El extraño mundo de César Aira │ La Voz

El escritor argentino llama “novelitas” a los libros que salen sin pausa de su original máquina narrativa. Recientemente publicó cuatro títulos en distintos sellos y reeditó una nouvelle clásica. Hace años decidió no hacer declaraciones a los medios nacionales.

por Malena Rey para La voz │ Abril de 2014

¿Cuántos libros de César Aira tiene usted en su biblioteca? ¿5, 10, 24, 47, 62? Aunque se trate de un número apabullante en relación con otros autores que se acumulan en los estantes con fanatismo, en el caso del escritor argentino es imposible hacerse de sus obras completas. No existe tal cosa. Y parece que nunca va a existir, porque si en algo consiste su originalísima apuesta literaria es en hacer proliferar su máquina narrativa poniendo al mismo nivel libros de distinta extensión y calibre, desordenando las pistas que traten de perseguirlo entre sus historias, diseminando sus publicaciones en una gran cantidad de sellos. Y entonces ocurre que no podemos medirlo, ni clasificarlo. Aunque sean breves, no damos abasto para estar al día con el ritmo de sus apariciones–tal es el absurdo que un joven escritor, Ariel Idez, escribió una novela titulada justamente La última de César Aira.

La única certeza es el continuo, parece insinuarnos, arrojando sus “novelitas” al mundo como una forma de poner ante los lectores el placer de la escritura por la escritura misma, de retardar el punto final, de evitar la complacencia de las obras exhaustivas a las que muchos aspiran. Aira se escapa, se escabulle. Y a la vez está más presente y vivo que ningún otro escritor de su generación.

Diferencia y repetición

Decidido hace años a no hacer declaraciones en los medios nacionales, pero a la vez lúcido comentarista de su obra y de sus procedimientos, Aira se expresa elocuentemente en la prensa extranjera. Y aunque no haya asistido al Salón del Libro de París, el mes pasado, sin ir más lejos, apareció el video de una entrevista realizada para el Museo de Arte Moderno de Dinamarca en la que el escritor danés Peter Adolphsen le sonsacó varias opiniones provocadoras: “Soy de los raros escritores a los que les gusta escribir. Descubrí que muchos quieren ser escritores por los beneficios sociales que les representa, pero no les gusta escribir. Yo escribo todos los días por placer. Escribo poco cada vez, pero el año tiene muchos días, entonces son 300 ó 400 páginas por año, que en mi caso pueden ser tres o cuatro libros”, dice Aira con voz pausada y parsimoniosa, para después agregar que “cuanto más gordo el libro, menos literatura tiene”, sabiendo que se prestará a la polémica y haciendo las salvedades del caso. Y agrega: “Con el tiempo fui reduciéndome hasta encontrar este formato de las 100 páginas que es el adecuado para el tipo de historias que se me ocurren a mí”.

No hay dudas de que esas “novelitas”, como les dice él, son las que mejor condensan el pulso de sus textos, las que con la magia de lo breve son tan liberadoras como originales y sorpresivas.

A su vez, esas historias o argumentos salpican todo el mercado editorial. Aira es en este sentido un ejemplo completamente singular de cómo se puede publicar en distintos catálogos y sellos de mayor o menor tamaño conservando siempre la autonomía, sin casarse con nadie. Y esto hace que, por ejemplo, sus novelas situadas en Coronel Pringles (por mencionar sólo una de las zonas aireanas en las que podría organizarse su obra) aparezcan y desaparezcan intermitentemente del continuo de su producción, como un motivo que vuelve.

Aira se escapa, se escabulle. Y a la vez está más presente y vivo que ningún otro escritor de su generación.

A esta serie se suma recientemente el extraño Tres historias pringlenses, un delgado volumen que inaugura la Colección Jorge Álvarez de la Biblioteca Nacional; y decimos extraño porque las historias en verdad son cuatro, y no cuentan con su habitual marca (la fecha de finalización consignada por el autor en la última línea de cuanto libro suyo se publique).

El testamento del mago tenor también acaba de aparecer, y es una novela algo más convencional que transcurre entre Suiza y la India, en la que la abigarrada imaginación del autor está puesta al servicio de la acción y los desplazamientos del personaje –y no así de su psicología–, publicada por el sello Emecé, que viene alimentando la Biblioteca César Aira con novedades y reediciones. Y también entregó la bella y conmovedora historia de amor adolescente Margarita (un recuerdo), publicada por Mansalva, la editorial de su amigo Francisco Garamona, que ya cuenta con varios de sus mejores títulos, y con una colección en su librería porteña de las obras de Aira traducidas a muchas lenguas.

Por si fuera poco –como nos tiene acostumbrados, Aira es desmedido–, acaba de editar también el excelente Continuación de ideas diversas, un compendio de apuntes, reflexiones y breves notas en el importante sello chileno de la Universidad Diego Portales. Un libro que viene a demostrar que, además de tener gran inventiva, Aira es sobre todo un lector agudo y persistente, que sigue enamorado de los poderes de la literatura, y que reflexiona lúcidamente sobre distintas tradiciones estéticas y prácticas artísticas que le interesan en particular sin por eso encasillarse en ninguna de ellas.

Entre la proliferación, la imaginación, el humor y el formato, todos los caminos nos llevan a una escritura singular, a un estilo inconfundible, y a un autor activo, descollante y necesario. No hay que darle muchas vueltas: Aira es tan particular como inexplicable.

 

Nota original: http://www.lavoz.com.ar/ciudad-equis/el-extrano-mundo-de-cesar-aira

“La última de César Aira”, de Ariel Idez │ Barcoborracho

por Ever Román para Barcoborracho │ Marzo de 2012
Una vez Ariel Idez nos contó que había dado a leer su novela al mismísimo César Aira. La respuesta del ilustre escritor de Pringles, tras leerla, fue la siguiente, según relata Idez:
«le dedicó un elogio borgiano: ‘Muy instructiva –dijo– parece una novela mía, pero escrita en prosa
Quizá sí hubo intención de tributo, gesto de amor, algo por el estilo, en el proyecto de la escritura de Idez, no tengo dudas, para escribir una novela al estilo del escritor de Pringles. Lo que en definitiva no creo que haya habido en ningún momento -por más que le quieran decir borgiano-, es un atisbo de elogio en las palabras de Aira; sino más bien iracundia, desesperación, ¡desamparo absoluto! ¿Qué otra cosa si no puede hacer que un escritor -que suele hacer gala de sentido del humor campechano e ironía refinada- caiga tan bajo como para emparentarse sin intermediación con la poesía? “Tu libro no tiene poesía, como sí la tienen los míos”, es el reverso de lo que le dijo a Idez; o bien: “Solo yo sé hacer poesía”, o acaso: “Por más que me copies no podrás hacer poesía”, etc.
En este novela no hay imitación de un estilo, sino suplantación de un autor por otro.
El proyecto de Aira es una revisión de la vanguardia, del modernismo, del gesto más que la obra, cuya consecuencia no es una obra -o al menos no su objetivo- sino el propio acto de hacerla, el mecanismo de fabricación original que crea autor, y esto lo convierte en sujeto artístico, o más precisamente en un su-gesto artista: un nombre, una firma. Aira puso de moda nuevamente el mito del autor, lo re-vivió. Lo que labró su obra, su resultante, no fueron 70 o más novelas, sino al César Aira sí mismo, ¡el propio!
Y aquí es que el gesto de Idez fue un acto completamente destructivo, un atentado terrorista desde los cimientos. El mingitorio de Duchamp no es solo un mingitorio, sino la mano del artista estampando su firma, y con este acto se crea a sí mismo -y re-crea el arte moderno- y transmuta un simple mingitorio en la obra más influyente del siglo. Imaginensé que algún cuidador de museo, un estudiante, una maestra aburrida, va hasta la sala en que está expuesto el Mingitorio de Duchamp, se saca del bolsillo un marcador indeleble, tacha el nombre de Duchamp y ¡pone encima el suyo! ¡Sacrilegio! ¡Transmutación de la transmutación! ¿Qué veríamos si vamos, por ejemplo, al museo en que está expuesto este mingitorio y vemos allí una firma que dice: ¡J. Wachovsky, Mariela González o Igor Popov! O todavía peor: “Fabricado en Pilar, Prov. de Buenos Aires
Lo que hizo Ariel Idez fue precisamente eso: desadjetivó la novela de César Aira y la transmutó estampando en ella su firma. Desalojó al escritor de Pringles y lo mandó quién sabe dónde. Como si le hubiera dicho: no hay autor, solo hay un estilo -mingitorio- al que le pusiste tu firma, pero ahora allí está la mía.
Nota original: http://barcoborracho1871.blogspot.com/2012/03/la-ultima-de-cesar-aira-de-ariel-idez.html

Fuga y misterio de César Aira │ Revista Ñ

Ya casi nadie discute la centralidad del escritor argentino en la tradición literaria. Sin embargo, sigue siendo un problema para el canon. Martín Kohan analiza aquí sus gestos y su obra mientras se publican sus “Relatos reunidos”.

César Aira (Gabriel Peicot)

por Martín Kohan para Revista Ñ │ Junio de 2013

En mayo de 1996, en el C. C. Ricardo Rojas, César Aira dictó un curso sobre Alejandra Pizarnik. Esas clases, al igual que tantas otras cosas que tocan la vida de Aira, tendrían un destino de libro: cinco años después, aparecían publicadas por Beatriz Viterbo. Quienes hayan asistido a aquel curso habrán advertido sin dudas, y sin dudas recordarán, que César Aira lo dictó, en su mayor parte por lo menos, casi sin alzar la vista. Dio el curso entero manteniendo la mirada baja; sus ojos, reticentes, parecían no buscar, pero sí encontrar, algún objeto donde detenerse aproximadamente entre sus pies, o en el borde más cercano de su mesa, o en algún punto suspendido medio metro más allá del escritorio. Habló así las cuatro clases, sin levantar mayormente la mirada; y cuando lo hizo, no la dirigió a los asistentes, sino a un lugar indefinido, y acaso indefinible, situado en la parte superior de la pared del fondo del aula, si es que no en un rincón del techo, y en cualquier caso por encima y por detrás de todos nosotros, los que lo mirábamos y lo escuchábamos y anotábamos reflexivamente las cosas que él iba diciendo.

Los ojos bajos, demasiado acá, o bien levantados, pero demasiado allá, definieron la tesitura de Aira a lo largo de ese curso sobre Pizarnik. Y tal vez pueda decirse que hay en eso una clave general sobre su manera de proceder, o de estar, o de escribir sus libros y de escribir su obra. En Aira suele verificarse esa combinación singular de un “muy acá” y un “más allá”, entendiendo que lo que “muy acá” designa es un apego a la coyuntura más inmediata, por trivial que parezca, o sobre todo si es trivial; y que lo que “más allá” significa no es ninguna clase de trascendencia más o menos inspirada, sino una forma visceral de ruptura y de desborde, una manera radical de salir y exceder, un gusto por irse sin dejar de estar del todo, por inventarle un afuera al mundo que en principio no parecía admitir un afuera. Aira escribe a menudo sus novelas muy atadas a ese acá, es decir a una realidad inmediata con anclaje en lo concreto, a sitios reconocibles, a figuras de la historia, a las cosas que se tienen más a mano. Subrayan esa dimensión porque se nutren de su total contingencia (de su contingencia más que de su representatividad social, por eso no hay ningún realismo en Aira): una calle cualquiera de Flores, un bar cualquiera de Rivadavia, una plaza en Pringles, un seminario fallido en Rosario. Esa opción por lo coyuntural se refuerza a veces con personajes de carácter referencial, como Rosas o Rugendas, como Carlos Fuentes, Aira o Alberto Giordano.

Literatura de lo contingente, entonces, más que de lo real, Aira compone sus novelas con materiales de aprobada intrascendencia (y le importa esa intrascendencia más que una posible tipicidad). Pone todo “muy acá”, muy sujeto a coyunturas; pero a esa contingencia intrascendente (que sus detractores, por error, llaman pavada) la va sometiendo a un prodigio de descalabro y demasía (que sus detractores, por error, llaman disparate): todos esos materiales tan próximos y tan palpables, tan situados muy acá, se van viendo proyectados o se van viendo atraídos por variantes de un más allá que, lejos de cualquier metafísica, se concreta en un rayo que cae de repente, o en un ovni que se acerca a ejecutar su abducción, o en una catástrofe final que acaba con la Argentina, etc. No es cierto que Aira arruine sus novelas, como le han dicho, ni que no sepa cómo terminarlas, como ha dicho él; sino que la plena contingencia de ese acá tan cercano (el de la mirada baja) no puede sino resolverse en la desmesura de diversos más allá (los de la mirada que se alza, pero menos para mirar que para poder ponerse en fuga).

¿No puede decirse acaso que eso mismo que ocurre en cada una de sus novelas es lo que sucede también entre todas las novelas, vale decir en el nivel de la obra? Un pasaje vertiginoso desde la total contingencia hacia la total desmesura. Hace un tiempo se publicó una encuesta entre escritores y críticos sobre la novela de Aira que cada cual prefería. Que casi no haya habido coincidencias puede explicarse ante todo por razones probabilísticas, porque es menor la chance de coincidir cuando el conjunto a considerar es tan numeroso. Pero cabría suponer también que cada uno de los encuestados podría ya no coincidir consigo mismo si volviesen a hacerle la encuesta dentro de un tiempo (yo mismo, si me consultaran, podría decir El Tilo , otras veces Cumpleaños , otras veces La luz argentina , etc.). Porque cada novela por sí misma es en cierto sentido contingente, y él parece haberlas concebido así y escrito así; pero, al proliferar y diseminarse, al crecer y desbordarse, forman una figura incomparable. Y monstruosa, si se quiere, pero en ese sentido apreciable que asume el término en sus propios textos: un continuo de lo cualquiera en lo excepcional, como ocurre sin ir más lejos con su liebre.

Sus novelas hacen eso: comienzan en lo cualquiera y derivan hacia lo excepcional. Hasta fundir una cosa con la otra: esas novelas, contingentes, tocan a la vez algo del orden de lo imprescindible; al disponerse en forma de serie, derivan hacia lo fuera de serie. Cada una de esas novelas puede gustar o no gustar, leerse o saltearse, atesorarse u olvidarse; la desmesura de la obra genial hace de cualquiera de ellas una obra maestra eventual. Una obra como la de César Aira, que renuncia por definición a ser nunca una Obra Completa, ofrece su resistencia a cualquier estabilización (por eso ya no se puede leer del todo a Aira, porque para eso habría que leer solamente a Aira; pero tampoco parece posible salirse del todo de Aira, dejar de leerlo del todo, porque siempre se está cerca de volver y leer alguna otra de sus novelas). Cualquier libro de los suyos, no importa si predilecto o relegado, se diluye en el montón y a la vez conserva su singularidad; por eso no es tan fácil repetir a Aira (ni él mismo a sí mismo ni tampoco los otros, aunque haya quien dice que el problema de Aira es que se repite, aunque haya quien dice que el problema de Aira es que lo repiten sus imitadores).

¿Cómo se puede entonces dar cuenta de César Aira? No estoy seguro. A manera tentativa, propongo cuatro libros que acaso sirvan de coordenadas. Uno solo de los cuatro pertenece a César Aira, y es el Diccionario de Autores Latinoamericanos : habría que conjeturar cómo sería la entrada “Aira, César” en un volumen de esas características. El segundo libro que propongo no existe, o existe sólo de manera virtual: lo integrarían las sucesivas reseñas bibliográficas de cada una de sus novelas, o sea un compendio de las lecturas de contingencia ante la contingencia de la publicación de cada uno de sus libros, y por ende un mapa cronológico del desconcierto, la admiración, la desaprobación, la diatriba, el embeleso, que su escritura en transcurso ha ido produciendo. El tercer libro sí existe, lo escribió Ariel Idez y se llama La última de César Aira : Idez retrotrae la expansión plural de la obra de Aira a la escala del solo libro, convierte la máquina aireana de hacer tramas en una trama aireana, captura su dispositivo en una novela para descifrarlo y revertirlo y no dejarlo conquistar la pluralidad de las muchas novelas, o bien todas las novelas, y por fin la literatura misma. El cuarto libro es de crítica literaria: se llama Las vueltas de César Aira y lo escribió Sandra Contreras. Ella sí que leyó todo Aira. Aunque no lo haya leído todo: lo leyó todo porque lo entendió todo, lo leyó todo porque lo entendió por entero. Vio la forma de lo que parecía informe, el estilo impar de lo que se quiso dar a ver como mal escrito, vio el método de lo que se declaraba delirio, vio un sentido en el sinsentido; y lo hizo sin reducciones ni traiciones a la diversidad. El libro nos revela a un Aira integral, tanto que hasta podría decirse que aun los libros que Aira va escribiendo después del de Sandra Contreras son anteriores al de Sandra Contreras.

En Los misterios de Rosario , Aira incluyó a Sandra Contreras, la puso como un personaje que estaba engendrando un monstruo: lo cualquiera extraordinario. Ella le contestó con la misma moneda, si es que no era a este mismo libro a lo que se estaba refiriendo él.

Nota original: https://www.clarin.com/edicion-impresa-n/titulo_0_BkE–EPiwmx.html

La última de César Aira │ Salvetti’s World Review

por Claudio Salvetti para Salvetti’s World Review │ Mayo de 2017
Hace mucho que no leía nada de literatura Argentina, en parte porque no sabía qué, quería salir del Pentateuco – Borges, Cortazar, Arlt, Marechal, Casares- y no tenía idea de para donde encarar sin pasar por esa segunda línea que para mí es Eloy Martinez, Guillermo Martinez, César Aira, Piglia, Saer y Rawson.
Pedí consejo y para mi sorpresa me recomendaron muchísimas cosas, elegí empezar por el que parecía menos pretencioso, porque esa es mi mayor crítica a la literatura Argentina, me parece que todos quieren ser el nuevo Borges, pocos aspiran a ser el primer Stephen King.
Así que repasé los títulos … ¡éste no puede fallar!. La última de César Aira, Ariel Idez para eidtorial Pánico el Pánico.
La obra se lee cómo una comedia con referencias intertextuales a la literatura de Aira, donde Aira es el villano; o una novela escrita con el método de Aira donde hay escritas otras obras con el método de Aira donde…  recursividad al infinito.

Es un thriller que trascurre en el laberintico Bajo Flores de Aira, dónde el autor eleva la apuesta capítulo a capítulo. Idez se da el gusto de hasta hacer un poco de crítica literaria Argentina, comedia política, homenajear a algunas figuras, … en fin, es un cuento Chino en territorio Argentino (si, se parece un bastante a La Guerra de los Gimnasios).

La verdad es que me resulta imposible no querer un libro capaz de reproducir:

El Enano Más Sexy del Mundo y el Típico Puto Nazi se conocían desde el jardín de infantes, lugar donde se forjan las primeras y más perdurables amistades. En esa época, ni el Enano era tal, pues estaba a la altura de los demás niños, ni el Puto había definido su identidad sexual, aunque sí ya era un poquitín nazi en su gusto por maltratar a sus compañeros y liderarlos con mano férrea en toda clase de tropelías.

O cuando van al Barrio Chino:

Pero mayor aún fue su sorpresa cuando leyó el cartel metálico que anunciaba en perfecto castellano: “CENTRO DE RESIDENTES TAIWANESES JUSTICIALISTAS DE LA REPÚBLICA ARGENTINA” Debajo de esta enigmática inscripción podían apreciar claramente dos grandes escudos: uno de ellos contenía las banderas de Taiwán y la República Argentina; el otro, claro está, pertenecía al Partido Peronista. El cartel guardaba otra extraña particularidad: era el único que no estaba escrito en chino, tan sólo en castellano. Ni un mísero ideograma sobre la chapa ( Tal vez, pensaba el Enano, un solo ideograma bastaría para describir el nombre y las funciones de la institución, así de económica podía resultar la lengua oriental, pero ¿qué ideograma -se preguntaba- podría contender en sus filigranas la noción de “peronismo”?)

A pesar de estar escrita en tono de broma, Idez escribe en profundidad y combina muy bien los dos elementos en varias ocasiones. Por ejemplo, cuando el Gurú escuchando atentamente al Enano más Sexy del Mundo le dice:

– La suya es una metáfora poco feliz, pero de todos modos la comprendo… Bah, en realidad no comprendo nada puesto que ya sabemos: “no se puede comprender”, pero eso es todo lo que es el caso, es decir, el mundo, y no una muestra histológica del tejido que conforma la superficie del discurso como el que usted expone, pero basta, en fin, con estas disquisiciones tan poco afines al género dialógico, comprendo. Por lo tanto, atengámonos básicamente a la ficción del sentido, su punto. Estamos hasta las bolas.

Y después se pasa cuando el Taiwanes Justicialista le cuenta a Dante, demostrando sus conocimientos de filosofía política y modismos argentinos:

– Ustedes, occidentales, cabezas necias. Se creen lo más huachi pulenta (como dicen acá) y son (acá gustan decir) unos giles de cuarta. Inventaron capitalismo, muy bien. Inventaron comunismo, los felicito. Pero olvidan que Imperio Chino se inventó a sí mismo y eso sí que fue un parto. Y los Chinos, con sus inventos de occidente, ¿qué hicieron? ¡Economía Social de Mercado! Chiva calenchu (como dicen…). La síntesis de maestro Hegel, señor. La historia culmina, de cajón, en Astucia China.

Confieso que a mi gusto, el último capítulo no estuvo a la altura del resto del libro, en parte porque lejos de ser poco pretencioso este resulta ser uno de los libros más pretenciosos de toda la literatura Argentina y necesita un final a la altura. Pero se le perdona todo a un libro capaz de plantear el uso del Justicialismo como última barrera de defensa frente a la invasión China. Imaginense, en plena plaza Tiananmen, millones de chinitos al grito de “¡Ni Yanquis ni Maoístas: Peronistas!
La última de Cesar Aira es el Plagio más Original del Mundo y lectura obligatoria para todo el que quiera escribir algo en esta tierra y dejar de ser eco de escritores pasados.
Nota original: http://salvettiwr.blogspot.com/2015/05/la-ultima-de-cesar-aira.html

Idez: La última estación de César Aira │ Río Negro

Télam │ Junio de 2012

En “La última de César Aira”, el escritor Ariel Idez ensaya una novela en clave de epígono, que bajo esa excusa, amenaza la hegemonía de los procedimientos narrativos del autor de “El náufrago” llevándolos al extremo (y ridiculizándolos), operación imposible de fraguar sin la admiración confesa de Idez por el propio Aira.

El libro, publicado por la editorial “Pánico el Pánico” (en su colección Potlach) que dirigen Marina Gersberg y Luciano Lutereau, ya va por la segunda edición y figura entre los top ten semanales de la librería-editorial “Eterna Cadencia”.

En conversación con Télam, Idez reconoce que “la lectura de Aira lo empujó a escribir una novela aireana, pero dando una vuelta de tuerca sobre sus procedimientos (los de Aira)”.

“Escribir es uno de los efectos que produce la lectura de Aira. En ese sentido, resultó interesante darle a esa pulsión una vuelta de tuerca. Escribir una novela que se hiciera cargo de la herencia (de Aira)”, agregó este especialista en Comunicación por la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Idez asegura que “de todas las novelas escritas por sus epígonos, ninguna se hace cargo de la cosa aireana”. La leyenda cuenta que Aira leyó “La última…” y sin demasiado entusiasmo le dijo a su autor que estaba bien pero “que le faltaba poesía”.

“Pánico el Pánico” es una editorial independiente, que apuesta a la circulación de autores nuevos, cuidado en el tratamiento de los textos y apertura a formatos menos deudores de la marea de los 90, hija de los 80 tardíos. Entre sus autores, Pablo Farrés, Carlos Godoy, Matías Pailos y Sebastián Robles, entre otros.

Idez cree que “la literatura argentina continúa dividida entre los seguidores de Aira y los de (Juan José) Saer”, con algunas variantes, entre los que distingue a Ricardo Strafacce, el autor de la biografía de Osvaldo Lamborghini, que hace unos pocos días presentó “La última…” y trató al autor de manera laudatoria.

“A mí me interesa mucho la literatura de J.P. Zooey, la de (Osvaldo) Lamborghini, la de (Juan Rodolfo) Wilcock, la de Germán García y últimamente, la de Hebe Uhart”, enumera, sin distinguir jerarquías.

Pero ¿de qué va “La última…”? Porque en una primera lectura, los personajes, la excentricidad de sus prácticas, cierto aire disparatado y ciertas soluciones “filosóficas” resuenan como un homenaje a Aira. Y en otros momentos, el texto satura al lector con la omnipresencia del mismo Aira.

Idez dice que compuso el libro porque le parecería “muy ingenuo seguir escribiendo a la manera aireana. Escribí esta novela para cerrarme a mí mismo ese camino”. Y uno no sabe bien qué escuchar en esa afirmación.

Si se tiene en cuenta otra leyenda que atraviesa el universo Puán (sede de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires): que Aira es el (Jorge) Bucay de Puán.

Y que la estrategia de entregar originales escritos en horas de la mañana en los bares de Flores, a razón de cinco o seis por año y entregar al menos tres a editoriales pequeñas, es una antigüedad anterior a la difusión de las redes sociales.

Así las cosas, Aira podría ser un personaje de “La última…” (si no lo es), al contrario del efecto inercial de Borges, Fogwill o Héctor Viel Temperley: sus textos no producen epígonos al riesgo del plagio, con el que esta novela juega todo el tiempo.

Sin embargo, aclara Idez, “sin dudas, la última bestia sagrada de la literatura argentina es César Aira. No apareció otro escritor que tenga una obra de esa densidad y ese peso desde la muerte de Saer”.

Imposible estar en desacuerdo. La lectura de la novela también permite preguntarse -como hace en una reseña Juan Terranova- qué es lo que será capaz de escribir Aira después de Idez y por inversión de la astucia, de qué será capaz Idez después de Aira. Si la cuestión es o no es un problema habrá que leerlo en un futuro no demasiado lejano. (Télam)

Nota original: https://www.rionegro.com.ar/sociedad/idez-la-ultima-estacion-de-cesar-aira-KYRN_908828

Un descenso a los infiernos de las letras argentinas │ Lecturas de trinchera

por Ariel Pichersky para Lecturas de trinchera │ Marzo de 2013

Hay quienes dicen, incluido Ariel Idez, que César Aira forma parte del canon de la literatura argentina. También hay quienes dicen, como se oyó en algún momento en los pasillos de la facultad de Filosofía y Letras, que César Aira es el seudónimo de todo mal escritor. Las tesis no se oponen, pero en cualquier caso, si algo queda fuera de discusión, es la fertilidad escrituraria de Aira y la compulsión a la publicación que se conecta con ella. Esta política literaria-editorial se funda en una bien precisa idea de obra, lejos del objeto esculpido con celo por un artista en el éxtasis de la inspiración, y más bien cerca del producto ocioso que adquiere valor sólo por señalar el procedimiento del cual es efecto.

Este es el punto de partida de La última de César Aira, donde se nos presenta a Dante, quien no sólo es El Enano Más Sexy del Mundo, sino que también escribe y, como todo aquel que lo hace, se topa en algún momento con un bloqueo creativo. En este caso, el taponamiento productivo sucede justo después de que Joaquín, el editor independiente que todo escritor tiene por amigo, le anuncia que Aira le ha prometido un manuscrito para publicar a través de su sello. A partir de aquí, el Enano pasará de la admiración a la envidia, y por último al odio de Aira, para embarcarse con sus amigos (diversos especímenes más o menos inmersos en el campo literario indie, entre los que se encuentran, además de Joaquín, Leandro, un obeso traficante de libros que desprecia por completo la literatura argentina, y Figueraz, el Típico Puto Nazi, infiltrado en el parque Rivadavia entre vendedores de libros de segunda mano) en una aventura hacia los confines de la industria editorial argentina, con el afán de explicar cómo es que Aira nunca deja de escribir ni de publicar, incluso varias novelas en simultáneo. En el camino develarán, a la luz de una pregunta sobre el dinero y la escritura que atraviesa la novela de principio a fin, la existencia de un Aira mafioso, señor del crimen en todo el barrio de Flores.

El título de la novela carga la ambigüedad en la que se debate la resolución de su argumento: por un lado, el anuncio (o la amenaza) del fin; por otro, la actualización de una vigencia. En medio de las dos significaciones, el libro de Idez, estructurado como una novela por entregas o como una serie que dispara al final de cada episodio la ansiedad del capítulo por venir, lleva la marca de la escritura de Aira, la de un escape hacia adelante, la de darle prioridad a no obturar la progresión de la escritura antes que a cimentar una solidez argumental que, en cualquier caso, cosida aquí y allá, y gracias a un verosímil inmune a la visibilidad de las suturas, acaba por formarse a su manera.

Cabe destacar el punto en el que se inicia la peripecia del Dante, porque, insertado sin más reparos, como muchos de los elementos de la novela en virtud de su mismo plan de progresión, encastra sin problemas en el universo del relato, que nunca deja de ser una caricatura del mundillo literario-editorial argentino contemporáneo. El estreñimiento literario de Dante frente a la incontinencia de Aira se plantea, a través de la envidia del Enano, como un problema de monopolización de un bien finito. La creatividad resulta algo que puede ser poseído y, por lo tanto, también algo de cuya posesión se puede privar.

De esta manera, la búsqueda que emprende Dante es la de una reapropiación, presentada como democratización, de la capacidad de escribir. Según la clave alegórica que, con los rasgos estereotipados de sus personajes, abre la novela, Dante queda en un lugar fácil de identificar en el perímetro de las letras: un enano corto de miras, tal vez sensual y potente fuera de la literatura, que, amargado por su pérdida, arremete a los saltitos contra los que ve más prolíficos que él. Mientras tanto, Aira, Godot criminal al que Dante le pide una rendición de cuentas, se escabulle de una página a la siguiente y deja siempre bajo su sombra a esa nueva generación que lo persigue para apropiarse de lo que él, criminal o no, ya democratizó con su apuesta literaria.

(reseña publicada el 20 de Marzo de 2013)

Nota ortiginal: https://lecturasdetrinchera.wordpress.com/2013/04/20/un-descenso-a-los-infiernos-de-las-letras/

La última de César Aira │ Revista Invisibles

La imitación es la primera originalidad de esta novela. Ariel Idez homenajea a uno de sus escritores de cabecera y uno de los autores más prolíficos de la Argentina. Le copia el humor, los recursos, y lo hace orgullosamente. Para despojarse de su influencia, sin caer en el plagio ni la reescritura, decide utilizar los procedimientos literarios que lo definen.​

por Mariano Pedrosa para Revista Invisibles │ Diciembre de 2012

La imitación es la primera originalidad de esta novela. Ariel Idez homenajea a uno de sus escritores de cabecera y uno de los autores más prolíficos de la Argentina. Le copia el humor, los recursos, y lo hace orgullosamente. Para despojarse de su influencia, sin caer en el plagio ni la reescritura, decide utilizar los procedimientos literarios que lo definen (¿Idez heterónimo de Aira?), y al hacerlo exhibe el funcionamiento de la máquina estilística del autor de La guerra de los gimnasios. Es así como su escritura se confunde con la del cortejado y transmuta la ofrenda en desafío.

El lector puede dedicarse a disfrutar de la historia de El Enano Más Sexy del Mundo, un escritor con un bloqueo creativo y obsesionado por el flujo inagotable de la birome de Aira. La narración pasa, rápida, del registro real al fantástico, como un cómic en el que un personaje comienza a hacer un pozo y, de tanto cavar y cavar, en el último cuadrito asoma su cabeza en China. Así, una hermandad de paseadores de perros, un dealer de libros raros, taiwaneses peronistas, un Típico Puto Nazi, un Enano negro gigante, además de bandas skins, punks, y hasta Luis Chitarroni le otorgan a la historia un ritmo veloz que se basa en no parar de apostar a la literatura, es decir, nunca dejar de relatar.

¿Qué hay atrás del telón? Sobre las ficciones que se esconden tras las apariencias de la realidad se cuestiona esta novela que, como en una buena jam session, vuela y se aleja por laberintos impensados de la melodía que le da origen, pero sin llegar nunca a olvidarla. Idez usa la alta productividad de El demiurgo de Flores como puerta para indagar en su prosa, pero lo hace desde la ficción. La novela en los pliegues de su desbordante imaginación no sólo esconde una lectura crítica sino que realiza un interesantísimo análisis del funcionamiento del campo literario nacional que gira en torno de un escritor que a conciencia se ha descentrado de él.

Un  autor se define no por su ego sino por su estilo, al menos aquellos que lo tienen. En el caso de este libro, publicado por la editorial Pánico el pánico, un escritor desaparece en el otro. ¿Otra vez la muerte del autor? Sí, pero a éste lo matan por amor, o como en una articulación de Mamushkas, la figura contenida replica a la contenedora, desnudando un  juego de semejanzas en el que la originalidad importa menos que el mismo juego de la literatura.   ​

Nota original: http://www.revistainvisibles.com/la-ultima-de-cesar-aira.html

El fin del relato nacional │ No Retornable

por C.Castagna para No retornable │ 2012

Lo más increíble de todo fue enterarme de que Ariel Idez (Buenos Aires, 1977) escribió la primera versión de esta novela a la tierna edad de 26 años. Saquen cuentas: no sé ustedes, pero yo a esa altura andaría perdiendo el tiempo en algún boliche de la zona del Almagro (atendido por enanos sexys), naufragando en un Gin Tonic demasiado fuerte, todavía aturdido por la tristeza de haber sido separado de mis dólares. Casi una década después, el tiempo y los dólares son dos bienes que escasean, no así las referencias a La última de César Aira, la obra editada por Pánico el Pánico (en su magnífica colección Potlach) que causó una pequeña gran revolución y rápidamente se convirtió en la sensación editorial del momento. Pero, ¿cómo decir algo medianamente inteligente, o al menos interesante, después de todo lo que ya se dijo?

“Vos cerrá los ojos y apuntale fuerte al medio”, fue el consejo del autor más buscado, ante mis dudas con esta reseña. Bueno, le hago caso; cierro los ojos y veo qué pasa. Empecé hablando de la edad de Idez al momento de escribir su primer novela, porque si hay algo que llama la atención es la total libertad o aparente inconsciencia con la que llevó adelante esta empresa. Que en realidad podría ser leída como una especie de tesis, a través de la cual intenta demostrar que es posible generar un artefacto narrativo que combine los elementos del estilo Aira, pero que a la vez pueda funcionar de manera autónoma, independientemente del escritor u operario de la máquina (Idez, en este caso). Podemos suponer que si hubiera imaginado que el libro a) llegaría a publicarse alguna vez, ó b) tendría la repercusión que está teniendo, no hubiese escrito nada. Demasiada responsabilidad la de ser punta de lanza del recambio generacional. Pero no sólo demostró que dicha máquina narrativa es posible, sino que el resultado de esa comprobación son estas 211 páginas. Vamos desde el principio.

Dante, El enano más sexy del mundo, el héroe de belleza irresistible, es un escritor en busca de inspiración que decide dejar atrás su pasado como trabajador sexual y buscar un empleo que le permita ordenar su vida y tener tiempo para dedicarse a la escritura. Así ingresa en el mundo de los paseaperros y aprende sus rudimentos básicos. A la vez, empieza a notar que algo extraño se oculta detrás de la masiva cantidad de novelas que Aira está a punto de publicar. El enano comienza una serie de investigaciones que lo sumergen en un espiral de acontecimientos cada vez más complejos e inverosímiles, con la ominosa presencia Aira en el centro. La figura del inagotable escritor de Pringles se vuelve cada vez más grande y atemorizante a medida que avanza el relato, poblado de personajes de lo más estrafalarios que guían y acompañan a Dante en su aventura. Figueraz El típico puto nazi, Leandro el dealer literario, los taiwaneses peronistas, el gurú literario Luis Chitarroni y el poeta Arturo Carrera (estos últimos directamente llevan el nombre de figuras reconocidas de la literatura y la poesía contemporáneas). El mismo Aira pasa de ser sólo una sombra influyente al principio, a convertirse en un criminal en fuga permanente conforme avanza la trama, constituido como jefe supremo de una organización delictiva que pretende destruir la Argentina. ¿Cómo? Dinamitando el “relato nacional” (oportuna alusión a un debate actual) por saturación de novelas que llevan su firma. Lo que hará posible tal cantidad de publicaciones en simultáneo es esa máquina narrativa creada por él, que produce novelas en serie a una velocidad superior a la capacidad de lectura, operada bajo tierra por un ejército de negros escribas. Como una metáfora del Aira real, las investigaciones de Dante siempre lo llevan a lugares de los que éste acaba de irse. El contacto más cercano que llega a tener con el autor ocurre en la escena donde sólo se oye una voz distorsionada en el portero eléctrico de una casa del bajo Flores.

En su diálogo con la escritura de Aira bajo la forma de la sátira-homenaje, en ese despliegue delirante, Idez nunca abandona la dimensión humana del protagonista (una marca del estilo aireano), lo que sostiene y hace avanzar la historia. Como parte de su operación narrativa ejercita un mecanismo del relato donde todas las piezas funcionan de un modo efectivo, coherente, donde la voz de cada personaje se impone alternadamente como elemento de cohesión de la trama. En cuanto a lo formal, Idez se maneja con la expresividad de las imágenes, a la manera de un cineasta. Hay descripciones muy hermosas, de una imaginación compleja, poética, precisa, que sitúan muy bien al lector en el clima de cada escena. Idez es un artista visual. “El escritor como artista visual” es un concepto introducido por Luciano Lutereau y Esteban Dipaola en referencia, justamente, a César Aira, en el prólogo de Karaoke, la primer antología de autores de Pánico el Pánico, de la que Ariel también forma parte. Allí, entre otras cosas, se postula la idea del karaoke como forma posible de la literatura post-noventas, esa década que ya dura veinte años, donde ya no importa el sentido, o el contenido, sino las variaciones, los cambios del contexto en la reinterpretación de una obra o autor conocido por todos. Combinar las dos ideas, la de la sátira-homenaje y la del karaoke, da como resultado lo dicho por Juan Terranova: que Idez es a Aira lo que el Luis Almirante Brown de Capusotto es a Spinetta.

La última de César Aira es una novela didáctica, de ideas, con aires de ensayo sobre literatura argentina. Una novela necesaria, que no podría haber llegado en mejor momento. Llega para despabilarnos y ajustar las coordenadas para saber por dónde pasa lo que está pasando. Si Aira desafiaba a la crítica (más a algún que otro lector desprevenido), con este novelón, con este puntinazo fuerte al medio Idez desafía al resto de los escritores de su generación. Si a partir de la fascinación con Aira uno podía pensar, en relación a la propia escritura, que cualquier dislate era posible como forma de disimular la falta de otros recursos, o lograr un efecto llamativo, con Idez ahora la vara queda un poco más alta. Lo cual es muy saludable. No queda otra que ponerse a escribir, y a escribir realmente bien.

Nota original: http://www.no-retornable.com.ar/v12/nuevo/castagna.html

La primera novela de Ariel Idez │ Hipercrítico

por Juan Terranova para Hipercrítico │ Marzo de 2012

1. ¿Existe el misterio Aira? ¿Podemos decir que existió? Acaba de aparecer editada por Pánico El Pánico, en su colección Potlach, a la que hay que estar muy atento, La última de César Aira de Ariel Idez. Desde luego, se trata de una novela. Y ya desde su título propone una serie de reflejos y sutiles laberintos bien tramados. ¿Qué es La última de César Aira? Plagio no, homenaje quizás, pero en el campo enemigo. Desde el título, insisto, hay algo de escalador desdeñoso que sube el pico más alto y clava la bandera sin accidentes, algo del tamborilero que atraviesa la batalla haciendo música. Y se puede decir que lo de Idez es, antes que cualquier cosa, una novela entretenida e inteligente. Y ahora bien, aclarado este punto, avancemos hacia el cristalino barro de los espejismos que propone.

2. ¿La trama? Sí, hay, simple, directa. Dante, cuyo epíteto es “el enano más sexy del mundo”, aspirante a escritor y miembro del ríspido pero cumplidor sindicato de pasea perros de Buenos Aires, comienza una lenta pero firme investigación. Quiere saber qué pasa con Aira, por qué es tan prolífico, qué esconde el novelista de Pringles. Lo que al principio surge como curiosidad enseguida se convierte en obsesión. Siguiendo los avatares de esta pesquisa, Dante que “había equilibrado arte y vida” deberá enfrentar a una poderosa fuerza que lo llevará cada vez más cerca del corazón del mal.

3. Llenando esta trama hay personajes. Muchos y muy excéntricos. Está el citado enano, héroe indiscutible del relato. Y lo acompañan Figueraz, “el típico puto nazi”; Maira, la prostituta virgen; el negro renegado Al Salamana; un entusiasta y atolondrado aspirante a joven editor que quiere fundar una “editorial independiente”; un dealer gordo y paranoico que trafica con libros mientras tilda a la literatura argentina de “patética y costumbrista”; un impresionante y asustado Arturo Carrera –centro de una escena de un altísimo contenido lírico–; el gurú literario Luis Chitarroni; un oráculo gauchesco; un enano negro gigante de rasgos mongoloides… También hay personajes corales, en forma de tribus urbanas, como los paseaperros o los skinheads, y otros más exóticos con formas de partidos políticos, como los taiwaneses justicialistas o los negros de una antigua logia seudo-masónica. Y finalmente está el mismo Aira, al que jamás vemos ni escuchamos, que se mueve como un fantasma, como una sombra omnipresente, y que se dedica a administrar prostíbulos, a traficar droga por túneles subterráneos y a montar la impresionante cadena de producción de sus propios libros.

4. Hay otros aciertos, lugares donde la novela se apoya para cerrar más allá del chiste. La última de César Aira revisa todos los lugares comunes que conocemos sobre la obra de Aira: El estilo “delirante”, su ostracismo voluntario, la cantidad de publicaciones que produce, que “cualquier cosa es posible” tratándose de él. Al mismo tiempo, Idez revisa el mercado editorial porteño, sus equívocos y sus faltas, y sobre todo la relación, ¿excéntrica? ¿previsible?, que Aira mantiene con el campo cultural.

5. Todas las novelas modernas tienen algo del Quijote. A todas les sobran páginas, todas reflexionan en algún momento sobre el pliegue que implica narrar. Es constitutivo del género y están en su nacimiento. Pero si todas las novelas tienen algo del Quijote, La última de César Aira tiene mucho. No en el recurso ya trillado de la triste figura y su Sancho, no en la ingenuidad de la cita, mucho menos en el gastadísimo tópico de la locura y la realidad, sino en las operaciones de lectura que se generan, de la autoconsciencia de narración, en el humor sobre esos dobleces. Así, La última de César Aira puede ser entendida como un valioso aporte –muy valioso– para finalmente saber qué es lo que hace Aira cuando escribe. Esta respuesta crítica, que durante mucho tiempo fue solo perplejidad y voces susurradas de iniciados, hoy nos resulta más blanda, más accesible. Toda la ingenuidad que encontramos en la bienintencionada tesis doctoral de Sandra Contreras, La vueltas de César Aira, donde se revisa al escritor de Pringles según sus propias directivas de lectura, aparece aquí disuelta en la risa del artefacto.

6. El mismo Aira se puso como personaje en algunas de sus novelas. Incluso en algunos títulos, como por ejemplo Las curas milagrosas del Doctor Aira. Pero una cosa es que lo haga él y otra muy diferente que lo haga otro. ¿La última de César Aira es un libro agresivo? Para responder a esta pregunta hay que decir que Idez copia bien cierto estilo y reproduce los giros, el vocabulario, los diálogos, las réplicas y retruécanos. Y compone también los personajes como dibujitos animados, planos, sin psicologías, listos para ser usados en el artefacto narrativo. Se trata entonces de un libro simpáticamente irónico, con toda la agresividad y la ingenuidad que eso implica. Y sigo: Más sutil, aunque no menos frontal, Idez es a Aira, lo que el Luis Almirante Brown de Capusotto es a Spinetta. Sin embargo, lo de Capusotto es más fácil. Hoy la sinestesia se ironiza sola. En cambio, las máquinas de Aira son mucho más complejas. Y ni hablar de la relación con sus lectores. El crítico cordobés Flavio Lopresti lo dijo con claridad: Aira tuvo hasta hace poco muy amenazada a la crítica. No es raro, visto en retrospectiva entonces, que sea el género novela el que mejor ventile sus procedimientos. Y así el gran mérito de Idez resulta ironizar al ironista. Reírse con él pero también de él. Rendirle homenaje, reconocerlo como punto de partida, pero después doblarle el puño, disputarle en su propio terreno la bandera –o mejor digamos el banderín– del sentido.

7. (Para sopesar con justeza la novela de Idez no hace falta más que consultar el intento de elogio y posicionamiento que realizó Tomás Abraham en su libro Fricciones, donde se narra el encuentro de Piglia y Aira en un bar de una mesa de Flores. La conceptualización ahí o sólo es torpe, sino que la lisonja que recibe Aira es básica y parece una monografía estudiantil con terminaciones de picaresca previsible.)

8. Existió un misterio Aira. Y el mismo Aira, dando entrevistas, repitiendo algunos de sus gestos, haciéndose finalmente viejo y reconocido, disolvió parte –no todo, no lo más interesante– de ese misterio. Parafraseando la atorada frase de T. H. Adorno, ¿podrá escribir Aira después de La última de César Aira?

9. Y otra pregunta, aunque más liviana, ¿qué escribirá  a continuación Idez? Como Aira, Idez conoce los secretos de la “formalización”, de la construcción de aparatos narrativos que a su vez producen más narración. ¿Veremos nacer La última de Fogwill, La última de Piglia, la última de Saer? La última de Rodolfo Walsh, entre el fan fiction y el fanatismo militante, la conozco. Se viene escribiendo desde hace mucho, y no me interesa. ¿Y La última de Guillermo Martínez? Bueno, esa existe. La escribió el mismo Martínez y curiosamente tiene un título robado a Aira: Yo también tuve una novia bisexual, que, pasado por la máquina, podría ser reescrito y dar algunos otros títulos como Yo también tuve una novia novelista, o mejor Yo también escribí la última de César Aira. Tengo una excusa para este exabrupto. Como diría Dante, el enano más sexy del mundo, una vez en la pista de baile, con la bola de espejos como un ojo de mosca brillando en el centro del techo y dominando la escena, lo único que te queda es bailar.

10. En El congreso de literatura, Aira intentó clonar a Carlos Fuentes para construir un ejército de super-intelectuales que domine al mundo. Luego Fuentes, respondiendo, hizo que Aira ganara el Premio Nobel en alguna de sus novelas. En una entrevista, Aira dijo que su narración, la del clon de Fuentes, era más verosímil. Fue, sin duda, una buena respuesta. ¿Tendrá Aira, autor de un ensayo preciso, elegante y autobiográfico titulado El último escritor, una respuesta para La última de César Aira? Aunque esta “última” quizás no sea novela, sino aventura, y quizás no sea “última” sino sea única. La última aventura de César Aira, La única aventura de César Aira. Los procedimientos de factorización literaria nos hacen esperar siempre algo más. La duplicación y la máscara no perdonan ni a los nombres propios.

11. Termino con una escena poco determinante a la construcción general de la novela, pero no por eso menos reveladora. Dante y el ninja peronista de Taiwán se infiltran en la factoría subterránea de novelas de Aira. (El lugar recuerda a uno de los cuentos de La Sinagoga de los Iconoclastas de Rodolfo Wilcock.) Para confundirse con los negros africanos que ahí trabajan, los dos infiltrados se pintan la cara con betún, agarran cajas de cartón y caminan haciendo que trabajan. La caja de Dante, que él supone cargada de estupefacientes, pesa mucho. Vencido por la curiosidad, cuando finalmente la deja en el piso, la abre y encuentra libros. Son los libros con los que Aira piensa anular todo el sistema simbólico que sostiene la Argentina. El título que se ve en portada dice Aventuras de un enano sexy. Es un momento –ya clásico en la narración moderna, pero no por eso menos perturbador– donde el personaje encuentra un libro que refiere a sí mismo, que lo contiene, que lo narra, en este caso apenas desde el título. Anagnórisis trágica, entonces, reconocimiento y consciencia, Dante no sólo es un personaje de Idez, también es un personaje del Aira malo de Idez. Sobre estos pequeños detalles que son en definitiva breves abismos, se construye la enfática genialidad de la novela.

Nota original: http://hipercritico.com/secciones/libro/4079-la-primera-novela-de-ariel-idez.html