por Juan Terranova para Hipercrítico │ Marzo de 2012
1. ¿Existe el misterio Aira? ¿Podemos decir que existió? Acaba de aparecer editada por Pánico El Pánico, en su colección Potlach, a la que hay que estar muy atento, La última de César Aira de Ariel Idez. Desde luego, se trata de una novela. Y ya desde su título propone una serie de reflejos y sutiles laberintos bien tramados. ¿Qué es La última de César Aira? Plagio no, homenaje quizás, pero en el campo enemigo. Desde el título, insisto, hay algo de escalador desdeñoso que sube el pico más alto y clava la bandera sin accidentes, algo del tamborilero que atraviesa la batalla haciendo música. Y se puede decir que lo de Idez es, antes que cualquier cosa, una novela entretenida e inteligente. Y ahora bien, aclarado este punto, avancemos hacia el cristalino barro de los espejismos que propone.
2. ¿La trama? Sí, hay, simple, directa. Dante, cuyo epíteto es “el enano más sexy del mundo”, aspirante a escritor y miembro del ríspido pero cumplidor sindicato de pasea perros de Buenos Aires, comienza una lenta pero firme investigación. Quiere saber qué pasa con Aira, por qué es tan prolífico, qué esconde el novelista de Pringles. Lo que al principio surge como curiosidad enseguida se convierte en obsesión. Siguiendo los avatares de esta pesquisa, Dante que “había equilibrado arte y vida” deberá enfrentar a una poderosa fuerza que lo llevará cada vez más cerca del corazón del mal.
3. Llenando esta trama hay personajes. Muchos y muy excéntricos. Está el citado enano, héroe indiscutible del relato. Y lo acompañan Figueraz, “el típico puto nazi”; Maira, la prostituta virgen; el negro renegado Al Salamana; un entusiasta y atolondrado aspirante a joven editor que quiere fundar una “editorial independiente”; un dealer gordo y paranoico que trafica con libros mientras tilda a la literatura argentina de “patética y costumbrista”; un impresionante y asustado Arturo Carrera –centro de una escena de un altísimo contenido lírico–; el gurú literario Luis Chitarroni; un oráculo gauchesco; un enano negro gigante de rasgos mongoloides… También hay personajes corales, en forma de tribus urbanas, como los paseaperros o los skinheads, y otros más exóticos con formas de partidos políticos, como los taiwaneses justicialistas o los negros de una antigua logia seudo-masónica. Y finalmente está el mismo Aira, al que jamás vemos ni escuchamos, que se mueve como un fantasma, como una sombra omnipresente, y que se dedica a administrar prostíbulos, a traficar droga por túneles subterráneos y a montar la impresionante cadena de producción de sus propios libros.
4. Hay otros aciertos, lugares donde la novela se apoya para cerrar más allá del chiste. La última de César Aira revisa todos los lugares comunes que conocemos sobre la obra de Aira: El estilo “delirante”, su ostracismo voluntario, la cantidad de publicaciones que produce, que “cualquier cosa es posible” tratándose de él. Al mismo tiempo, Idez revisa el mercado editorial porteño, sus equívocos y sus faltas, y sobre todo la relación, ¿excéntrica? ¿previsible?, que Aira mantiene con el campo cultural.
5. Todas las novelas modernas tienen algo del Quijote. A todas les sobran páginas, todas reflexionan en algún momento sobre el pliegue que implica narrar. Es constitutivo del género y están en su nacimiento. Pero si todas las novelas tienen algo del Quijote, La última de César Aira tiene mucho. No en el recurso ya trillado de la triste figura y su Sancho, no en la ingenuidad de la cita, mucho menos en el gastadísimo tópico de la locura y la realidad, sino en las operaciones de lectura que se generan, de la autoconsciencia de narración, en el humor sobre esos dobleces. Así, La última de César Aira puede ser entendida como un valioso aporte –muy valioso– para finalmente saber qué es lo que hace Aira cuando escribe. Esta respuesta crítica, que durante mucho tiempo fue solo perplejidad y voces susurradas de iniciados, hoy nos resulta más blanda, más accesible. Toda la ingenuidad que encontramos en la bienintencionada tesis doctoral de Sandra Contreras, La vueltas de César Aira, donde se revisa al escritor de Pringles según sus propias directivas de lectura, aparece aquí disuelta en la risa del artefacto.
6. El mismo Aira se puso como personaje en algunas de sus novelas. Incluso en algunos títulos, como por ejemplo Las curas milagrosas del Doctor Aira. Pero una cosa es que lo haga él y otra muy diferente que lo haga otro. ¿La última de César Aira es un libro agresivo? Para responder a esta pregunta hay que decir que Idez copia bien cierto estilo y reproduce los giros, el vocabulario, los diálogos, las réplicas y retruécanos. Y compone también los personajes como dibujitos animados, planos, sin psicologías, listos para ser usados en el artefacto narrativo. Se trata entonces de un libro simpáticamente irónico, con toda la agresividad y la ingenuidad que eso implica. Y sigo: Más sutil, aunque no menos frontal, Idez es a Aira, lo que el Luis Almirante Brown de Capusotto es a Spinetta. Sin embargo, lo de Capusotto es más fácil. Hoy la sinestesia se ironiza sola. En cambio, las máquinas de Aira son mucho más complejas. Y ni hablar de la relación con sus lectores. El crítico cordobés Flavio Lopresti lo dijo con claridad: Aira tuvo hasta hace poco muy amenazada a la crítica. No es raro, visto en retrospectiva entonces, que sea el género novela el que mejor ventile sus procedimientos. Y así el gran mérito de Idez resulta ironizar al ironista. Reírse con él pero también de él. Rendirle homenaje, reconocerlo como punto de partida, pero después doblarle el puño, disputarle en su propio terreno la bandera –o mejor digamos el banderín– del sentido.
7. (Para sopesar con justeza la novela de Idez no hace falta más que consultar el intento de elogio y posicionamiento que realizó Tomás Abraham en su libro Fricciones, donde se narra el encuentro de Piglia y Aira en un bar de una mesa de Flores. La conceptualización ahí o sólo es torpe, sino que la lisonja que recibe Aira es básica y parece una monografía estudiantil con terminaciones de picaresca previsible.)
8. Existió un misterio Aira. Y el mismo Aira, dando entrevistas, repitiendo algunos de sus gestos, haciéndose finalmente viejo y reconocido, disolvió parte –no todo, no lo más interesante– de ese misterio. Parafraseando la atorada frase de T. H. Adorno, ¿podrá escribir Aira después de La última de César Aira?
9. Y otra pregunta, aunque más liviana, ¿qué escribirá a continuación Idez? Como Aira, Idez conoce los secretos de la “formalización”, de la construcción de aparatos narrativos que a su vez producen más narración. ¿Veremos nacer La última de Fogwill, La última de Piglia, la última de Saer? La última de Rodolfo Walsh, entre el fan fiction y el fanatismo militante, la conozco. Se viene escribiendo desde hace mucho, y no me interesa. ¿Y La última de Guillermo Martínez? Bueno, esa existe. La escribió el mismo Martínez y curiosamente tiene un título robado a Aira: Yo también tuve una novia bisexual, que, pasado por la máquina, podría ser reescrito y dar algunos otros títulos como Yo también tuve una novia novelista, o mejor Yo también escribí la última de César Aira. Tengo una excusa para este exabrupto. Como diría Dante, el enano más sexy del mundo, una vez en la pista de baile, con la bola de espejos como un ojo de mosca brillando en el centro del techo y dominando la escena, lo único que te queda es bailar.
10. En El congreso de literatura, Aira intentó clonar a Carlos Fuentes para construir un ejército de super-intelectuales que domine al mundo. Luego Fuentes, respondiendo, hizo que Aira ganara el Premio Nobel en alguna de sus novelas. En una entrevista, Aira dijo que su narración, la del clon de Fuentes, era más verosímil. Fue, sin duda, una buena respuesta. ¿Tendrá Aira, autor de un ensayo preciso, elegante y autobiográfico titulado El último escritor, una respuesta para La última de César Aira? Aunque esta “última” quizás no sea novela, sino aventura, y quizás no sea “última” sino sea única. La última aventura de César Aira, La única aventura de César Aira. Los procedimientos de factorización literaria nos hacen esperar siempre algo más. La duplicación y la máscara no perdonan ni a los nombres propios.
11. Termino con una escena poco determinante a la construcción general de la novela, pero no por eso menos reveladora. Dante y el ninja peronista de Taiwán se infiltran en la factoría subterránea de novelas de Aira. (El lugar recuerda a uno de los cuentos de La Sinagoga de los Iconoclastas de Rodolfo Wilcock.) Para confundirse con los negros africanos que ahí trabajan, los dos infiltrados se pintan la cara con betún, agarran cajas de cartón y caminan haciendo que trabajan. La caja de Dante, que él supone cargada de estupefacientes, pesa mucho. Vencido por la curiosidad, cuando finalmente la deja en el piso, la abre y encuentra libros. Son los libros con los que Aira piensa anular todo el sistema simbólico que sostiene la Argentina. El título que se ve en portada dice Aventuras de un enano sexy. Es un momento –ya clásico en la narración moderna, pero no por eso menos perturbador– donde el personaje encuentra un libro que refiere a sí mismo, que lo contiene, que lo narra, en este caso apenas desde el título. Anagnórisis trágica, entonces, reconocimiento y consciencia, Dante no sólo es un personaje de Idez, también es un personaje del Aira malo de Idez. Sobre estos pequeños detalles que son en definitiva breves abismos, se construye la enfática genialidad de la novela.