Vivan los ochenta

Los ochenta recienvivos. Poesía y performance en el Río de la Plata, de Irina Garbatzky

(Beatriz Viterbo Editora, 2013)

Los ochenta están entre nosotros. No me refiero al tan mentado pastiche posmoderno, a los colores flúo ni a la “retromanía” señalada por Simon Reynolds sino a un renovado y creciente interés por las experiencias artísticas, literarias, periodísticas o, más genéricamente, culturales (o paraculturales) que atravesaron y marcaron esa década. Venimos recibiendo señales de esa recuperación a través de las reediciones y antologías de publicaciones míticas de la época como la de Cerdos y Peces realizada por su director, Enrique Symms,(que publicó El cuenco de plata en 2012), la investigación periodística sobre la historia de la revista Humor Registrado que llevó adelante Diego Igal (y publicó Marea el año pasado), o la recopilación de sus propios artículos durante ese período que realizó Osvaldo Baigorria (y que Blatt y Ríos publicó este año bajo el título de Cerdos y Porteños en alusión a las publicaciones donde aparecieron). A este renovado interés histórico ahora viene a sumarse el campo académico que, con el ingreso de una nueva generación de investigadores y el tiempo suficiente como para poder establecer una distancia crítica, parece estar listo para dar el salto de década y superar la atracción irresistible que hasta ahora ha ejercido la década del setenta en los estudios sobre fenómenos culturales vinculados a la historia reciente.

En este marco se inscribe Los ochenta recienvivos. Poesía y performance en el Río de la Plata, de Irina Garbatzky, que fue primero la tesis doctoral de la autora y ahora Beatriz Viterbo publica como libro. En la presente investigación Garbatzky se propone reconstruir el recorrido de cuatro autores que vincularon de distintas formas poesía y performance a ambos márgenes del Río de la Plata: los argentinos Batato Barea y Emeterio Cerro y los uruguayos Marosa Di Giorgio y Roberto Echavarren. El ambicioso trabajo que aborda Garbatzky reconoce varios obstáculos que la autora convierte en desafíos de su investigación y logra superar con creatividad crítica, un trabajo minucioso y la conciencia reflexiva de las propias limitaciones que impone el estudio del cruce entre las dimensiones de lo performático y la poesía.

En primer lugar, Garbatzky toma para su estudio autores que suelen ser problemáticos para un abordaje desde el campo de la crítica literaria, que suele despacharlos bajo la tranquilizadora etiqueta de “inclasificables”. El hecho mismo de sumar a Batato Barea –que no tiene una producción literaria propia– da cuenta de la amplitud de miras y los intereses que orientan la investigación.

En segundo lugar, Garbatzky no se propone analizar los textos de forma independiente, sino en el cruce, el diálogo y la tensión que éstos entablan con las performances que sus autores llevaron a cabo para “ponerlos en escena”. Y esto implica desarrollar un nuevo modo de leer en el que el texto y la performance, la palabra y el cuerpo (y los dispositivos escénicos a través de los cuales se despliegan) cobran un valor equivalente para la mirada del investigador.

No obstante, como si una dificultad llamara a otra, el mismo concepto de “performance” debe ser construido en la especificidad que asumió a comienzos de los años ochenta en la escena rioplatense y, al mismo tiempo, su inasible cualidad de acontecimiento único e irrepetible no puede ser obviada por la investigadora, quien, al contrario, asume el carácter siempre incompleto de las performances que pretende reconstruir o, como la misma autora afirma, aún teniendo a su disposición todos los materiales de registro posibles (imágenes, audio, videos, testimonios) “la performance tampoco estaría allí”. Esto, claro está, no exime a Garbatzky de hacer acopio de la mayor cantidad de material disponible para poder reconstruir con la mayor fidelidad las performances con las que trabaja. De hecho, la desorganización y fragilidad de esos materiales (dispersos entre los papeles que guardan los albaceas, los recuerdos que atesoran los familiares, los souvenirs de los espectadores, los archivos parciales de algunas instituciones culturales como el Centro Cultural Ricardo Rojas y enlaces aislados en la web) lleva a Garbatzky a reflexionar en su trabajo sobre la importancia de conformar un archivo que garantice la preservación de estas experiencias.

En cuanto al concepto mismo de performance, Garbatzky lo pone en relación con la experiencia de las vanguardias de los sesenta, como el arte pop y sus famosos “happenings” o el arte de acción política como el que impulsaba Joseph Beuys, si bien toma distancia entre los objetivos de las vanguardias y el de las experiencias de los años ochenta que, como dice la autora, “no cumple ya con un intento de romper con la cultura, pero sí de resistencia cultural, sobre todo en lo que concernía a los vínculos sociales y expresiones corporales”. Una cultura de la resistencia, una “paracultura”, como la denomina Garbatzky tomando el nombre de uno de los espacios emblemáticos de la época: el Parakultural. Se tratará entonces de una serie de experiencias culturales que atentarán contra los residuos latentes de una sociedad represora (y reprimida) al atacar la normalización de los cuerpos y del idioma que los designa y los clasifica.

Esa misma dialéctica entre lenguaje y cuerpo es la que toma Garbatzky para desarrollar su concepto de performance, en tanto obra-vivencia que desmaterializa el objeto artístico a través del anclaje físico: el cuerpo del performer. Esto implica una inversión que concibe “al lenguaje como espacio para realizar acciones, al cuerpo como espacio de escritura y proyección de imágenes”. A partir de esta concepción queda más claro que los textos no pueden ser analizados independientemente de su contrapartida con el trabajo sobre el cuerpo del performer. Esta mirada original, que repone el contexto de los textos producidos en la época, permite leer a los autores trabajados de una forma completamente distinta y resulta especialmente reveladora en el caso de Emeterio Cerro, cuyo paso por el campo cultural argentino parecía borrado, tal vez a causa de la radicalidad de su propuesta, o acaso por haber sido tomado como “cabeza de turco” del ataque emprendido contra la poesía neobarroca por parte del emergente movimiento objetivista o por escritores irritados, como en el caso de C.E. Feiling y la polémica que sostuvo con César Aira sobre la obra de Cerro (parcialmente reconstruida en este libro).

Una vez establecidas las coordenadas principales en la introducción, el libro se despliega a través de cuatro ejes conceptuales, que se ponen de manifiesto en el título de los capítulos: Formas de la teatralidad, Poéticas de la performance. De la teatralidad a la poesía, Formas de la vocalidad. Las voces frente al espectro declamador y Dispositivos de acción, desenterramientos productivos. En cada uno de estos apartados Garbatzky desarrolla una herramienta conceptual a partir de la cual aborda a cada uno de los autores trabajados. Si bien el esquema es un tanto “compartimentarizado”, esta organización le aporta claridad al conjunto y permite al lector interesado en alguno de los autores en particular poder realizar un recorrido personalizado por el libro. Cabe mencionar también el anexo que acompaña al libro, en el que Garbatzky incluye generosamente las entrevistas realizadas en el marco de la investigación y que contiene una entrevista a Aira (que no suele darlas en nuestro país). Del mismo modo, el archivo consultado es expuesto en detalle, lo que puede resultar de suma utilidad para los investigadores que aborden estos temas.

En suma, Los ochenta recienvivos resulta un libro destacado para los investigadores del área, novedoso no sólo por abordar un período que recién comienza a ser explorado en el campo de los estudios académicos sobre los fenómenos culturales del pasado reciente, sino además porque elabora categorías propias y originales para leer la rica y osada producción poético-performática de algunos de los representantes más conspicuos de esa época.