Un nuevo modelo intelectual para el campo cultural argentino: El surgimiento de la revista Sitio

Publicado en la Revista Afuera. Estudios de crítica cultural, en el número XIII, Ciudad de Buenos Aires. ISSN: 1850-6267.

Resumen:

El presente avance de investigación se articula alrededor de la revista Sitio, fundada en 1981 y dirigida por Ramón Alcalde, Jorge Jinkis, Eduardo Grüner y Luis Gusmán. Se tomará el primer número de la publicación como eje para indagar la reconfiguración del campo intelectual argentino sobre el final de la dictadura y el comienzo de la transición democrática. La ponencia procurará reconstruir los debates que se suscitaron en las páginas de la revista y su relación y posicionamiento en relación a otras importantes publicaciones del período como Punto de vista o Controversia en lo que consideramos una etapa clave en la forja de un nuevo tipo de intelectual ante la crisis que provoca la caída del modelo de intelectual revolucionario y comprometido de los años setentas.

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Publicación en línea: http://www.revistaafuera.com/articulo.php?id=283&nro=13

“Eso fue lo que ella dijo”. Representación, ficción y realidad en Jogo de cena (de Eduardo Coutinho)

Publicado en la Revista Imagofagia  (Revista de la Asociación Argentina de Estudios de Cine y Audiovisual) Número 9. ISSN: 1852-9550.

Resumen

El documental Jogo de cena, de Eduardo Coutinho, propone asistir al testimonio de una mujer que cuenta un aspecto o historia de su vida y a una actriz que la interpreta, sin aclarar al espectador quién es quien. A partir de este procedimiento Coutinho explorará distintas variantes para producir una inquietante reflexión acerca de los registros de la realidad y la ficción y el uso ingenuo o “neutral” de la entrevista audiovisual como herramienta de construcción de un verosímil que se hace pasar por reflejo de la realidad. El documental será analizado sobre todo a partir de la articulación entre política y estética a partir del argumento de Jacques Rancière de una “repartición de lo sensible” que dispone ciertos lugares de lo decible y lo visible que puede ser cuestionada por un dispositivo estético que proponga una nueva distribución, en este caso el “juego” del documental que apela a una intervención política y una emancipación estética del espectador.

Palabras clave: Eduardo Coutinho, documental, entrevista.

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Publicación en línea: http://www.asaeca.org/imagofagia/index.php/imagofagia/article/view/515

Del libro al ebook: aspectos económicos del libro electrónico

Publicado en Avatares de la Comunicación y la Cultura Revista de la Carrera de Ciencias de la Comunicación (UBA) Número 9. ISSN 1853-5925

Resumen

El objetivo de este trabajo consiste en analizar el fenómeno del ebook o libro electrónico desde la perspectiva de la economía política de la comunicación. Creemos que un análisis desde este enfoque puede ser muy valioso para una mejor y más amplia comprensión de este nuevo soporte que modifica la producción, la circulación y la recepción de textos en tanto está estrechamente vinculado a la incorporación de nuevas tecnologías (como los dispositivos de lectura que presentan un soporte novedoso para los textos digitalizados) e interactúa estrechamente con la web 2.0, además de tratarse de un proceso impulsado por grandes actores económicos (como Amazon y Sony, entre
otros), por lo que consideramos que una comprensión cabal de este proceso no puede prescindir de un estudio de sus condiciones e implicancias en el marco de la economía de la comunicación, sin que ésta, claro está, agote la cuestión.
Palabras clave: Libro electrónico – Economía de la comunicación – TICs
Publicación en línea: http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/avatares/article/viewFile/6359/pdf

Aira, el antihéroe │ Revista Ñ

Ariel Idez utiliza todos los elementos de la literatura aireana para su primera novela, una parodia con estilo.

por Flavio Lo Presti para  Revista Ñ del diario Clarín │ 5 de julio de 2012

César Aira ha sido una esfinge para los escritores argentinos jóvenes. ¿Qué se podía hacer cuando semejante inteligencia nos había mostrado que la libertad se había vuelto su prerrogativa, que las formas de lo cómico habían sido agotadas en cien novelas por él mismo y que la seriedad estaba prohibida, como decía el narrador de una novela ya legendaria, “bajo el veto del absurdo”? Ariel Idez le dio carne a esa sensación generacional de pequeñez y la transformó en el protagonista de su primera novela (Dante, el enano más sexy del mundo), le dio un oficio digno de ser auscultado por la delirante etnografía aireana (es paseador de perros después de haberse dedicado a la prostitución) y un destino que lo enfrenta a Aira como a un camión que viene de frente: quiere ser escritor, y la hoja en blanco lo tortura mientras la obra del escritor nacido en Pringles se multiplica a un ritmo imposible, en una deriva criminal de la táctica de publicar en todas partes.

La novela de Idez toca todas las notas de la obra de Aira: los dobles, la ficción de etnografía urbana, la habitual estructura de thriller y aventura con batalla coreográfica final, los detalles de exotismo oriental (hay chinos invasores y taiwaneses peronistas) y el final escatológico, cuyo catalizador es Aira transfigurado en enemigo público y Sabio loco. Pero más allá del dominio perfecto de estos elementos “de armado”, el mérito principal de Idez es acertar donde fracasaron los epígonos: el calco de la prosodia, de los juegos retóricos que apuntan a la perplejidad, de la ficción vertiginosa de paradoja. Todo eso que en algunos se hacía ripio se vuelve gracia y parodia en la prosa de Idez, lo que produce una especie de mareo crítico: juego del burlador burlado, homenaje y exorcismo, La última de César Aira copia tan bien el funcionamiento de la frase aireana que por momentos hace sentir el mareo del Pierre Menard, esa doblez en el que ya no sabemos de dónde viene ni qué valor tiene lo que leemos, multiplicando las preguntas que la propia obra de Aira le dejó como una bomba insidiosa al indefenso campo crítico. Estos rasgos exigen tolerancia para el cuento de hadas para adultos, la andanada de chistes malos voluntarios y la falta de relieve psicológico de los personajes, pero los lectores de Aira y sus alrededores van a disfrutar (al margen del monumental trabajo formal de Idez por exorcizar y estar a la altura de su fantasma) el encuentro con el retrato de Arturo Carrera que empuña un arma y está aterrorizado por su compañero de juegos infantiles; la versión de Chitarroni transformado en oráculo ininteligible, manejando un Dacia 93 por la llanura en compañía del enano Dante; la perversa figuración, ubicua y en fuga, del César de Pringles: congelado como ícono con el buzo Legacy a rayas celestes y rojas, impresentable y refugiado en la complicidad de una crítica amenazada, manejando la prostitución en el barrio de Flores y planeando terminar con esa ficción literaria que llamamos Argentina.

Nota original: https://www.clarin.com/resenas/aira-el-antiheroe_0_BJEiwM3wXg.html

Cómo presentarse en sociedad │ Solo Tempestad

por Matías Pailos en Solo Tempestad │ 2016

La presentación (pública y oral) de un libro es un monstruo de varias cabezas, un Frankenstein discursivo: un poco performance, un poco reseña, dos pocos panfleto, una pizca de ensayo. Anécdotas con el autor: a gusto. Esa naturaleza híbrida favorece a quienes, como en las artes marciales mixtas, manejan más de una técnica de combate. El presentador debe ser capaz de entretener al público, pero sin dejar de vender el libro; debe promocionar el producto, pero sin espoilear su contenido; debe abstenerse de escupirle el asado al lector, pero a la vez debe darle una idea cabal del engendro que mora al final del laberinto. Finalmente, por si fuera poco, debe dar cuenta del libro sin renunciar a la originalidad interpretativa.

Sí, todo muy difícil.

Los múltiples fines a los que una presentación debe atender, entonces, parecen exigir el dominio de un lenguaje rico en más de una moneda. Eso favorece el empleo de un léxico plagado de giros coloquiales, aún más orientado a la respuesta del público que, pongamos, una reseña. Pero como el público de las presentaciones, en la abrumadora mayoría de los casos, son tan roedores de bibliotecas (virtuales o de carne y hueso) como el autor, tampoco es aconsejable limitarse al vocabulario de vestuario. En síntesis: las destrezas técnicas que el oficio requiere parecen calzarle a medida al estilo Idez de rapeado teórico, payada intelectual y chistes lingüísticos (¿no lo son todos?). Un estilo forjado al calor del reverdecer editorial, en su variante independiente, de la segunda mitad del kirchnerato, cuando las presentaciones de libros nuevos (de editoriales novísimas) eran el pan nuestro de cada día, e Idez subía más de una vez al mes a la tarima (al menos simbólica) de lugares como el viejo Matienzo, casa Brandon o el bar Varela Varelita, a dar cuenta de novelas, libros de cuentos, de poesía, ensayos y hasta alguna que otra obra de teatro, a tratar de encandilar a potenciales lectores con las luces presuntas del libro que la ocasión pintara calvamente entre manos.

“Elogio de la pérdida”, el nuevo libro de Idez, tiene su origen ahí. Cuando, como el presentador y narrador y protagonista de todos los relatos y entradas y presentaciones del libro, intentaba escribir una obra propia, pero solo le salían las presentaciones de libros ajenos a las que se había comprometido.

Como toda obra que valga la pena, el libro es muchas cosas. Entre otras, una colección de libros y autores imaginarios. Algunos, incluso más interesantes que sus obras. En particular, José María Velazco, el poeta paracaidista (tanto en la vida como en la literatura), un nadador de nubes, suerte de Viel Temperley de las alturas, y Martino Quintana, el megaempresario para el que el dinero, las personas y el poder no son un problema. Pero antes que eso, el libro de Idez es un compendio de libros inventados que, estimo, al autor le gustaría leer. O, al menos (porque a veces la vanguardia gusta más como pastillas glosarias que como banquetes eternos), que le gustaría que existieran. “Poemas argentinos”, el primer cuento –al menos si así etiquetamos la ficción de corta extensión-, muestra un nuevo libro de poesía argentina de los noventa, solo que escrita por un profesor universitario chino de estos tiempos que trabaja en un súper (chino) del Bajo Belgrano, adonde llega expulsado por el régimen maoísta, post-maoista o cual fuere que sea la relación que el actual sistema gubernamental chino mantenga con el mantra devenido líder político del siglo XX, Mao Tse-Tung. “Poemas argentinos” es también la primera oportunidad para que Idez, narrador, ensayista y periodista cultural, se foguee (al refugio de un libro de ficción) en una pasión secreta: la poesía.

“Los argentinos / hacen fila / en la calle /a la puerta / de los bancos / la parada de los buses / al pie de las instituciones / públicas / las plazas los negocios / las universidades”.

Los de Leslie Ho, el autor postulado de “Poemas argentinos”, no son los únicos versos que habitan “Elogio de la pérdida”. Idez agrega otros en “Caída libre”, del ya mencionado Mayor Velazco, y otros más que aparecen en “Taller literario” (sobre el que volveré). El cuento arranca con una pregunta: “¿Cómo reconocer a un poeta?”. Idez apunta a su autor ficticio de otras latitudes, pero la pregunta termina señalándolo. El agregado de la traducción en chino (en alguna de sus variedades) de los poemas de Leslie Ho es la frutilla del postre de la entrada que abre el libro. “Elogio de la pérdida (y otras presentaciones)” (editado -me olvidaba- por Interzona) está plagado de este tipo de aciertos, pequeñas gemas de ingenio de vanguardia, de chistes para entendidos.

“Ibuk”, “Propiedad horizontal/Acecho”, “Covers”, “Manifiesto Inutilista” y “Taller literario, volumen 22” son los mejores libros imaginarios (y entradas de este blog de papel que es el libro de Idez) presentados por nuestro narrador sin nombre. “Ibuk” es un libro virtual que en algún momento se borra mientras se lo lee (¿qué pasa si volvemos atrás?), como la realidad de los protagonistas de “Ubik”, la novela de Philip Dick. Cada capítulo, de hecho, acuna un dispositivo imposible de activar en forma analógica: una carta en letra manuscrita que sigue los devenires de una escritura dubitativa y errática, “con tachaduras, rodeos y hasta páginas arrancadas incluidas”, o el del capítulo llamado “Tren mesopotámico”, “en el que las palabras aparecen y desaparecen según el ritmo de marcha del “tren del relato”, si se me permite el juego de palabras”. “Propiedad Horizontal/Acecho” son dos libros en uno. En el primero, Idez imagina una serie de relatos “independientes pero sutilmente conectados por la unidad de lugar y por la inminente reunión de consorcio para la que todos operan y conspiran (…), y que ya desde su nombre es un digno tributo a las mejores ficciones de Hebe Uhart”. Idez no se priva de construir su propia tradición, de fijar un patrón de lectura, un horizonte de referencias en el que aspira a ser leído. “Acecho” le da a Idez la oportunidad de bautizar una literatura inexistente con un nuevo chiste. “Luro [el autor del libro presentado] inaugura con este libro un nuevo género que me atrevo a bautizar como Spy-Fi”. La presentación de “Covers” arranca casi con una rendición incondicional: “Está todo inventado”. Acto seguido, Idez inventa nuevos modos de apropiarse de todo lo inventado. Destacan (la idea de) el cover de “La larga risa de todos estos años”, de Fogwill, que consiste en una transcripción literal del cuento, salvo por algunos cambios nada menores: la fecha, el sexo de los personajes, el arte marcial elegido. La presentación cierra con una mención al “cover de ‘Pierre Menard, autor del Quijote”, reproducido sin cambiar ni un punto ni una coma”. Hola, Kodama. Te estamos llamando. En el “Manifiesto Inutilista” se lidia con un subgénero inusual: el manifiesto. Hay muchas formas de hacer literatura, y cualquier discurso que circule va a parar al asador literario de Idez. El libro de ideas despierta en el autor el gusto por las paradojas: “yo me considero un presentador con oficio, con trayectoria (…), en pocas palabras, un ‘experto’. Entonces, digo, ¿cómo puede ser que justo yo esté presentando el ‘Manifiesto Inutilista’”. Acá hay también una nueva incursión en los discursos del mundo del arte: de artistas, de críticos, de coleccionistas y especialistas, que Idez ya había frecuentado en “Carne”, un cuento de su primer libro. La presentación cierra con una pregunta inquietante, “que este manifiesto nos lanza a la cara: ¿merece este mundo ser salvado?”

Mención aparte, como se dice, merece (como se dice) “Por izquierda”. El autor imaginario del libro en cuestión es un tal Ariel Idez. (¿Se puede ser real e imaginario a la vez?) “Por izquierda” se viste de una fiel emulación de su original, un cuaderno Rivadavia verde escrito íntegramente con la mano izquierda por un Idez diestro. Idez x Idez: “Tomando como referencia la obra de Aarón Medina, podríamos decir que Idez escribió más que un cover: en tanto mixturó a Levrero y Sánchez, produjo un mashup de ambos autores”. Es interesante ver cómo el autor describe su propio estilo. El párrafo apunta al libro presentado, pero se aplica fácilmente al resto de su obra (dos libros de relatos más tradicionales y una novela): “Idez ensaya todos los trucos y retruécanos, empezando por no privarse de ningún chiste en referencia a la tan mentada ‘literatura de izquierda’, siguiendo por ‘pases de manos’ en los que aparece la derecha como ‘invitada especial’, como cuando escribe ‘derecha’ con dicha mano y nosotros podemos apreciar en esta edición la diferencia, produciendo un inquietante vínculo entre significado, significante y materia”. Como el Casas ensayista, Idez es una fuente continua de satoris vestidos de frases ingeniosas.

Un último comentario antes del final. El libro abre con un prólogo –es decir, con una presentación- que contiene, también, una teoría de las presentaciones. De todas ellas. En tanto una reseña funge en parte como presentación de un libro, Idez le marca la cancha a sus reseñistas, dictando el modo en que debe ser leído.

“Elogio de la pérdida y otras presentaciones” es un libro breve, que se engancha en la tradición de vidas (y libros) imaginarios que nace con Marcel Schwob (o Plutarco), y marca mojones de tinta con Borges y el Bolaño de “La literatura nazi en América”. También podemos pensar en las “Vidas breves de idiotas”, de Cavazzoni, e incluso “Las redes invisibles”, de Sebastián Robles, relativamente recién salido del horno, contraparte cyborg y virtual de “Elogio de la pérdida”, analógica y humanista. El libro de Idez está a la altura de sus antecesores, y le da al rulo enrulado una coloración nueva, propia de estos tiempos. Pero también es una contradicción ambulante, porque desafía la afirmación ya citada, el eslogan shakesperiano de su presetador, que afirma que ya está todo inventado. Lo nuevo, en literatura, surge de lugares impensados. No es necesario que la revolución venga del escorzo tecnológico, como la imaginada en “Ibuk”. La realidad es siempre nueva; el mapa discursivo, también. ¿Hace cuánto que se presentan libros? No hace tan poco. La práctica estaba ahí, a la mano, para ser explotada por cualquiera que prestara atención. Pero para ver cartas robadas se necesita un Dupin. Y para escribir sobre ellas, un Poe. En este libro, Idez se viste de autor y personaje, y mata dos pájaros de un tiro.

Título: Elogio de la pérdida y otras presentaciones

Autor: Airel Idez

Editorial: Interzona (2016)

Género: Narrativa

Nota original: http://www.solotempestad.com/idezxpailos/

Ecos borgeanos │ Eterna Cadencia

¿Para qué escribir libros si podemos imaginarlos? Bajo esa premisa, Ariel Idez le dio forma a Elogio de la pérdida y otras presentaciones (Interzona): presentaciones de once libros de existencia improbable. “Ese juego del apócrifo, ese cóctel entre realidad y ficción que te pone en un lugar de duda. Esa incertidumbre es saludable”.

por Ivana Romero en Eterna Cadencia │ Octubre del 2016

¿Para qué escribir libros si podemos imaginarlos?  Bajo esa idea, Ariel Idez le dio forma a Elogio de la pérdida y otras presentaciones. Editado por Interzona, este trabajo contiene –justamente– presentaciones de once libros de existencia improbable. El lector encontrará aquí referencias a los poemas argentinos de un chino que atiende un supermercado, las reescrituras casi imperceptibles que un autor bautiza como “covers”, el análisis entusiasta de un fatigoso volumen que incluye los cuentos de un taller literario, o un manifiesto que lleva al extremo la idea del arte como inutilidad. Como en toda ficción, se adivinan rastros de escritores reales, huellas de textos existentes. Pero las coordenadas están desplazadas, de modo que lo mejor es perderse. Aunque sea inevitable estar un poco alerta.

“La idea surgió luego de pasarme un año presentando varios libros de otros escritores. Es una tarea que me gustó. Al mismo tiempo me di cuenta de que, en cierto aspecto, las presentaciones tienen una gramática propia con algunas reglas básicas. Por ejemplo, tienen que ser textos breves y potentes dirigidos en general a un público congregado en torno al autor por afecto. Está claro que vas a hablar bien del libro porque si no ¿para qué aceptar una presentación? Pero eso implica también contar de qué trata el libro, cómo surgió, de qué materiales está hecho”, cuenta Idez.

 

Al escucharte decir eso y evocar el título del libro, se nos aparece el señor Borges sentado en la mesa de este mismo bar. 

–Sí, Borges es toda una referencia al momento de trabajar con citas reales y otras que no lo son. Quizás por eso el título del libro tiene ecos borgeanos. Me gusta mucho ese lugar que él le propone al lector, ese juego del apócrifo, ese cóctel entre realidad y ficción que te pone en un lugar de duda. Esa incertidumbre es saludable.

Si hablamos de incertidumbre, pienso en un libro de tu volumen, Poemas argentinos, de Leslie Ho, un profesor venido de China, obligado a abandonar su país y que aquí trabaja todo el día en un supermercado.

–China es una otredad cultural. La mayoría de los chinos que abren supermercados no nacieron acá y tenían una vida sobre la que nada sabemos. ¿No te pasó alguna vez de ver a un cajero chateando con familiares que están muy lejos? Es como si vivieran acá entre paréntesis. A veces los ves afincados, pero otras veces parecen en transición.

En ese texto, incluís a Miguel Ángel Petrecca, quien efectivamente es un estudioso de la cultura china en general y de la literatura en particular. Incluso citás Un país mental, esa maravillosa antología de poetas chinos que él editó.

–Sí, Miguel es buenísimo haciendo su trabajo de estudio y le pedí permiso para incluirlo como personaje. ¿Ves? Él existe y me encantó imaginarlo fascinado con un chino renuente a mostrar sus poemas, donde cuenta cómo nos ve a nosotros. Entonces escribe cosas como “Los argentinos/ hacen fila/ en la calle/ a la puerta /de los bancos/ la parada de los buses/ al pie de las instituciones públicas/ las plazas los negocios/ las universidades”. Miguel se fascina y quiere que publique a toda costa. Y el chino lo mira con desconfianza desde el fondo del supermercado Felicidad, en San Telmo, donde pasa todos los días de toda su vida vendiendo fiambre. No entiende por qué sus poemas deberían ser publicados. Así que llegar a la presentación de ese libro fue casi un milagro.

¿Qué es lo que te interesa de las presentaciones?

–Son como un ritual laico, una puerta de acceso para que alguien se convierta en escritor. O sea, te convertís en escritor cuando alguien, un anciano de la tribu, presenta tu libro. Eso de algún modo te legitima, te pone en circulación. Las presentaciones tienen una serie de convenciones que casi las transforman en un género en sí mismo. Pero a la vez, admiten todo tipo de desplazamientos. Al escribir presentaciones de otros libros, me di cuenta de que se podía tensar el procedimiento. Busqué personajes y libros inventados y a partir de ahí me puse a ver hasta dónde me llevaba cada uno.

¿El sentido del humor es un recurso deliberado?

–No pienso en escribir textos humorísticos. Pero el sentido del humor forma parte de mi manera de ser y eso se filtra en la escritura. El humor, si aparece dosificado, genera un equilibrio en relación con cierta solemnidad que a veces rodea una presentación. En el libro aparecen escritores que trabajan en esa zona donde lo cotidiano puede devenir extraño, hilarante o humorístico, según el caso. Me refiero a Macedonio Fernández y Mario Levrero o también, César Aira.

¿Y Néstor Sánchez?

–Lo descubrí por medio de un escritor conocido mío, que estaba leyendo La condición efímera, un libro de cuentos. Así me puse a investigar toda su obra. Quizás tampoco sea casual que Osvaldo Baigorria, autor de la biografía Sobre Sánchez, escriba la contratapa de Elogio de la pérdida. La historia de Sánchez es buenísima: lo dieron por muerto en el ochenta, le hicieron un homenaje y él en realidad se había convertido en un homeless en Estados Unidos. A fines de esa década volvió al país y falleció acá en 2003. En La condición efímera, hay un texto, “Diario de Manhattan”, donde se propone hacer todo con la mano izquierda; incluso, escribir. A la vez, hay una novela curiosa de Levrero, El discurso vacío, que también es una suerte de diario. Ahí plantea que si la grafología permite diagnosticar las enfermedades a través de la letra manuscrita, él va a hacer al revés: mejorar su caligrafía para optimizar su salud.

Uno de los textos del libro se llama justamente “Por izquierda” y está escrito por un tal Idez, que también se propone escribir como en esos diarios. Y el presentador dice que si hubiese que resumir ese libro en una ecuación literaria, diríamos “Levrero más Sánchez igual a Idez”.

–Bueno, esa ecuación es un poco exagerada. Y es algo que dice el presentador… Habría que preguntarle a él.

Nota original: https://www.eternacadencia.com.ar/blog/contenidos-originales/entrevistas/item/un-coctel-entre-realidad-y-ficcion.html

Todo el ganado perdido │ Cosas que pasan

por Fernando Berton en Cosas que pasan │ Febrero del 2016

Un gran recurso del ensayista -y del contador de cuentos- es decir, para introducir el tema, “cuando venía para acá se me ocurrió que….”, o bien, “ya lo dijo antes -y mejor- tal o cual…”. Y una tercera, no menos importante, es la ocupatio, -que no es un invasor de patios- que consiste en decir “yo no les voy a contar la historia de…”, o bien “yo no soy quien para opinar sobre este tema, pero…” y después uno se despacha con cantidad de cosas sobre lo que no iba a decir o no tenía altura para opinar sobre.

En esta ocasión, intentaré un recurso híbrido. Porque el texto que da título al libro de Idez lo leí esta mañana, pero mentiría si dijera que venía para acá, pues iba a trabajar. Es decir, no venía, iba. Y sería una flagrante contradicción decir “cuando iba para acá”.

Entonces, para ser franco, diré que “esta mañana, cuando iba en el colectivo”, que se ajusta más a la realidad. Y tomé el colectivo en vez del tren por la lluvia. Aunque el colectivo tarda más, es decir, se pierde más tiempo así, porque terminé llegando tarde al trabajo. (1)

Bueno, resulta que leí el ensayo que da título al libro (¡ah! ¿ya lo dije?), y aquí el lector desprevenido dirá “pero, ¿es una presentación o un ensayo?”; a lo que se le puede responder que bien se puede hacer una presentación con un ensayo. ¿O no, Yoko?, diría Lennon.

Yendo al punto: Elogio de la pérdida es un libro que presenta libros inexistentes. O de existencia dudosa o improbable. Y es muy recomendable. El libro, claro, no vaya el lector desprevenido a creer que uno le recomienda ser dudoso. O improbable.

Y así como hay una presentación que alude a la alegoría de la caverna platónica (“Poemas argentinos”, Leslie Ho), y otra que es un meta cuento (“Propiedad horizontal/Acecho”, Mariano Luro), nos econtramos con un ensayo genial (“Elogio de la pérdida”, Miguel Sileiro) sobre el mundo consumista, machista y fálico que nos toca vivir.

Aquí el presentador nos cuenta cómo Sileiro va construyendo su teoría sobre el concepto de “perdida”, que puede llegar a asociarse al inefable terror a la castración; mientras que una cultura como la Hopi (un matriarcado) entiende que en el dejar ir, se gana mucho más.

De esto deduce Sileiro que, si viviésemos en el seno de una sociedad matriarcal, la pérdida no tendría el acento dramático que le imprimimos actualmente, ya que la mujer sufre “pérdidas” regularmente y de hecho debe “perder” al hijo que lleva en su vientre para darlo al mundo (…) por tanto incorpora simbólicamente la pérdida como parte de un ciclo en el que esta se alterna con la ganancia complementariamente. (Pág. 48)

En suma, “Elogio de la pérdida” (el ensayo) es tan recomendable como Elogio de la pérdida (el libro), porque con una mirada fresca, un humor agudo no exento de crítica social -disfrazada de crítica literaria- nos lleva por el difícil camino de la imaginación, que en estos tiempos que corren no es nada poco.

Nota original: https://cosasquepasan-feber.blogspot.com/2016/11/todo-el-ganado-perdido.html
(1) Ahora bien, cuando uno llega tarde al trabajo, el tiempo que se “pierde”, ¿quién lo pierde? El empleador, sin duda, que está pagando por la presencia del empleado. Y que no cobrará el presentismo, claro, por una simple cuestión nominal.
Pero desde el punto de vista del empleado, que ha llegado tarde por tomar el colectivo, ha “ganado” tiempo de lectura, ha crecido en su capacidad de analizar la realidad que le toca vivir gracias a este excelente ensayo. Y esta nota esta aquí a propósito, para lograr -o pretender lograr- la tan ansiada relación contenido/forma, a la que alude el texto aludido.

Ariel Idez: “Tal vez al presentarlo, el libro ya no esté ahí” │ Revista Paco

Las presentaciones de libros son eventos de socialización de la escritura y una demanda o pedido del amor último que se profesa cuando uno lee. Por todo esto, suelen ser redundantes, cuando no directamente estridentes, y generan hoy mucho rechazo y también mucha adhesión. Como en cualquier evento social las presentaciones de libros tienen un fino rasgo siniestro si se lo sabe buscar. En Elogio de la pérdida (y otras presentaciones), editado ahora por Interzona, Ariel Idez convierte esa incomodidad, esos restos de vida mundana, en historias llenas de ironía, y nos ofrece compilado en un libro eso que escuchamos cuando vamos a una presentación, y también su parodia. El narrador será, entonces, el mismo presentadora imposibilitado de hacer otra cosa que no sea presentar y el libro nos recuerda a otros experimentos de invocación barroca como los prólogos de Borges -y su Almotásim-, las reseñas de libros que no existen de Lem, Las ciudades invisibles de Calvino y el reciente y a la vez espeluznate y genial Las redes invisibles de Sebastián Robles. Pliegue sobre pliegue, entre lo apócrifo y lo real amenazante, Elogio de la pérdida (y otras presentaciones) se detiene en nuestras prácticas literarias actuales, no como un manual de excesos, voluptuosidad y pifies, aunque a veces lo parezca, sino como una ligera obra de varieté inteligente, espejo final en el que alguno o todos los personajes grotescos nos recuerdan a nosotros mismos y a los que nos rodean.

por Juan Terranova en Revista Paco │ Noviembre de 2016

Sé que te tocó presentar libros alguna vez. ¿Cuánto de vos hay en el presentador/narrador del libro?

Sí, presenté unos cuantos libros. De hecho escribí gran parte del libro tras un año (el 2011) en el que presenté muchos y creí haber pescado ciertas reglas del género, una gramática que pensé que podría aplicar a la ficción. De todas formas traté de convertir al presentador en un personaje autónomo, con su propia personalidad, capaz de hacer y decir cosas que yo no haría ni diría. Por eso, lo puse a presentar un libro mío, para tratar de romper esa identificación entre el presentador y el autor del libro. Otra cosa curiosa es que después de escribir el libro fui presentando cada vez menos, (el año pasado presenté un libro, este año, ninguno), como si la escritura del libro me hubiese liberado de esa función.

¿Cuál fue la mejor presentación a la que fuiste? ¿Cuál fue la peor?

El día que presenté mi libro sobre la revista Literal en la Fundación Descartes, me lo presentaban Osvaldo Baigorria, Germán García y Ricardo Strafacce. El auditorio estaba repleto, los presentadores geniales, venía todo muy bien, hasta que llegamos al momento de las preguntas y descubrí que entre el público esperaba, agazapado, Luis Thonis (que había formado parte de la revista) para cobrarse cuentas del pasado. Empezaron a discutir con Germán García y pasaron cinco minutos, diez, veinte (en mi cabeza muchos más). “Chau, la presentación se fue al carajó”, pensé en ese momento; y puede que así fuera, porque se hablaba de cualquier cosa menos del libro. La intervención salvaje de Thonis llevó las cosas, literalmente a otro lado. En el momento pensé que era un desastre (y puede que lo haya sido) pero hoy recuerdo el episodio como uno de esos acontecimientos irrepetibles. Esa fue, al mismo tiempo, la mejor y la peor presentación a la que fui. La relación entre el género “presentación” y el título del libro da para muchas especulaciones.

¿Puede leerse como una ironía que señala que todo momento social es un momento perdido para la lectura?

No lo había pensado de esa manera, pero puede que así sea. Por otra parte, creo que las presentaciones son, entre otras cosas, una escenificación de la lectura. El anhelo de todo escritor es ser leído y el presentador ocupa el lugar del “primer lector”. Creo que ahí también radica la importancia de las presentaciones: si acordamos en que un libro existe no sólo porque se materializa sino porque alguien lo lee, el presentador, con su lectura primera y ritual, prueba la existencia del libro. Por otra parte, la del presentador es una lectura “ideal”, una lectura soñada por el autor (en el sentido en que es una lectura que ensalza las virtudes y omite los defectos). Por eso me parece que la presentación está encabalgada entre el último acto de ensoñación del autor (escribir un libro, que alguien lo lea y que le guste) y el primero real (el libro existe y alguien ya lo leyó). Además, se supone que el presentador debería contagiar ese entusiasmo en el público para que no sólo adquiera el libro (algo muy probable si acudió a la presentación) sino que además lo lea. Por eso creo que se pueden trazar varios vínculos entre lectura y presentaciones.

Elogio de la pérdida ya no puede ser presentado porque de alguna manera ya está siendo presentado en el mismo libro. Pero al mismo tiempo siento que, después de leerlo, ya no es posible hacer presentaciones de libros de ningún tipo. ¿Cómo sería la presentación correcta del libro que ironiza las presentaciones?

Se me ocurre que no hay modo de presentar “correctamente” este libro. Aún así, lo presentamos. Tal vez sea como esa anécdota de Blanchot, que no festejaba sus cumpleaños, pero sus amigos se reunían igual, sin él, para homenajearlo: es el poder del ritual. Tal vez al presentarlo, el libro ya no esté ahí; haya logrado ausentarse. De todos modos, en un plano mucho más mundano, aclaro que me gustan las presentaciones: me gusta presentar y ser presentado. Me gustan tanto que escribí un libro sobre el tema. En general escribo a partir de cosas que me gustan, sucede que al abordarlas las llevo a un punto de extenuación, las agoto, no tengo muy claro por qué; tal vez sea para obligarme a hacer otra cosa después, para no gestarme una fórmula que pueda volver a usar en otro libro (pero esto es una conjetura, apenas).

Nota original: https://revistapaco.com/2016/11/02/ariel-idez-tal-vez-al-presentarlo-el-libro-ya-no-este-ahi/

Vidas ajenas │ Suplemento Cultural del diario Perfil

Desde Schwob hasta Wilcock, pasando por Borges y Reyes, el arte de contar vidas imaginarias o reales ha sido uno de los arcones más ricos para la literatura de testimonio, una tradición que perdura y se reinventa. Opinan Chitarroni, Strafacce, Idez y Ríos, entre otros.

por Gonzalo León en Suplemento Cultural del diario Perfil │ 2016

Si bien se han escrito biografías desde la Antigüedad, teniendo como emblemas a los griegos Plutarco y Diógenes Laercio, recién la palabra se registró por primera vez en un diccionario en el siglo XVIII. A fines del siglo anterior, el inglés John Aubrey escribió Vidas breves, un texto importante dentro de la tradición biográfica, ya que, como plantea el escritor español Cristian Crusat (1983) en Vidas de vidas: una historia no académica de la biografía, a diferencia de las biografías de los griegos, las breves vidas de Francis Bacon, René Descartes, Thomas Hobbes, John Milton y William Shakespeare, entre muchos otras, carecían de un esquema definido y de un propósito formativo, ya que omitían “cualquier referencia al pensamiento o a la obra del biografiado”. Estas vidas consistían en una acumulación de hechos disparatados y contingentes. Por ejemplo, del filósofo Thomas Hobbes se decía: “Además de su caminata diaria, jugaba tenis dos o tres veces al año (más o menos a los 75 años lo hacía); y luego se acostaba para que le dieran un masaje”.

Según Crusat, Aubrey abrió una senda que hizo cambiar la biografía, que se tradujo en un auge del género entre fines del siglo XVIII y finales del siglo XIX, distanciándose de la Historia y acercándose a un modo de hacer arte. Un siglo después de Aubrey apareció una biografía escrita por el escocés James Boswell que unió la biografía ética y la anecdótica y que trataba sobre el escritor y crítico inglés Samuel Johnson. En el prólogo de la edición de Acantilado de Vida, de Samuel Johnson, y que tan bien tradujo Miguel Martínez-Lage, Frank Brady explica que el siglo XVIII “tenía en mucha mayor estima la literatura real que la de ficción”, pero agrega un dato interesante: “Toda biografía seria antes de Boswell era ética; su modelo propuesto eran las Vidas de Plutarco, y su propósito no era otro que instruir y juzgar”. En el otro lado estaba la biografía anecdótica, que se remontaba a Jenofonte. Como bien escribió el propio Johnson, notable autor de biografías, como su célebre Vidas de poetas, “la tarea del biógrafo consiste a menudo en pasar de puntillas por encima de los actos e incidentes que dan lugar a una grandeza vulgar”; en particular la tarea de Boswell, según Borges, consistió en “mostrar manías, rasgos absurdos y hasta desagradables” y “al mismo tiempo, persuadirnos de que era un gran hombre, admirable y querible”, sin perder de vista además de que estábamos ante un objeto literario. La biografía como género literario, no como periodismo.

El auge de las biografías estuvo precedido, según Crusat, por “la emergencia de subgéneros tales como la novela negra, el relato exótico, el diario íntimo o, en especial, la revolucionaria plantilla autobiográfica que supuso la publicación de las Confessions (1770), de Jean-Jacques Rousseau”, eso sin incluir los libros de viajes y las novelas epistolares. Después de la de Johnson hubo otra biografía muy importante: la de Goethe, que escribió Johann Peter Eckermann y que Crusat no consigna en su ensayo. “Allá –dijo Borges a través de Bioy para referirse a Alemania–, Eckermann es sinónimo de Boswell. Para Nietzsche era el mejor libro de la literatura alemana. Bueno, quizá la literatura alemana sea tan abstracta, que éste sea el libro más concreto, en que se ve a dos hombres conversando: un encanto irresistible”. A Borges no le gustaba Conversaciones con Goethe, que en la edición de Acantilado fue traducida espléndidamente por Rosa Sala Rose, por considerarla una conversación entre dos tipos aburridos. En el Borges, de Bioy, hay mucha referencia al género de la biografía: al parecer, en la Argentina de Borges leer las casi dos mil páginas del Johnson era un desafío en el que muchos habían fracasado. Se puede decir que el Borges es una biografía de biografías; sin embargo, pese a su admiración por Boswell, la de Bioy terminó teniendo más el sello de Eckermann.
La tesis de Crusat es que Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, publicado en 1896, es un texto que opera como un eje entre las biografías que se venían haciendo durante todo el siglo XIX, “hasta más o menos el comienzo de la época victoriana, un momento de declive de la biografía”, y los textos biográficos que trabajarán con la ficción y que vendrán durante el siglo XX, como los de Alfonso Reyes, Borges, J.R. Wilcock, Roberto Bolaño, donde puede observarse una importante presencia argentina. La biografía cambia con Schwob porque el mundo se vuelve más conservador tanto editorialmente como en las costumbres: el carácter de la sociedad de Gran Bretaña se hace “adusto y respetable”, y las biografías de gran cantidad de páginas no eran quizá el camino más adecuado, porque la industria editorial estaba pasando por una crisis y era en los suplementos y revistas literarios donde los escritores se refugiaban. De este modo, tuvieron que adecuarse a un espacio menor, “favoreciendo el desarrollo de formas modernas de escritura, como el cuento de tradición maupassantiana”.

Desde España, Cristian Crusat se interroga cuál es la forma exacta de una vida y su respuesta es que son múltiples, pero la que le interesa es la “vida imaginaria”, “pues incide en los acontecimientos internos, oníricos e imaginarios de nuestra existencia, los cuales la enriquecen de forma extraordinaria, volviéndola única. Nuestra vida es sólo una de las vidas posibles que podríamos tener; lo que dejamos de hacer nos pertenece y constituye tanto como lo que hacemos efectivamente”. En este sentido, un buen cuento podría ser una buena biografía de un personaje, “reducida a sus elementos y episodios esenciales o definitorios”. Lo interesante es que la tradición schwobiana está muy presente en Hispanoamérica, primero a través de la reelaboración que hizo Borges con Historia universal de la infamia y después en una tradición que han cultivado, entre otros, Alfonso Reyes con Retratos reales e imaginarios, Falsificaciones, de Marco Denevi, J.R. Wilcock con La sinagoga de los iconoclastas, Roberto Bolaño con Literatura nazi en América, Luis Chitarroni con Siluetas. Pero la tradición biográfica no se detiene, continúa con Elogio de la pérdida y otras presentaciones, de Ariel Idez, que en unos meses publicará Interzona. Es decir: hay una tradición biográfica argentina importante de las “vidas imaginarias”. Por eso, Crusat afirma que “Schwob era francés de nacimiento, pero literariamente se naturalizó argentino hace mucho tiempo”. De hecho, Vidas imaginarias fue editado en Argentina en 1944 y desde ese momento no han parado las reediciones en distintos sellos, el último de ellos fue Godot el año pasado.

Pero también hay una tradición biográfica argentina propiamente tal, que sigue el modelo anglosajón. Es el caso de Ricardo Strafacce, autor de la voluminosa y exhaustiva biografía de Osvaldo Lamborghini, publicada en 2008 por Mansalva. Junto a Strafacce y su Lamborghini pueden nombrarse a Sylvia Saítta y El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt y a Eduardo Jozami y Rodolfo Walsh. La palabra y la acción. El resto de las biografías que hay sobre Cortázar o Macedonio Fernández, a juicio de este escritor, son “payasadas”. Cuenta que, pese a haber leído algunas biografías, como la de Richard Ellman sobre James Joyce o las Vidas ajenas, de León Edel, “aprendí a escribir el libro mientras escribía”. Quizá una de las pocas reglas que siguió fue hacer una biografía lo más completa que se pudiera, “respetando con escrupulosidad la cronología y además tratar que mi admiración por esa escritura [la de Lamborghini] no me llevara a charlatanear de más”.
A diferencia de Strafacce, Luis Chitarroni, escritor y editor de La Bestia Equilátera, es un omnívoro lector de biografías: “La de Painter de Proust, pero también la de Carter; la de Victoria Glendinning de Trollope; la de Ellman de Joyce; la de Wittgenstein de Ray Monk”. Y eso pese a que muchas veces no da con biografías de los sujetos de los que querría saberlo todo: “Chateaubriand, por ejemplo, si bien Painter escribió sobre él… nunca pude conseguirla”. Pero sin dudas su libro biográfico favorito es el Milton de Pattison para los English Men of Letters. En la Argentina concuerda con Strafacce en que hay pocas biografías de escritores: la gran mayoría son “monografías”, sin embargo para él “Borges incursiona en el género de esa manera rara, que poco tiene que ver con las biografías infames, en su Evaristo Carriego, tan remolón e indestructible. Y, claro, ahora está el fabuloso Lamborghini de Strafacce. Y, pronto, el Salas Subirat de Lucas Petersen”.

En relación con la tradición de “vidas imaginarias” hay, según Chitarroni, “ya muchos libros”, quizá por eso le interesa más el Borges, de Bioy, no sólo como biografía, sino como “un monstruo angélico”, que se alinea cartográficamente con el Bomarzo, una de las mejores, sino la mejor novela de Manuel Mujica Lainez, que trata de un noble italiano del Renacimiento. Es tanto lo que le cautiva el Borges que está terminando un ensayo literario sobre él, “para los que no aceptan que los amigos hablen mal de los amigos, para los que niegan esa propiedad de comidilla”. Para Chitarroni, tanto la línea de la biografía exhaustiva y documentada como la de “vidas imaginarias” pueden emparentarse con la tradición biográfica italiana: Alberto Savinio (hermano de Giorgio de Chirico), Eugenio Baroncelli (del que la editorial española Periférica acaba de publicar Doscientas sesenta y siete vidas en dos o tres gestos) y Fleur Jaggy, traductora de Marcel Schwob y quien, pese a ser suiza, “podemos incorporar a la literatura italiana, ¿no?”.

Ariel Idez es otro escritor que ha incursionado en este género. Hace dos años publicó La última de César Aira y en pocos meses publicará Elogio de la pérdida y otras presentaciones, que se inscribe en la tradición bibliográfica empezada por Alfonso Reyes en Retratos reales e imaginarios, en la que, como dice Cristian Crusat, “predomina el análisis de la obra sobre el aspecto biográfico del autor”; de hecho, el libro de Idez consiste en presentaciones de libros inexistentes, sin embargo el autor asegura no haber leído el libro de Reyes: “A Schwob llegué como todos, a través de Borges, que lo convierte muy borgeanamente en su precursor. Para mí, Schwob funda un género que yo llamaría como a su libro, el de las ‘vidas imaginarias’”. Esa es una tradición que tiene muy clara, pero la biografía como tal, para él, es otro género y por tanto otra tradición: “Hay que ser muy despistado para leer los libros de ‘vidas imaginarias’ como reales, porque son deliberadamente exagerados (y no pocas veces fantásticos), pero por ahí su verosimilitud derive del pacto de lectura de la biografía”. Este género le parece, tal como a Strafacce y a Chitarroni, muy poco visitado en la literatura argentina, pero en medio de la escasez de las biografías no puede dejar de mencionar Sobre Sánchez, de Osvaldo Baigorria, que es algo que va más allá de una simple biografía, ya que “cruza y hace dialogar diferentes géneros, como la autobiografía, el ensayo y entre ellos la biografía”.

El hecho de que en mayo en Chile se realicen las jornadas “Vidas ajenas: perfiles, retratos y biografías latinoamericanas” demuestra el auge del género biográfico. Lorena Amaro, académica de la Pontificia Universidad Católica de Chile y una de las organizadoras de las jornadas, dice que en el ensayo El arte de la biografía, Virginia Woolf vaticinaba que la biografía en el futuro aumentaría sus perspectivas “colgando espejos en rincones extraños”. Y lo decía cuando ya se habían escrito varias obras que revolucionaron el género, partiendo de Schwob y siguiendo con Reyes y Borges. Amaro cree que la tradición tanto de las “vidas imaginarias” como de la biográfica propiamente tal aunque en pequeño formato se han asentado en el continente, pero especialmente en Argentina, gracias a textos como El affaire Skeffington, de María Moreno, Librería argentina, de Héctor Libertella, Mis escritores muertos, de Daniel Guebel, a los que se podrían agregar Vidas epifánicas, de Gustavo Alvarez Núñez, Vidas breves, de Fabián Soberón, y la novela de Idez. De este modo, “la biografía comienza a dejar de ser un género ancilar, menor, despreciado por la literatura, o dúctil y servil a los propósitos de los historiadores. Y la crítica también comienza a colgar espejos en los rincones ignorados de la casa”.

 

Los presidentes también las leen

No es raro que mandatarios y políticos en general sean lectores de biografías, tal vez porque a diferencia de la Antigüedad, donde estaban vinculadas a la historia, como las vidas de conquistadores y sabios, hoy pese a estar vinculadas a la coyuntura los resabios quedan, y muchos políticos-lectores quieren verse parte de la Historia.
En plena campaña, Mauricio Macri, a quien Beatriz Sarlo este año catalogó en una columna en este mismo diario como “lector de biografías”, dijo que le había gustado mucho La sonrisa de Mandela, una compacta pero rotunda biografía del inglés John Carlin sobre el emblemático líder de la izquierda sudafricana y víctima del Apartheid, Nelson Mandela, que estuvo muchos años en prisión. En esa época nadie se imaginaba que llegaría a dirigir los destinos de su país, pero cuando llegó, como cuenta Carlin, “no ignoraba que su talento se dirigía menos al gobierno del día a día y más a la consolidación simbólica de la recién hallada unidad de su país”. Es inevitable recordar aquí la pregonada unidad de todos los argentinos, uno de los tres ejes del actual gobierno.
Pero hay más casos. Bill Clinton, ex presidente de Estados Unidos, era un lector de las Meditaciones de Marco Aurelio, Juan Domingo Perón prefería textos más clásicos, como las Vidas, de Plutarco. Y la ex presidenta Cristina Fernández, motivada por esta fiebre de biografías, le regaló hace dos años a la mandataria chilena, Michelle Bachelet, Fuerza propia. La Cámpora por dentro, de Sandra Russo, una especie de biografía de la agrupación kirchnerista.

Nota original: http://www.perfil.com/noticias/cultura/vidas-ajenas-20160327-0044.phtml

18 escritores y dibujantes noveles en colección gratuita │ Leedor

Leedor. │ 31 de enero de 2015

El Ministerio de Cultura de la Nación lanza “Leer es Futuro”, la colección de narrativa integrada por 21 libros con cuentos de 18 escritores noveles, ilustrados por jóvenes dibujantes, con el objetivo de difundir sus obras, fomentar la lectura y federalizar la palabra.

Los escritores elegidos -algunos publicados, otros no- trabajan para difundir y federalizar la literatura desde ciclos literarios, sellos editoriales, programas de radio, revistas, reseñas de prensa y redes sociales.

Los ilustradores participantes son jóvenes y talentosos dibujantes interesados en mostrar su trabajo. Nicolás Moguilevsky, Ezequiel García, Otto Zaizer, Ariel López V. y Daniela Kantor son algunos de los artistas que interpretaron las diversas miradas y los universos de los narradores para realizar el arte de tapa de cada libro.

La serie también incluye trabajos de Haroldo Conti, Miguel Briante y Roberto Arlt, padrinos de la colección por su compromiso social y su calidad literaria; y tres volúmenes de literatura infantil.

Los libros se distribuyen en las diferentes actividades culturales que realiza el Ministerio en todo el país y también pueden descargarse desde la pagina de Cultura

Un sentimiento suspendido en el tiempo“, de Alejandra Zina. Ilustrado por Lula Urondo

Melancolía I“, de Juan Diego Incardona. Ilustrado por Ariel López V

“Zonas oscuras”, de David Voloj. Ilustrado por Noelía Farias

“Los curanderos”, de Fabio Martínez. Ilustrado por Andrés Müller

“Relativo a la eternidad de los instantes”, de Martín Cantalupi. Ilustrado por Ernan Cirianni

“Los colores que no vemos”, de Cezary Novek. Ilustrado por Lucía Bouzada

“Cuatro”, de Martín Zariello. Ilustrado por Daniela Ruggeri

“Cómo meter un perro en una valija”, de Laura Cedeira. Ilustrado por Juana Neumann

“Rosas Gamarra”, de Nicolás Correa. Ilustrado por Jorge Quien

“Música country”, de Leonardo Oyola. Ilustrado por Otto Zaiser

“Familia”, de Mariana Kozodij. Ilustrado por Nicolás Moguilevsky

“El piquete”, de Hernán Vanoli. Ilustrado por Ezequiel García.

“Subsuelo 5”, de Esteban Castromán. Ilustrado por Lautaro Fiszman

“Todos los veranos”, de Haroldo Conti. Ilustrado por Oldemar Cimadoro

“Indómitas”, de Macarena Moraña. Ilustrado por Daniela Kantor

“Luz y fuerza”, de Ariel Idez. Ilustrado por Paula Peltrin

“Inquilinos”, de Santiago Suñer. Ilustrado por Nicolás Zukerfeld

“Dos al vuelo”, de Juan Guinot. Ilustrado por Mariano Grassi

“Una tarde de domingo”, de Roberto Arlt. Ilustrado por Muriel Bellini

Además, se distribuyen en forma gratuita “Cuentos”, de Miguel Briante (ilustrado por Pedro Mancini) y “Las acrobacias del pez”, de Pía Bouzas (ilustrado por Pol Corona).

Los organismos e instituciones pueden solicitar la colección por correo electrónico a leeresfuturo@cultura.gob.ar.

Juan Diego Incardona, Leonardo Oyola, Hernán Vanoli, Pía Bouzas, Alejandra Zina, Esteban Castromán, Martían Zariello, Cezary Novek y Fabio Martínez son algunos de los autores de Córdoba, Salta, Entre Ríos, Santa Fe, Mar del Plata y Ciudad de Buenos Aires, entre otros puntos del país, que fueron convocados tomando en cuenta el contexto federal.

De este modo, el Ministerio de Cultura de la Nación continúa la tarea de promover las voces actuales de la narrativa nacional entre los argentinos ávidos de nuevas lecturas. Además, busca jerarquizar el trabajo del escritor acercando sus creaciones a un público más amplio.