“Un golpe de dados nunca suprimirá el azar”, escribió el poeta simbolista Stephane Mallarmé. Sin tantas expectativas, tomemos un dado y arrojémoslo sobre la mesa. Detengámonos un segundo a observar: vemos la cara blanca superior con tres orificios negros que señalan el número 3, y dos caras laterales, que designan, supongamos, los números 5 y 6. ¿Y las otras caras? Si no hemos revisado el dado antes de arrojarlo, solo por un acto de buena fe, podemos conjeturar que contendrán uno, dos y cuatro orificios negros, pero, ¿si estuvieran en blanco? ¿Si repitieran los mismos números? ¿Si tuvieran diez, doce y ocho orificios? No podemos saberlo con absoluta certeza, desde el lugar en el que observamos. Para cerciorarnos deberíamos levantarnos y girar hacia el otro lado (y aún así quedaría un lado oculto) o tomar el dado y hacerlo girar entre nuestros dedos, y aún así solo veríamos algunas caras por vez, pero jamás las seis al mismo tiempo.