezar a comprender, como en un pase de magia, el idioma de los argentinos y por eso respondió con un dubitativo ‘Sí… ¿Cuánto de mortadela?’. Pero ya podemos suponer que Petrecca no es de esos que se amilanan a la primera adversidad. A riesgo de elevar peligrosamente sus índices de colesterol, empezó a comprar fiambre todos los días o, al menos, todos los días que pasaba en casa de su novia, eligiendo estratégicamente los horarios en los que el súper estaba más tranquilo, y así logró ganarse la confianza de Ho, que ni en sus más descabelladas fantasías imaginó que podría ponerse a hablar en chino sobre poesía china clásica con un cliente argentino mientras rebanaba en fetas una pata de jamón cocido Paladini (…)”
(Poemas Argentinos, Leslie Ho, en Elogio de la Pérdida y otras presentaciones)

La voz narrativa irónica que utiliza Elogio de la Pérdida y otras presentaciones parece funcionar desacralizando las presentaciones de libros…
Es que la presentación de un libro tiene algo de ritual, de bautismo, y como todo ritual, tiene algo de “sagrado”. Nadie cree en lo que se dice en una presentación, como nadie cree que lo que sucede en un ritual sea “real”, pero en ambos casos se hace “como si” y ese “como si” tiene efectos concretos. Por eso me interesaba desacralizar, “profanar”, lo que las presentaciones de libros tienen de ritual y de sagrado a través de la ficción.

¿Te imaginás un mundo sin presentaciones de libros?
Sí. No sé si siempre se presentaron los libros y si siempre se seguirán presentando. Lo importante del libro es el texto, todo el resto es prescindible. Igual creo que no sería un mundo en el que me gustase habitar.

Nota original: http://www.indiehoy.com/libros/elogio-la-perdida-otras-presentaciones-ariel-idez/

Literal: la vanguardia intrigante │ Étcetera de la Fundación Descartes

Fragmento de la Introducción al libro. Las fotos son de la presentación del libro realizada en la Fundación Descartes el martes 26 de abril.

en Etcétera periódico de la Fundación Descartes │ Mayo de 2011
A principios de los años setenta, cuando todos hablaban de revolución, un grupo de jóvenes escritores se propuso tomar el Palacio de Invierno de la Literatura Argentina. Sus nombres eran Germán García, Luis Gusmán y Osvaldo Lamborghini, y el arma secreta con el que pensaban llevar adelante su plan, una revista literaria llamada Literal.
La estrategia no resultaba por cierto novedosa: la historia de la literatura local está jalonada por el nombre de publicaciones que marcaron una época: La Biblioteca, de Paul Groussac; La revista de América, de Rubén Darío y Ricardo Jaimes Freyre; Nosotros de Alfredo Bianchi y Roberto Giusti; Martín Fierro, con los jóvenes Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo y Leopoldo Marechal;
Sur, de Victoria Ocampo; Contorno, que agrupó a los hermanos David e Ismael Viñas, Oscar Masotta y Juan José Sebrelli; Poesía Buenos Aires, con Edgard Bayley y Francisco Maradiaga, por citar algunas de las más importantes. Estas revistas comprendieron no sólo los nombres de quienes las llevaron adelante, sino sobre todo una forma de pensar y hacer literatura. En este contexto puede decirse de Literal que, si bien no cierra este ciclo de constante renovación y reformulación, engloba el último de estos movimientos que se presenta en sociedad con las altisonantes trompetas de la vanguardia.
Mediante esta contraseña casi secreta (a excepción de un texto de Horacio
Romeu, la palabra “vanguardia” no se menciona en la publicación), los
manifiestos se multiplican en Literal para exponer otra forma de leer y escribir
que denuncia al mismo tiempo la coartada de un campo literario ahogado por
las demandas políticas y propone un lugar de una literatura revolucionaria,
una revolución de la literatura. Contra la fachada del compromiso y la mala fe
del referente revolucionario, los hombres de Literal librarán su batalla en el
plano de la gramática y la sintaxis, herramientas con las que, a fin de cuentas,
el orden dominante construye su discurso hegemónico.
De todas maneras, no resulta extraño que, en una época signada por la
agitación política y social, un grupo de jóvenes autores intentaran copar el

cenáculo de las letras locales. ¿Fue Literal un movimiento a c

De izquierda a derecha: Osvaldo Baigorria, Ariel Idez, Germán García y Ricardo Strafacce.

ontramano

de su época o se hizo cargo de llevar esa misma lógica hasta sus últimas
consecuencias en su propio campo de acción? Este es uno de los interrogantes
del cual el presente libro intentará dar cuenta. Para ello, se tratará de
reconstruir el campo y el clima cultural en sus aspectos más significativos
vinculándolos a las propuestas de la revista.
Lo cierto es que hoy, a 37 años de su primer número, puede decirse que Literal

ha ejercido la influencia de una corriente subterránea de la que muchos escritores abrevaron para producir su obra. La revista sólo alumbró tres ejemplares: septiembre del 73’, mayo del 75’ y noviembre del 77’.

Germán García

Pronto devino en mito, se la citó de oídas y se evocó casi como un pathos al
que la literatura argentina podía aspirar. Con los años, su nombre comenzó
a escucharse cada vez con mayor insistencia, a medida que los autores que
se formaron bajo su halo comenzaban a ganar protagonismo en el campo
literario. De este modo, Literal resultó una pieza clave en la educación
sentimental de escritores que emergieron y se consolidaron en las décadas
siguientes. Rodolfo Enrique Fogwill, por citar uno de los casos más conocidos, agitó el nombre de la revista como santo y seña de un nuevo canon que el autor de Los pichiciegos impulsó desde las páginas de publicaciones de los años ochenta, como El porteño, Vigencia o Tiempo Argentino, en las que escribía:
“No matar las palabras, no dejarse matar por ellas titulaba en su primera edición la revista Literal, nacida contemporáneamente y en respuesta a Crisis.
Literal nunca vendió cuarenta mil: habrá vendido cuatrocientos. Literal nunca encontró –como Crisis- un mecenas coleccionista de arte: oponerse a las supersticiones colectivas no es un buen negocio.” (1)
(1) Fogwill, Rodolfo Enrique, “Ese gustito a muerto” en Los libros de guerra, Buenos Aires, Mansalva, 2008, p. 132. Fogwill también ha manifestado la trascendencia de Literal en numerosas entrevistas, en una de ellas publicada en 1993 en el Diario de Poesía, afirma: “Para mí, el único lugar desde donde se podía pensar durante los años setenta era Literal”. Op.cit. p.284.
Nota original: http://www.descartes.org.ar/Files/etcmay11.pdf

Un repaso de la historia de la mítica Literal │ El Sol

En noviembre de 1973 salía a la calle el número uno de una revista que marcaría una buena parte del camino que recorrería luego la literatura nacional. Literal era el nombre de esta publicación, que contaba en sus filas con Germán García, Osvaldo Lamborghini, Luis Gusmán, Josefina Ludmer, Ricardo Ortolás y Lorenzo Quinteros, entre otros.

en El Sol │ Abril de 2011

En noviembre de 1973 salía a la calle el número uno de una revista que marcaría una buena parte del camino que recorrería luego la literatura nacional. Literal era el nombre de esta publicación, que contaba en sus filas con Germán García, Osvaldo Lamborghini, Luis Gusmán, Josefina Ludmer, Ricardo Ortolás y Lorenzo Quinteros, entre otros. Casi cuatro décadas después, editorial Prometeo lanza Literal, la vanguardia intrigante, del investigador especialista en periodismo Ariel Darío Idez, un libro que repasa la historia de esta revista, que apenas llegó a publicar tres números: además del inaugural ya mencionado anteriormente, las ediciones doble 2/3, en mayo de 1975, y 4/5, en noviembre de 1977.

Pese a su corta vida, sus tres ediciones marcaron un rumbo que varios autores contemporáneos seguirían, convirtiéndose casi en un mito, a pesar de haber tenido que soportar el rechazo de muchos personajes de la cultura de entonces, hecho que los responsables de la publicación no sólo aceptaron, sino que tomaron como un indicador de lo que la revista significaba para la época y de las voces que esta podía levantar. “El rechazo que Literal sufrió muestra que fue entendida y que todo mensaje llega a destino, aunque sea bajo la forma del odio que instaura la negación”, cita Idez de la página 17 del número 4/5 de Literal.

EN CONTEXTO. La contextualización que Ariel Darío Idez realiza de Literal en su tiempo es una de las principales herramientas que provee al lector para comprender cómo, por qué y para quiénes surge esta publicación. El país convulsionado y sangriento de la década del 70 es el espacio y el tiempo en el que nacerá Literal, lo que llevó a sus responsables a enunciar, entre otros argumentos, que la publicación nacía “porque la literatura argentina debe romper con la Literatura para ser argentina” y “porque no hay propiedad privada del lenguaje”. Reseñando el escenario político, económico y social de la época, Idez nos ofrece una investigación exhaustiva sobre un mito.

Nota original: https://www.elsol.com.ar/un-repaso-de-la-historia-de-la-mitica-literal.html

Restos de un pasado que vuelve│ Rosario 12

Mucho más citada que leída, con el paso de los años la publicación se transformó en auténtico lugar de referencia a la hora de pensar y hacer literatura en Argentina. Pero además libró batallas contra el ideal del “compromiso”.

por Nicolás G. Recoaro y Gustavo Toba para Rosario 12 │ Febrero de 2011

A la revista Literal le bastaron tres volúmenes para convertirse en una referencia obligada a la hora de pensar la literatura. El libro de Ariel Idez sobre este proyecto de los años setenta contribuye a pensar su génesis.

En los 70, era una obligación implícita posicionarse respecto de la Revolución Cubana.

¿Qué comparten Jacques Lacan, la primavera camporista, Germán García y el antirrealismo? ¿En qué confluyen Oscar Masotta, la muerte de Perón, Osvaldo Lamborghini y la instauración de un nuevo canon literario argentino? ¿Qué une a la no obra de Macedonio Fernández, la Revolución Cubana, el psicoanálisis y Lorenzo Quinteros? ¿Y qué a la bohemia errante de los cafés de la Avenida Corrientes, Luis Gusmán, el post humanismo y el filósofo Eugenio Trías? La respuesta más fácil (o no tanto): todos ellos participaron o colaboraron para forjar Literal, la revista que ejerció un curioso magnetismo durante buena parte de los 70 en el campo cultural argentino. Mucho más citada que leída, con el paso de los años la publicación se transformó en auténtico lugar de referencia, es cierto que un tanto subterráneo, a la hora de pensar y hacer literatura en la Argentina.

La reciente aparición del libro Literal. La vanguardia intrigante (Prometeo), del escritor e investigador Ariel Idez, contribuye a repensar la génesis de ese proyecto que duró apenas cuatro años y tres volúmenes. Durante ese corto pero intenso período, Literal libró batallas contra el ideal del “compromiso”, las formas tradicionales de la representación y la potestad del hombre de acción revolucionario, desde el plano de la gramática y la sintaxis, armas con las que también el orden dominante construye su discurso hegemónico.

Y dio además el puntapié inicial a aquello que Héctor Libertella (otro colaborador de la revista) llamó “el lento destilado del psicoanálisis en la literatura”, ese delgado tránsito entre el inconsciente y la letra.

Hacia principios de la década de 1970, el campo literario latinoamericano se había vuelto un lugar de ida y vuelta constante entre el discurso estético y el político. La necesidad de algún posicionamiento efectivo respecto de la Revolución Cubana era, cada vez más, una obligación implícita para todo escritor afín a la izquierda. Los debates respecto de la noción de “compromiso”, primero, y la problematización de la propia figura del intelectual y productor cultural más tarde, comenzaban a exhibir la emergencia de un antiintelectualismo que reprobaba en distintos grados el discurso literario concebido como mero “juego de palabras”.

En el escenario literario argentino, a su vez, la aparición del peronismo se insinuaba hacía rato como una posible salida (o entrada) del ideal ilustrado sarmientino, de la literatura de ideas y de la escritura como “reflejo” de otra cosa.

El primer número de Literal salió a la calle durante los primeros días de noviembre de 1973, precedido por afiches callejeros: “Herederos setentistas del espíritu muralista de las vanguardistas Prisma, Inicial y Martín Fierro”. Inmunes a la seducción de la imagen, los pequeños carteles intentaban llamar la atención de los caminantes con ocho puntos encabezados por el título “Literal N 1: Una Intriga”, que conformaban una declaración de principios (reforzados por dos manifiestos que aparecen en el primer volumen).

Idez explica que el mismo concepto de “intriga” con el que se presenta Literal en el afiche sería uno de los leitmotivs del grupo. Intriga entendida menos como misterio que como conspiración (“la literatura es un objeto intrigante, su producción es una intriga aunque no resulte un misterio para nadie”) y muy acorde al clima de época.

Frente al ideal humanista revolucionario, la revista impulsaba una intervención corrosiva y fragmentaria sobre “la empresa occidental de la significación”, poniendo en juego (literalmente) la ambigüedad y la sobreabundancia inherentes a todo lenguaje. “Asumir el compromiso = Pactar un trato con la escritura burguesa de los medios de información”, escribía Osvaldo Lamborghini en el segundo número de la revista, fechado en mayo de 1975. En todo caso, subordinación de la escritura al goce en lugar de a la política. Literal apuntaba que ahí donde la funcionalidad del discurso como pura comunicación, como contenido informativo, como sentido directo se hace soberana, la literatura se esfuma. De allí su manifiesto rechazo también al discurso periodístico.

El proyecto Literal formó parte de un relativo boom editorial y una constelación de libros fundacionales publicados en esos años por sus fundadores: Nanina (1968), Cancha Rayada (1970) y La vía regia (1975), de Germán García; El Fiord (1969) y Sebregondi retrocede (1973) de Osvaldo Lamborghini; El frasquito (1973) y Brillos (1975) de Luis Gusmán. Sin embargo, sería un error calibrar las apuestas de la revista sólo en el plano de su influencia contemporánea, sin ponerlas a jugar con la tradición literaria argentina y la conformación de una nueva genealogía que se reapropiaba de nombres como Macedonio Fernández, Oliverio Girondo y el fundamental Witold Gombrowicz.

Quizás, como dice Idez, en aquellos años donde todo el mundo hablaba de revolución, un grupo de cuatro o cinco escritores se propuso tomar por asalto el Palacio de Invierno de la Literatura Argentina, para dejar esparcidos “los restos de un futuro que vuelve”.

* Fragmentos de una reseña de “Literal. La vanguardia intrigante” de Ariel Idez.

Nota original: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/21-27560-2011-02-24.html

Éramos tan literales │ Radar libros

Un ensayo que reconstruye con rigor el papel que tuvo la revista Literal en la renovación crítica de la literatura argentina.

por Augusto Munaro para Radar libros │ Enero de 2011

La revista de avantgarde Literal representó una instancia decisiva en la historia de la literatura nacional. Fue un punto de inflexión dentro de un contexto

Germán García y Luis Gusmán en la época de Literal

signado por la agitación política y social. Sus cinco únicos números en tres volúmenes (Literal/1 apareció en 1973, Literal 2/3 en 1975 y Literal 4/5 en 1977), bastaron para que sus principales fundadores e impulsores, Germán García, Luis Gusmán y Osvaldo Lamborghini, desestabilizaran los valores tradicionales del lector, ofreciendo nuevas formas de lectura y escritura (“en lugar de una literatura política, una política de la literatura”). Ariel Idez demuestra con este libro los modos en que Literal buscó esa auténtica ética de la práctica literaria para subvertir los valores de escrituras canónicas.

Esta revalorización de la literatura (en especial de su función intrínseca y su potencial) fue analizada someramente desde su estructura lingüística postsaussuriana (el lenguaje comprendido como única realidad) y orientada hacia el psicoanálisis lacaniano (cuyo mentor fue el intelectual Oscar Masotta) con el fin de diseñar una estrategia estética alternativa. Junto con esas dos novedades, al programa de Literal debe sumarse la reivindicación de la poesía como género clave para la renovación literaria, pues ella construye sus significados in praesentia, “en el acto mismo de enunciarse”.

Literal. La vanguardia intrigante Ariel Idez Prometeo 130 páginas

Así Literal se manifestó contra el realismo y el populismo, dos facetas que conformaban el entonces discurso hegemónico. Los puso en jaque cristalizando sus deficiencias al indagar sobre la función que cumple el lenguaje (¿debe elaborar un mensaje “comprometido” o, al contrario, la escritura necesita ser el objeto mismo de la práctica literaria?). Desde su primer número apostó a premisas que vindicaban la autonomía del campo literario, una literatura donde “no hay propiedad privada del lenguaje”, ampliando sus fronteras, a su vez, a través de una genealogía propia (una revisión del canon que incluyó a Macedonio Fernández como eje, pero también a Witold Gombrowicz y ciertos aspectos polémicos de Borges).

Como consecuencia: en la literatura no importa tanto el tema (los géneros y sus tediosas argumentaciones) sino la irrupción de la palabra, el tono con que el lenguaje se devela. Un programa que intentó legitimar un discurso hasta entonces ignorado en los circuitos oficiales.

Ariel Idez reconstruye el campo y clima cultural de los setenta a través de una investigación precisa, bien documentada gracias a una prosa clara y objetiva. Libro que revela alguna de las claves esenciales para comprender un episodio tan relevante como polémico, pues durante décadas algunos sectores heterodoxos de la crítica rotularon a Literal como falsamente elitista (por cruzar ensayo y ficción). No obstante, y gracias a ella, la publicación posibilitó la lectura de autores posteriores como Aira, Piglia y Fogwill, entre otros.

Nota original: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-4146-2011-01-27.html

La escritura de lo imposible │ Revista Ñ

Fundada en los 70 por Osvaldo Lamborghini, Luis Gusmán y Germán García, esta revista irreverente se enfrentó a la figura del escritor comprometido aportando a la discusión sobre literatura y política.

NUCLEO DE LITERAL. Germán García, Osvaldo Lamborghini, Ricardo Zelarrayán y Luis Gusmán.

por Maximiliano Crespi para Revista Ñ │ Junio de 2011

La reedición facsimilar de Literal encarada por la Biblioteca Nacional, bajo curaduría del especialista Juan Mendoza, viene a cubrir una demanda concreta. Por un lado, porque los cinco números (publicados originalmente en tres volúmenes) de la mítica revista fundada entrados los 70 por Osvaldo Lamborghini, Germán García y Luis Gusmán, sólo se conseguían hasta ahora en borrosas fotocopias en los alrededores de la Facultad de Filosofía y Letras. La revista, cuya intensidad de afecto ha sido atentamente subrayada por Alberto Giordano, y en cuya constelación nominal se suelen incluir los nombres de Josefina Ludmer, Jorge Quiroga, Julio Ludueña, Lorenzo Quinteros, Ricardo Ortolás y Horacio Romeu, pero también los de Oscar Steimberg, Luis Thonis, María Moreno, Edgardo Russo, Tamara Kamenszain y Héctor Libertella, había sido rescatada parcialmente hace unos años por Santiago Arcos. Pero de aquella compilación de 150 páginas realizada por el propio Libertella a las 520 de la edición facsímil (que reúne la totalidad de la revista) hay, además de una distancia específica en términos cuantitativos, una diferencia cualitativa. No sólo porque aquella edición era ya, por supuesto, una versión libertelliana del acontecimiento Literal (compilar es cortar; leer es disponer un corte); sino porque en esta ocasión, para alegría de fetichistas e investigadores vehementes, se recuperan el diseño, la composición y el paginado originales de la revista que recobra así su concepto objetual, incluyendo desde su particular paratexto y sus “errores técnicos” a sus avisos publicitarios.
En segundo lugar, la reedición constituye también un acontecimiento político y una apuesta fuerte por parte de la Biblioteca Nacional. Literal no es Contorno, ni mucho menos Envido (las otras dos revistas reeditadas bajo la administración González). Es sin duda un objeto más difícil de identificar con el perfil que caracteriza su política editorial de rescate. Literal es una revista irreverente, arisca e impiadosa. No da tregua a sus “enemigos”. Se planta de frente al estereotipo políticamente correcto de “escritor comprometido” y cuestiona desde su ficción-teórica los modos lineales y estandarizados de la relación entre literatura y política, donde todas las series discursivas declaraban su indefensión (su impotencia) ante las imposiciones de la Historia. Subvierte la razonabilidad de una hegemonía discursiva consensuada con arreglo a fines. Y lo hace en una actitud violenta, en los registros más provocativos: vulnerando con pasión vejatoria la solemnidad del documento, negándose a discutir la censura (porque oponerse a ella es ya aceptar los términos que la censura impone), apropiándose del formato libro para rechazar a Los Libros, destituyendo la paternidad textual para celebrar la bastardía en el “orden” de la literatura, disolviendo la organización genérica para reconocerse en la deriva del texto, conspirando en su retórica compulsiva para suspender el final esperado de la conspiración misma, fundando un principio de familiaridad a partir de la promiscuidad incestuosa, confundiendo los trabajos de la escritura en el goce soberano del juego, disolviendo al Hombre en sus intercambios, haciendo de flujos y fluidos el lugar de toda experiencia. Alguna vez incluso María Moreno leyó en esa suerte de trasvaloración nietzscheana que pulsa la escritura literaliana ciertos efectos sarmientinos: con “instantaneidad de ráfaga”, los textos de Literal se aferran al deseo de escritura, a la vez que rechazan las demandas del Saber; no se escribe lo que se sabe sino para saberlo perdido en la letra, se escribe contra el mito del escritor “natural” confiando la potencia inventiva lo desencadenado por el lapsus, el error, el desconcierto y la tontería.
En todo caso, Literal, esa revista-libro que levanta su nombre como un “grito de guerra” contra toda heroicidad investida, supone un pliegue “maldito” sobre una época cargada de voluntarismo, violencia y pedagogía pueril. A la presión ejercida por la “realidad política” sobre la “literatura argentina”, la respuesta literal es categórica en su irreverencia, tanto respecto de su origen (lacaniano: “Lo real es imposible”) como de su destino: “La literatura es posible porque la realidad es imposible”. Pero eso no es todo. A la extorsión calculada de la Historia opuso con insolencia el resto del texto; a la hegemonía naturalizada de la representación, la flexión literal; a la poética voluntarista del “compromiso político”, la descomposición provocada por la intriga irresuelta; a la lógica repetitiva y policial de la explicación, la deriva lúdica y paradójica de la exploración significante.
En virtud de esa serie de operaciones calculadas, Literal parece hoy la uña encarnada de un imaginario populista inconsciente de sus propios límites. Fue –parafraseando al Nicolás Rosa lector de Borges– otro hecho maldito del país populista. Lo fue en tanto tuvo el valor de denunciar la loca escalada de una “épica de la coyuntura” que mal travestía “una metafísica del oportunismo”, pero también en tanto se negó a taparse los ojos y se obligó a pre-decir –con precisión asombrosa– el funesto desenlace de las nupcias entre la Utopía y el Poder. Y es por eso que esta revista de vanguardia, que habría que pensar desde la “Teoría del residuo, la mezcla y el fragmento” de Daniel Link, retorna hoy con la talla de una interrogación política, en tanto deja expuestos ciertos modos de la arrogancia discursiva que, en el presente, se asumen desde un punto impreciso entre la buena conciencia y la mala fe.

Las dos Literales

Leída en perspectiva, la revista hace visible una interesante transformación. En el grueso volumen que atesora esa extraña excursión vanguardista por el campo sin fronteras de la letra, se dejan leer dos literales o, por lo menos, dos momentos cruciales en la deriva Literal. Podría decirse incluso que, desde el primer volumen al último (que contiene los números 4/5), la publicación se transforma sensiblemente de una revista-artefacto, eminentemente vanguardista, a una revista articulada ya sobre la generalidad de una convención cultural. Si hubiera que emplear con nombres propios a condición de adjetivar ese perceptible “paso”, podría proponerse como el devenir de la revista caótica y anárquica, de pulsión lamborghiniana, hacia la revista literaria coordinada por Germán García (en el rol de “Director”), definida por secciones precisas y encaminada en géneros y formatos más consensuados en el horizonte de lectura.
En ese paso (no) más allá de Literal hay dos rasgos salientes que vale la pena subrayar para pensar sus grados de proyección sobre emprendimientos posteriores como, por ejemplo, la revista Sitio: una persistencia y una recuperación. La persistencia: en su particular modo de asumir la relación con el texto literario, sin reducirlo a otros patrones discursivos y atendiendo especialmente a su capacidad de interferencia sobre los demás discursos de la trama social. La recuperación: de una función transitiva de la escritura que se niega a resignar la posibilidad de intervención en la gresca de los debates literarios e intelectuales de su época.
La reedición adquiere un importante valor cultural al arrancar de la oscuridad y volver accesible un material prácticamente “de culto”. Bien vista, y pensada como eco demorado de una demanda crítica, la recuperación viene a discutir incluso la idea esbozada por Mendoza: “el carácter resbaloso de su materia, su cualidad de animal intratable y movedizo” y su “capacidad para estar siempre cambiando su lugar de posición” como “rasgos que todavía agigantan su misterio”.
Literal empieza a ser examinada desde diversos flancos en un intento por deshacer críticamente ese halo de misterio, malditismo y hermetismo con que durante años se fabricó su mitología. Esa es una política del presente y sobre el presente. De ahí que los resultados de esa lectura echen acaso menos luz sobre tiempo tumultuoso en que Literal funda su acontecimiento que sobre ciertas zonas oscuras del tiempo presente en que se produce su retorno. Si algo hace patente la lectura integral del volumen es que, en cada una de sus apariciones (1973, 1975 y 1977), Literal se esfuerza por quitarse a un imaginario político de coyuntura. Rechaza la imagen de un mundo repartido en blancos y negros. Se niega a entrar tanto en el círculo de baba de unas fuerzas reaccionarias (empeñadas en cristalizar a cualquier costo el tiempo pasado) como en el maridaje arreglado entre populismo e izquierda (que apelaba a la máscara extorsiva del “mal menor” en que muchas veces se maquilla de progresismo el pensamiento único).

Para leer Literal

Agil, ameno y en muchos puntos luminoso, Literal. La vanguardia intrigante busca apuntarse en esa briosa serie de trabajos –a los que cabe sumar las intervenciones de Diego Peller– empeñados en revisar la producción literaliana para pensar el propio presente. Pero el libro de Ariel Idez plantea además una paradoja específica al inscribirse él mismo como uno de los más completos y elaborados intentos de explicación de una resistencia política e institucional que poco a poco empieza a ser asimilada.
Creada a partir de una comunión de espanto respecto de las pedagogías del realismo (sociológico) y el populismo (político), Literal se dispuso siempre –y deliberadamente– como conspiración frente a las formas discursivas hegemónicas que confiaban la literatura a la lógica representacional de la servidumbre comunicativa, a cuyos agentes solía marcar irónicamente bajo el rótulo de “técnicos de la felicidad”. La lectura de Idez, próvidamente concentrada en la descripción del contexto histórico en que Literal halló sus condiciones (negativas) de posibilidad, opta por una tesis clara: el retorno de la letra-literal se resuelve hacia una “restauración martinfierrista” que hace pie en la redención de un canon marginal o un contracanon, que incluye la disposición vanguardista de la revista dirigida por Evar Méndez a comienzos del siglo XX, pero que también se resemantiza a partir de las relecturas en desvío (en razón del error, el desliz o la mera incomprensión) de la tradición literaria a través de textos de Güiraldes, Macedonio Fernández, Borges, Girondo, Gombrowicz, Martínez Estrada, Kordon o el Flaubert de Bouvard y Pécuchet. A dicha hipótesis, difícilmente discutible pero en cierto sentido corta de sisa, cabría agregar el carácter –no menor– de “atentado epistemológico” que la revista prefigura como correlato de una experiencia de escritura cuyo goce está atado a la promiscuidad discursiva y a la pérdida del nombre. Se trata, claro, de transformar el yerro, la estupidez y la aberración en principio constructivo de una poética de la provocación que busca hender los límites de lo escribible: es decir, “mezclar los códigos, dar por sabido lo que se ignora, adoptar la posición del entontecido-cínico incluso frente a lo que realmente se sabe”.
El libro de Idez cifra su origen en su tesis de licenciatura para Ciencias de la Comunicación, lo que resulta significativo a la hora de comprender su punto de vista. La vanguardia intrigante, que asume su deuda con la monumental biografía de Ricardo Strafacce sobre Osvaldo Lamborghini, se forjó a partir de una ardua investigación centrada en entrevistas a integrantes del grupo, colaboradores y lectores críticos de esa revista que sin duda también tuvo algo de happening. Ese hecho matiza notablemente su naturaleza y sus resultados. El carácter determinante que adquieren los capítulos de corte historiográfico (en los que se examina más su repercusión que su recepción), la presencia casi lateral de algunas interferencias importantes que singularizan la conformación del artefacto-literal (como el psicoanálisis lacaniano introducido en su seno por Oscar Masotta o algunos conceptos teóricos forjados por el posestructuralismo francés) y el lugar marginal que asume el texto literario literaliano en su lectura son sintomáticos y en cierta medida reveladores de la posición que el autor toma ante su objeto. Más aún: la apariencia integral que toma el recorrido dispuesto por Idez se hace posible sólo en la adopción de esta perspectiva que, muchas veces, participa de esa forma de ilusión que es la totalización por la historia. Sin embargo, en un gesto que hace presente la potencia de lo inútil, lo inactual y lo singular, Literal resiste soberanamente esa captura. Resiste donde aún es posible la resistencia: en el último rescoldo de lo literario, en el resto del texto, en el “desperdicio”, en el exceso, en el suplemento barroco, en lo intratable. Mientras tanto, como diría Lacan, es la imposibilidad lo que no cesa de escribirse.

Nota original: https://www.clarin.com/rn/literatura/Revista-Literal-Lamborghini-Gusman-Garcia_0_BJbQi-WaPmg.html

Sobre Literal: la vanguardia intrigante de Ariel Idez │ Escritores del mundo

por Aníbal Jarkowski para Escritores del mundo │ Marzo de 2013
Uno de los sueños más persistentes e insensatos de algunos escritores es la desaparición absoluta de los críticos para que, a partir de ese momento ideal, se haga realidad el lema mendaz que cada año, con poca imaginación, repite la Feria del Libro – El libro del Autor al Lector-.
    La insensatez de ese sueño radica en la inesperada ignorancia que supone desconocer que la desaparición de la crítica se correspondería, sin más, con la desaparición de aquello que, hace más o menos doscientos cincuenta años, entendemos por Literatura.
    Es verdad que la obra de muchos escritores y escritoras no recibe ni recibió la atención de aquellos lectores expertos a los que se les reconoce, en virtud de sus acreditaciones, su capacitación, experiencia e idoneidad, cierta autoridad crítica – desatención que dio pie a esa extraña pero tan mentada categoría que, sin la culpa de ellos, integran los autores “injustamente olvidados” -; sin embargo, por el revés, es una ley del sistema literario que la sobrevida de los textos en el tiempo depende en buena medida – si no en su totalidad – de la atención que las críticas y los críticos les dediquen. Dando todavía un paso más, puede proponerse que la significación de un texto literario – no hablemos necesariamente de su valor – es directamente proporcional a la atención que reciba del discurso crítico.
    Este pormenor introductorio acaso quede justificado para comentar ahora Literal. La vanguardia intrigante (Prometeo Libros, 2010), el valioso libro que Ariel Darío Idez dedicó a esa revista que, muy probablemente, haya motivado ya una cantidad de páginas críticas muy superior a las que la misma revista contuvo en sus escasas tres apariciones, entre noviembre de 1973 y noviembre de 1977.
Se ha escrito muchas veces que Literal es una revista mítica, en el sentido de la cantidad de relatos, probables, improbables o sólo conjeturales, que produjo a lo largo del tiempo, mucho más allá de su desaparición y, sobre todo, en la última década – particularmente gracias a la compilación antológica que realizó Héctor Libertella y Santiago Arcos Editor publicó en 2002 -, cuando ocurre que, a diferencias de otras revistas, la lectura directa de Literal sólo es posible si se da con algunas de las contadas hemerotecas que cuentan con ejemplares de los tres números editados. Toda la razón parece asistir a Ricardo Strafacce – autor de la reciente y minuciosa biografía de Osvaldo Lamborghini – cuando observa que “mil veces más citada que leída, esa sola condición le habría bastado a Literal para convertirse en mito.”
    En esta dirección, uno de los mayores aciertos del trabajo de Idez es contribuir, con solidez, al desmoronamiento de ese mito y a su reemplazo, en cambio, por una consideración de Literal como un emergente histórico; es decir, la observación atenta de las muy peculiares coordenadas políticas, sociales, culturales – y hasta económicas, es claro – en que la revista hizo su efímera y discontinua aparición; coordenadas, por cierto, muy distintas de las actuales. Es sencillo, entonces, entender por qué Idez se demora hasta el tercer capítulo para concentrarse en el “Surgimiento de Literal”, y prefiere dedicar los dos primeros a un rápido registro de acontecimientos políticos y económicos del año 1973 – “Literal: clase 73” – y a la descripción de tensiones estético-ideológicas de ese particular momento de nuestra historia – “Clima cultural”.
 
El trabajo de Idez, desarrollado con comodidad en poco más de 120 páginas, es, acaso por su misma economía espacial, una feliz sucesión de observaciones y razonamientos convincentes, nada presuntuosos ni arbitrarios, y expuestos con una cuidada claridad. Respecto de esto último, es francamente un hallazgo que la escritura del autor, en ninguna de las páginas del libro, se haya mimetizado con el estilo hegemónico en su objeto de estudio. Esto, por una parte, indica reflexión y mesura intelectual y, por otra, habla también del envejecimiento – la fuerte historicidad – del discurso mismo de la revista. Las muy precisas determinaciones con que emergió hacen de la “flexión Literal” una experiencia de escritura e interpretación que hoy sólo podría remedarse – como en el caso de Contorno, por ejemplo – en términos paródicos.
 
Más allá de su relativa brevedad y de la estrategia general de una argumentación calma y apoyada en citas siempre pertinentes, el libro de Idez también incluye algunas iluminaciones conceptuales, nada pretenciosas ni arbitrarias, como la mimetización del discurso de algunos escritores – Cortázar, Eloy Martínez, Walsh – con el léxico belicista que impregnó los discursos de la época; la contradicción entre los textos de la revista y los de los avisos publicitarios que los acompañaban; el provincianismo de exhibir la firma en artículos cuando pertenecían a autores extranjeros; la observación de que Literal nunca explicitó el nombre de sus adversarios ni rechazó de manera frontal los mecanismos de consagración que, necesariamente, debía impugnar en razón de sus propios postulados teóricos; el “conflicto entre la consagración a futuro del proyecto grupal de vanguardia” de la revista “y la repercusión individual en el aquí y ahora”, que se manifestó, por ejemplo, cuando Osvaldo Lamborghini publicó un relato en el suplemento literario del diario Clarín; la indicación de que el psicoanálisis “fue clave en la lectura que Literal hace de sus propios textos”, aunque ese aparato hermenéutico no tuviese el mismo peso en las obras de ficción de los escritores centrales de la revista – Germán García, Osvaldo Lamborghini y Luis Gusmán -; la idea de que las novedades teóricas – el postestructuralismo y el psicoanálisis lacaniano fundamentalmente – fueron posteriores a la escritura de textos como Nanina, El fiord y El frasquito y funcionaron como una “máquina de lectura” para acompañar, defender o esclarecer esa “literatura prologada” ante los lectores; la distinción entre el Macedonio Fernández de la revista Martín Fierro – un “Macedonio oral” – y el de Literal – “Un Macedonio leído” -; o la propuesta de que Literal operó, no un “parricidio” respecto de la generación anterior, sino un “fratricidio” respecto de sus contemporáneos.
 
Más allá del acuerdo en general con el trabajo de Idez, el mismo interés que despertó en mí su lectura me compromete también a plantear algunas discrepancias.
    En primer lugar, si bien el análisis de las diferentes apropiaciones que Martín Fierro y Literal – separadas por medio siglo – hicieron de la figura de autor, las ideas y la obra de Macedonio Fernández es convincente – y entiendo que, además, es original –, no lo es tanto la idea de que Literal tuviera “una firme voluntad de vinculación con la vanguardia martinfierrista de los años veinte”, como también parece excesiva la afirmación de que Literal fue “un ataque a las propuestas que había esgrimido y consolidado Contorno veinte años atrás…”
    Por un lado, la relectura de Macedonio o la recurrencia a los manifiestos como forma de intervención polémica, con todo, no parecen suficientes para proponer a Literal como una suerte de “restauración martinfierrista”.
    El tono humorístico, la búsqueda del impacto visual a través del diseño gráfico, la construcción de la propia identidad a partir del enfrentamiento con la generación anterior, las tensiones internas entre nacionalismo y cosmopolitismo, el culto a la novedad, la amplia atención dispensada a la poesía – e incluso a otras artes no literarias como el cine, la pintura o la escultura – o la ausencia de radicalidad ideológica son, entre otros, rasgos distintivos de Martín Fierro que no reaparecen en Literal.
    Hay, sí, en ambas revistas, una común reivindicación de la autonomía literaria y un rechazo a la fe realista, pero las circunstancias, de todo orden, son muy diferentes en lo que fue de 1924 a 1973, de manera que aquella reivindicación y aquel rechazo alcanzan una distinta significación en cada caso.
    Por otro lado, el programa estético y las posiciones ideológicas de Literal están, en efecto, en las antípodas de las de Contorno, pero acaso eso mismo no deba entenderse como el ataque a una revista que había desaparecido dos décadas antes sino, mejor, como el enfrentamiento a publicaciones exactamente contemporáneas como Crisis o Los libros, por ejemplo – aunque por diferentes razones con cada una -. Idez no ignora esto y hasta lo señala fugazmente, pero posterga desarrollarlo para construir, en cambio, algo forzadamente, la tradición en la cual Literal se inscribiría.
 
En segundo lugar, durante la lectura del libro extraña que Idez no se detenga en ningún momento a considerar los textos de ficción que también aparecieron en la revista, más allá de que los enumere en alguna página.
    En principio es una omisión significativa, pero además resulta interesante considerar si esa omisión no es, en verdad, un tácito juicio de valor sobre esas ficciones. Es muy probable que los manifiestos de Literal y otros textos de naturaleza equivalente conserven hoy un interés mucho mayor que el de las ficciones que los acompañaron en las páginas de la revista.
 
Por último, Idez entiende que la radicalidad experimental de obras como Nanina, El fiord, Sebregondi retrocede y El frasquito y “el renovado arsenal teórico” que aportó Literal “anticipan el tono de la literatura argentina de los años ochenta”, al extremo de que hoy sería difícil pensar los últimos treinta años de nuestra literatura “por fuera de la influencia de Literal”, y propone, entre sus descendientes, escrituras experimentales como las de Aira, Libertella o Fogwill.
    Esta hipótesis, antes que errada, parece excesiva e incompleta; producto, acaso, de un entusiasmo que impidió ampliar el campo de mira y aparear otras razones y circunstancias.
    El paradigma de análisis lacaniano, su aparato conceptual y aun los amaneramientos de su escritura, por ejemplo, casi no dejaron descendencia visible en la literatura argentina y hoy – otra vez – su remedo sólo podría perseguir fines paródicos. La violenta irrupción normalizada de fuerzas parapoliciales primero, y la posterior exacerbación inconcebible de esa violencia – convertida en programa político de exterminio a partir de la dictadura militar de 1976 -, desvaneció la fe ciega en paradigmas omniexplicativos como el marxismo, la Teoría de la Liberación o la ideología tercermundista, pero ese desvanecimiento también incluyó a las impertérritas verdades del psicoanálisis.
    Desde los años ochenta, y acaso hasta el menemismo, la literatura argentina desconfió, drásticamente, de las diáfanas representaciones del realismo, de la transparencia referencial del lenguaje y de cualquier función social o política reservada a la literatura; sin embargo, eso parece efecto, menos de una deuda contraída con los ideales de Literal, que del transtorno de toda certeza que significó soportar durante siete años una dictadura criminal y demente.
    Al salir de esa atroz pesadilla – y entrar en otras menos repugnantes – la literatura argentina pareció entender – para ser también excesivos – que su salvación quedaba cifrada en releer la obra de Borges y considerar qué se podía hacer con ella.
El libro de Idez – autor a quien desconozco personalmente pero a quien desde ya respeto en términos intelectuales – por distintas razones que intenté señalar es una valiosa contribución al creciente interés por el ideario y las estrategias discursivas de Literal y por la obra anterior, coetánea y posterior de los escritores que centralmente participaron en la revista – esto es, Germán García, Luis Gusmán y Osvaldo Lamborghini -.
    Es, también, una nueva evidencia de la insensatez que supone soñar con la desaparición de la crítica.
Aníbal Jarkowski (Buenos Aires)
Nota original: http://www.escritoresdelmundo.com/2011/03/sobre-literal-la-vanguardia-intrigante.html