Fue su último libro, publicado originalmente en 1988. Con la reedición de La condición efímera casi toda la obra de Néstor Sánchez ha vuelto a la circulación.
Usted escuchará algo cercano a la pura espontaneidad en estas performances”, escribía el pianista Bill Evans en la introducción al disco Kind of blue. Algo similar podría decirse para presentar los relatos de La condición efímera, el libro que Néstor Sánchez publicó originalmente en 1988 y que ahora reedita Paradiso. No caben dudas de que Sánchez ocupa un lugar en el panteón de la narrativa experimental argentina, junto a nombres como Osvaldo Lamborghini o Héctor Libertella. Sin embargo, su obra parece haber corrido una suerte inversa a la de aquéllos: celebrada en su momento como una de las más originales y prometedoras de principios de los setenta, se trasladó del centro al margen mientras el nombre de su autor devino en la contraseña de un puñado de entendidos.
El mito de Sánchez parece haber perjudicado la lectura de sus textos: bailarín profesional de tango junto a Juan Carlos Copes en su juventud, novelista celebrado por Cortázar y el semanario Primera Plana, viajero trashumante por Latinoamérica y Europa una década después, Sánchez fue publicado por Seix Barral en España en pleno boom de la literatura latinoamericana y Gallimard le editó en francés su primera y cuarta novela, pero su hastío no hacía más que crecer, fogoneado por una obsesiva conciencia de la finitud de la vida. En busca de respuestas, se acercó a las propuestas del místico ruso George Gurdjieff y ahí encontró una justificación para prolongar la vida y continuar la obra. En ese plan, siguiendo el consejo de su instructor, se trasladó en 1980 a los Estados Unidos y allí se despojó de todo para vivir como vagabundo en las calles de Manhattan y Los Angeles.
Sánchez regresó al país en 1986, cuando sus lectores lo daban por muerto (incluso llegaron a hacerle homenajes en su ausencia), pero logró recuperarse y dos años después editó La condición efímera. Si bien el volumen incluye relatos anteriores, la mayor parte de los cuentos fueron escritos a su regreso, en base a borradores que el escritor le enviaba a su madre desde Norteamérica, cuando podía reunir el dinero necesario para la encomienda postal. De ahí que muchos de los textos reconozcan un sesgo biográfico. Diario de Manhattan resulta muy ilustrativo al respecto: no sólo narra las vicisitudes de Sánchez como clochard en una ciudad que su amarga visión identifica con la decadencia de la cultura occidental, sino que también describe sus esfuerzos por seguir los ejercicios de la doctrina Gurdjieff, entre los que se cuenta el de escribir con la mano izquierda. En Ley del tres se ficcionaliza un episodio real, en el que el autor intentó reunir en Nueva York a su antigua pareja con su mujer de entonces y alojarse todos juntos en el mismo departamento; Adagio narra, sin nombrarlo jamás, el encuentro que el escritor y su amigo Hugo Gola tuvieron con el poeta Juan L. Ortiz en su casa de Entre Ríos. De todas formas, a pesar del sustrato referencial, Sánchez no renuncia ni un ápice a su estilo único e inimitable, más atento a la sonoridad musical de las palabras que al sentido que encadenan.
Con este libro de relatos está casi completa la reedición de la obra de Sánchez; sólo restaría su tercera novela: El amhor, los orsinis y la muerte. En 2004 Alción dio el primer paso con Nosotros dos, a la que siguió Siberia Blues y Cómico de la lengua (Paradiso). Al echar una mirada a todos sus libros puede advertirse cómo el autor, en la misma medida que extremaba sus procedimientos, pasó de cierta nostalgia barrial en sus dos primeras novelas a una experimentación más radical, hasta que los motivos místicos a los que se había abocado acabaron por filtrarse en su narrativa.
Aciago destino el de Sánchez, a pesar de haber fallecido en 2003 no pudo volver a escribir. Decía que se le había acabado la épica, que en su caso equivalía a un compromiso total y absoluto con una escritura que se juega en cada párrafo al límite mismo del silencio. La reedición de La condición efímera hace justicia al estilo irrenunciable y sin concesiones con el que construyó una voz única en la literatura argentina.