Elogio de la Pérdida y otras presentaciones, de Ariel Idez │ Indie Hoy

por Sofía Gómez Pisa para Indie hoy │ Agosto 2018

Haciendo gala del antiguo oficio de presentador de libros, derramando conocimiento sobre historia de la literatura, géneros, poesía y narrativa, Ariel Idez construye Elogio de la pérdida y otras presentaciones (Interzona, 2016). Una obra original, inteligente y meta-textual que también fue llevada al teatro, donde las presentaciones, a través de conferencias performáticas, volvieron a su lugar primigenio: la escena.

En Elogio de la pérdida y otras presentaciones la ficción parece ponerse al funcionamiento de una creación meta-textual…
Concuerdo con una clave de meta-ficción en el libro, ya que se trata de presentaciones de libros apócrifos (imaginarios). En ese sentido se trata de hacer ficción tomando un género muy menor, como el de las presentaciones de libros para convertirlo en una máquina de producir ficciones.

Elogio de la pérdida y otras presentaciones se hizo presente en mayo, en el Club Cultural Matienzo, con dos funciones. ¿Cómo fue ese traspaso de lo escritural a lo escénico?
La transposición a escena del libro fue idea del dramaturgo y performer Maximiliano de la Puente. Él percibió algo muy interesante: que la presentación de un libro es sobre todo un hecho escénico, una comedia protagonizada por un autor y un presentador. Entonces no se trató tanto de “llevar” estos textos a escena como de “devolverlos” a esa escena en la que se originaron (aunque fuera una escena imaginaria). Por supuesto que en ese pasaje ideamos con Maxi y Bettina Girotti, que colaboró en la puesta, una serie de dispositivos escénicos que permitieran “materializar” a esos libros y sus autores imaginarios. Últimamente veo muchos textos literarios que llegan a la escena (como Electrónica, de Enzo Maqueira, los cuentos de Casciari o los de Tomas Downey) y me parece una forma muy interesante de darle una nueva vida a un libro.

Si bien las presentaciones de libros ya estaban presentes en tu vida de alguna forma, ¿por qué escribir un libro de ellas?
El libro es de presentaciones porque me gustó el formato de la presentación dado que nunca se había abordado para producir una obra de ficción. Además, me permitía emprender la operación borgeana de contar libros en lugar de escribirlos.

” (…)Si la historia de Petrecca parece cuento (chino), su encuentro con Leslie Ho no hace más que agregar otro capítulo a esta saga prodigiosa. Porque si bien nuestro poeta y traductor vive en Caballito, su novia habita el barrio de San Telmo. Imaginen su sorpresa cuando vio al fiambrero del supermercado leyendo una antología del poeta de la dinastía Tang, Li He. Pero mayor aún fue la sorpresa que se llevó Leslie Ho cuando un joven cliente le preguntó –en chino– si le gustaba la poesía. En verdad ni siquiera llegó a sorprenderse, porque la situación era de un grado tal de improbabilidad que su mente no fue capaz de procesarla: Ho confesaría después que creyó que, de tanto soportarla como ruido de fondo, había logrado empezar a comprender, como en un pase de magia, el idioma de los argentinos y por eso respondió con un dubitativo ‘Sí… ¿Cuánto de mortadela?’. Pero ya podemos suponer que Petrecca no es de esos que se amilanan a la primera adversidad. A riesgo de elevar peligrosamente sus índices de colesterol, empezó a comprar fiambre todos los días o, al menos, todos los días que pasaba en casa de su novia, eligiendo estratégicamente los horarios en los que el súper estaba más tranquilo, y así logró ganarse la confianza de Ho, que ni en sus más descabelladas fantasías imaginó que podría ponerse a hablar en chino sobre poesía china clásica con un cliente argentino mientras rebanaba en fetas una pata de jamón cocido Paladini (…)”
(Poemas Argentinos, Leslie Ho, en Elogio de la Pérdida y otras presentaciones)

La voz narrativa irónica que utiliza Elogio de la Pérdida y otras presentaciones parece funcionar desacralizando las presentaciones de libros…
Es que la presentación de un libro tiene algo de ritual, de bautismo, y como todo ritual, tiene algo de “sagrado”. Nadie cree en lo que se dice en una presentación, como nadie cree que lo que sucede en un ritual sea “real”, pero en ambos casos se hace “como si” y ese “como si” tiene efectos concretos. Por eso me interesaba desacralizar, “profanar”, lo que las presentaciones de libros tienen de ritual y de sagrado a través de la ficción.

¿Te imaginás un mundo sin presentaciones de libros?
Sí. No sé si siempre se presentaron los libros y si siempre se seguirán presentando. Lo importante del libro es el texto, todo el resto es prescindible. Igual creo que no sería un mundo en el que me gustase habitar.

Nota original: http://www.indiehoy.com/libros/elogio-la-perdida-otras-presentaciones-ariel-idez/

Cómo presentarse en sociedad │ Solo Tempestad

por Matías Pailos en Solo Tempestad │ 2016

La presentación (pública y oral) de un libro es un monstruo de varias cabezas, un Frankenstein discursivo: un poco performance, un poco reseña, dos pocos panfleto, una pizca de ensayo. Anécdotas con el autor: a gusto. Esa naturaleza híbrida favorece a quienes, como en las artes marciales mixtas, manejan más de una técnica de combate. El presentador debe ser capaz de entretener al público, pero sin dejar de vender el libro; debe promocionar el producto, pero sin espoilear su contenido; debe abstenerse de escupirle el asado al lector, pero a la vez debe darle una idea cabal del engendro que mora al final del laberinto. Finalmente, por si fuera poco, debe dar cuenta del libro sin renunciar a la originalidad interpretativa.

Sí, todo muy difícil.

Los múltiples fines a los que una presentación debe atender, entonces, parecen exigir el dominio de un lenguaje rico en más de una moneda. Eso favorece el empleo de un léxico plagado de giros coloquiales, aún más orientado a la respuesta del público que, pongamos, una reseña. Pero como el público de las presentaciones, en la abrumadora mayoría de los casos, son tan roedores de bibliotecas (virtuales o de carne y hueso) como el autor, tampoco es aconsejable limitarse al vocabulario de vestuario. En síntesis: las destrezas técnicas que el oficio requiere parecen calzarle a medida al estilo Idez de rapeado teórico, payada intelectual y chistes lingüísticos (¿no lo son todos?). Un estilo forjado al calor del reverdecer editorial, en su variante independiente, de la segunda mitad del kirchnerato, cuando las presentaciones de libros nuevos (de editoriales novísimas) eran el pan nuestro de cada día, e Idez subía más de una vez al mes a la tarima (al menos simbólica) de lugares como el viejo Matienzo, casa Brandon o el bar Varela Varelita, a dar cuenta de novelas, libros de cuentos, de poesía, ensayos y hasta alguna que otra obra de teatro, a tratar de encandilar a potenciales lectores con las luces presuntas del libro que la ocasión pintara calvamente entre manos.

“Elogio de la pérdida”, el nuevo libro de Idez, tiene su origen ahí. Cuando, como el presentador y narrador y protagonista de todos los relatos y entradas y presentaciones del libro, intentaba escribir una obra propia, pero solo le salían las presentaciones de libros ajenos a las que se había comprometido.

Como toda obra que valga la pena, el libro es muchas cosas. Entre otras, una colección de libros y autores imaginarios. Algunos, incluso más interesantes que sus obras. En particular, José María Velazco, el poeta paracaidista (tanto en la vida como en la literatura), un nadador de nubes, suerte de Viel Temperley de las alturas, y Martino Quintana, el megaempresario para el que el dinero, las personas y el poder no son un problema. Pero antes que eso, el libro de Idez es un compendio de libros inventados que, estimo, al autor le gustaría leer. O, al menos (porque a veces la vanguardia gusta más como pastillas glosarias que como banquetes eternos), que le gustaría que existieran. “Poemas argentinos”, el primer cuento –al menos si así etiquetamos la ficción de corta extensión-, muestra un nuevo libro de poesía argentina de los noventa, solo que escrita por un profesor universitario chino de estos tiempos que trabaja en un súper (chino) del Bajo Belgrano, adonde llega expulsado por el régimen maoísta, post-maoista o cual fuere que sea la relación que el actual sistema gubernamental chino mantenga con el mantra devenido líder político del siglo XX, Mao Tse-Tung. “Poemas argentinos” es también la primera oportunidad para que Idez, narrador, ensayista y periodista cultural, se foguee (al refugio de un libro de ficción) en una pasión secreta: la poesía.

“Los argentinos / hacen fila / en la calle /a la puerta / de los bancos / la parada de los buses / al pie de las instituciones / públicas / las plazas los negocios / las universidades”.

Los de Leslie Ho, el autor postulado de “Poemas argentinos”, no son los únicos versos que habitan “Elogio de la pérdida”. Idez agrega otros en “Caída libre”, del ya mencionado Mayor Velazco, y otros más que aparecen en “Taller literario” (sobre el que volveré). El cuento arranca con una pregunta: “¿Cómo reconocer a un poeta?”. Idez apunta a su autor ficticio de otras latitudes, pero la pregunta termina señalándolo. El agregado de la traducción en chino (en alguna de sus variedades) de los poemas de Leslie Ho es la frutilla del postre de la entrada que abre el libro. “Elogio de la pérdida (y otras presentaciones)” (editado -me olvidaba- por Interzona) está plagado de este tipo de aciertos, pequeñas gemas de ingenio de vanguardia, de chistes para entendidos.

“Ibuk”, “Propiedad horizontal/Acecho”, “Covers”, “Manifiesto Inutilista” y “Taller literario, volumen 22” son los mejores libros imaginarios (y entradas de este blog de papel que es el libro de Idez) presentados por nuestro narrador sin nombre. “Ibuk” es un libro virtual que en algún momento se borra mientras se lo lee (¿qué pasa si volvemos atrás?), como la realidad de los protagonistas de “Ubik”, la novela de Philip Dick. Cada capítulo, de hecho, acuna un dispositivo imposible de activar en forma analógica: una carta en letra manuscrita que sigue los devenires de una escritura dubitativa y errática, “con tachaduras, rodeos y hasta páginas arrancadas incluidas”, o el del capítulo llamado “Tren mesopotámico”, “en el que las palabras aparecen y desaparecen según el ritmo de marcha del “tren del relato”, si se me permite el juego de palabras”. “Propiedad Horizontal/Acecho” son dos libros en uno. En el primero, Idez imagina una serie de relatos “independientes pero sutilmente conectados por la unidad de lugar y por la inminente reunión de consorcio para la que todos operan y conspiran (…), y que ya desde su nombre es un digno tributo a las mejores ficciones de Hebe Uhart”. Idez no se priva de construir su propia tradición, de fijar un patrón de lectura, un horizonte de referencias en el que aspira a ser leído. “Acecho” le da a Idez la oportunidad de bautizar una literatura inexistente con un nuevo chiste. “Luro [el autor del libro presentado] inaugura con este libro un nuevo género que me atrevo a bautizar como Spy-Fi”. La presentación de “Covers” arranca casi con una rendición incondicional: “Está todo inventado”. Acto seguido, Idez inventa nuevos modos de apropiarse de todo lo inventado. Destacan (la idea de) el cover de “La larga risa de todos estos años”, de Fogwill, que consiste en una transcripción literal del cuento, salvo por algunos cambios nada menores: la fecha, el sexo de los personajes, el arte marcial elegido. La presentación cierra con una mención al “cover de ‘Pierre Menard, autor del Quijote”, reproducido sin cambiar ni un punto ni una coma”. Hola, Kodama. Te estamos llamando. En el “Manifiesto Inutilista” se lidia con un subgénero inusual: el manifiesto. Hay muchas formas de hacer literatura, y cualquier discurso que circule va a parar al asador literario de Idez. El libro de ideas despierta en el autor el gusto por las paradojas: “yo me considero un presentador con oficio, con trayectoria (…), en pocas palabras, un ‘experto’. Entonces, digo, ¿cómo puede ser que justo yo esté presentando el ‘Manifiesto Inutilista’”. Acá hay también una nueva incursión en los discursos del mundo del arte: de artistas, de críticos, de coleccionistas y especialistas, que Idez ya había frecuentado en “Carne”, un cuento de su primer libro. La presentación cierra con una pregunta inquietante, “que este manifiesto nos lanza a la cara: ¿merece este mundo ser salvado?”

Mención aparte, como se dice, merece (como se dice) “Por izquierda”. El autor imaginario del libro en cuestión es un tal Ariel Idez. (¿Se puede ser real e imaginario a la vez?) “Por izquierda” se viste de una fiel emulación de su original, un cuaderno Rivadavia verde escrito íntegramente con la mano izquierda por un Idez diestro. Idez x Idez: “Tomando como referencia la obra de Aarón Medina, podríamos decir que Idez escribió más que un cover: en tanto mixturó a Levrero y Sánchez, produjo un mashup de ambos autores”. Es interesante ver cómo el autor describe su propio estilo. El párrafo apunta al libro presentado, pero se aplica fácilmente al resto de su obra (dos libros de relatos más tradicionales y una novela): “Idez ensaya todos los trucos y retruécanos, empezando por no privarse de ningún chiste en referencia a la tan mentada ‘literatura de izquierda’, siguiendo por ‘pases de manos’ en los que aparece la derecha como ‘invitada especial’, como cuando escribe ‘derecha’ con dicha mano y nosotros podemos apreciar en esta edición la diferencia, produciendo un inquietante vínculo entre significado, significante y materia”. Como el Casas ensayista, Idez es una fuente continua de satoris vestidos de frases ingeniosas.

Un último comentario antes del final. El libro abre con un prólogo –es decir, con una presentación- que contiene, también, una teoría de las presentaciones. De todas ellas. En tanto una reseña funge en parte como presentación de un libro, Idez le marca la cancha a sus reseñistas, dictando el modo en que debe ser leído.

“Elogio de la pérdida y otras presentaciones” es un libro breve, que se engancha en la tradición de vidas (y libros) imaginarios que nace con Marcel Schwob (o Plutarco), y marca mojones de tinta con Borges y el Bolaño de “La literatura nazi en América”. También podemos pensar en las “Vidas breves de idiotas”, de Cavazzoni, e incluso “Las redes invisibles”, de Sebastián Robles, relativamente recién salido del horno, contraparte cyborg y virtual de “Elogio de la pérdida”, analógica y humanista. El libro de Idez está a la altura de sus antecesores, y le da al rulo enrulado una coloración nueva, propia de estos tiempos. Pero también es una contradicción ambulante, porque desafía la afirmación ya citada, el eslogan shakesperiano de su presetador, que afirma que ya está todo inventado. Lo nuevo, en literatura, surge de lugares impensados. No es necesario que la revolución venga del escorzo tecnológico, como la imaginada en “Ibuk”. La realidad es siempre nueva; el mapa discursivo, también. ¿Hace cuánto que se presentan libros? No hace tan poco. La práctica estaba ahí, a la mano, para ser explotada por cualquiera que prestara atención. Pero para ver cartas robadas se necesita un Dupin. Y para escribir sobre ellas, un Poe. En este libro, Idez se viste de autor y personaje, y mata dos pájaros de un tiro.

Título: Elogio de la pérdida y otras presentaciones

Autor: Airel Idez

Editorial: Interzona (2016)

Género: Narrativa

Nota original: http://www.solotempestad.com/idezxpailos/

Ecos borgeanos │ Eterna Cadencia

¿Para qué escribir libros si podemos imaginarlos? Bajo esa premisa, Ariel Idez le dio forma a Elogio de la pérdida y otras presentaciones (Interzona): presentaciones de once libros de existencia improbable. “Ese juego del apócrifo, ese cóctel entre realidad y ficción que te pone en un lugar de duda. Esa incertidumbre es saludable”.

por Ivana Romero en Eterna Cadencia │ Octubre del 2016

¿Para qué escribir libros si podemos imaginarlos?  Bajo esa idea, Ariel Idez le dio forma a Elogio de la pérdida y otras presentaciones. Editado por Interzona, este trabajo contiene –justamente– presentaciones de once libros de existencia improbable. El lector encontrará aquí referencias a los poemas argentinos de un chino que atiende un supermercado, las reescrituras casi imperceptibles que un autor bautiza como “covers”, el análisis entusiasta de un fatigoso volumen que incluye los cuentos de un taller literario, o un manifiesto que lleva al extremo la idea del arte como inutilidad. Como en toda ficción, se adivinan rastros de escritores reales, huellas de textos existentes. Pero las coordenadas están desplazadas, de modo que lo mejor es perderse. Aunque sea inevitable estar un poco alerta.

“La idea surgió luego de pasarme un año presentando varios libros de otros escritores. Es una tarea que me gustó. Al mismo tiempo me di cuenta de que, en cierto aspecto, las presentaciones tienen una gramática propia con algunas reglas básicas. Por ejemplo, tienen que ser textos breves y potentes dirigidos en general a un público congregado en torno al autor por afecto. Está claro que vas a hablar bien del libro porque si no ¿para qué aceptar una presentación? Pero eso implica también contar de qué trata el libro, cómo surgió, de qué materiales está hecho”, cuenta Idez.

 

Al escucharte decir eso y evocar el título del libro, se nos aparece el señor Borges sentado en la mesa de este mismo bar. 

–Sí, Borges es toda una referencia al momento de trabajar con citas reales y otras que no lo son. Quizás por eso el título del libro tiene ecos borgeanos. Me gusta mucho ese lugar que él le propone al lector, ese juego del apócrifo, ese cóctel entre realidad y ficción que te pone en un lugar de duda. Esa incertidumbre es saludable.

Si hablamos de incertidumbre, pienso en un libro de tu volumen, Poemas argentinos, de Leslie Ho, un profesor venido de China, obligado a abandonar su país y que aquí trabaja todo el día en un supermercado.

–China es una otredad cultural. La mayoría de los chinos que abren supermercados no nacieron acá y tenían una vida sobre la que nada sabemos. ¿No te pasó alguna vez de ver a un cajero chateando con familiares que están muy lejos? Es como si vivieran acá entre paréntesis. A veces los ves afincados, pero otras veces parecen en transición.

En ese texto, incluís a Miguel Ángel Petrecca, quien efectivamente es un estudioso de la cultura china en general y de la literatura en particular. Incluso citás Un país mental, esa maravillosa antología de poetas chinos que él editó.

–Sí, Miguel es buenísimo haciendo su trabajo de estudio y le pedí permiso para incluirlo como personaje. ¿Ves? Él existe y me encantó imaginarlo fascinado con un chino renuente a mostrar sus poemas, donde cuenta cómo nos ve a nosotros. Entonces escribe cosas como “Los argentinos/ hacen fila/ en la calle/ a la puerta /de los bancos/ la parada de los buses/ al pie de las instituciones públicas/ las plazas los negocios/ las universidades”. Miguel se fascina y quiere que publique a toda costa. Y el chino lo mira con desconfianza desde el fondo del supermercado Felicidad, en San Telmo, donde pasa todos los días de toda su vida vendiendo fiambre. No entiende por qué sus poemas deberían ser publicados. Así que llegar a la presentación de ese libro fue casi un milagro.

¿Qué es lo que te interesa de las presentaciones?

–Son como un ritual laico, una puerta de acceso para que alguien se convierta en escritor. O sea, te convertís en escritor cuando alguien, un anciano de la tribu, presenta tu libro. Eso de algún modo te legitima, te pone en circulación. Las presentaciones tienen una serie de convenciones que casi las transforman en un género en sí mismo. Pero a la vez, admiten todo tipo de desplazamientos. Al escribir presentaciones de otros libros, me di cuenta de que se podía tensar el procedimiento. Busqué personajes y libros inventados y a partir de ahí me puse a ver hasta dónde me llevaba cada uno.

¿El sentido del humor es un recurso deliberado?

–No pienso en escribir textos humorísticos. Pero el sentido del humor forma parte de mi manera de ser y eso se filtra en la escritura. El humor, si aparece dosificado, genera un equilibrio en relación con cierta solemnidad que a veces rodea una presentación. En el libro aparecen escritores que trabajan en esa zona donde lo cotidiano puede devenir extraño, hilarante o humorístico, según el caso. Me refiero a Macedonio Fernández y Mario Levrero o también, César Aira.

¿Y Néstor Sánchez?

–Lo descubrí por medio de un escritor conocido mío, que estaba leyendo La condición efímera, un libro de cuentos. Así me puse a investigar toda su obra. Quizás tampoco sea casual que Osvaldo Baigorria, autor de la biografía Sobre Sánchez, escriba la contratapa de Elogio de la pérdida. La historia de Sánchez es buenísima: lo dieron por muerto en el ochenta, le hicieron un homenaje y él en realidad se había convertido en un homeless en Estados Unidos. A fines de esa década volvió al país y falleció acá en 2003. En La condición efímera, hay un texto, “Diario de Manhattan”, donde se propone hacer todo con la mano izquierda; incluso, escribir. A la vez, hay una novela curiosa de Levrero, El discurso vacío, que también es una suerte de diario. Ahí plantea que si la grafología permite diagnosticar las enfermedades a través de la letra manuscrita, él va a hacer al revés: mejorar su caligrafía para optimizar su salud.

Uno de los textos del libro se llama justamente “Por izquierda” y está escrito por un tal Idez, que también se propone escribir como en esos diarios. Y el presentador dice que si hubiese que resumir ese libro en una ecuación literaria, diríamos “Levrero más Sánchez igual a Idez”.

–Bueno, esa ecuación es un poco exagerada. Y es algo que dice el presentador… Habría que preguntarle a él.

Nota original: https://www.eternacadencia.com.ar/blog/contenidos-originales/entrevistas/item/un-coctel-entre-realidad-y-ficcion.html

Todo el ganado perdido │ Cosas que pasan

por Fernando Berton en Cosas que pasan │ Febrero del 2016

Un gran recurso del ensayista -y del contador de cuentos- es decir, para introducir el tema, “cuando venía para acá se me ocurrió que….”, o bien, “ya lo dijo antes -y mejor- tal o cual…”. Y una tercera, no menos importante, es la ocupatio, -que no es un invasor de patios- que consiste en decir “yo no les voy a contar la historia de…”, o bien “yo no soy quien para opinar sobre este tema, pero…” y después uno se despacha con cantidad de cosas sobre lo que no iba a decir o no tenía altura para opinar sobre.

En esta ocasión, intentaré un recurso híbrido. Porque el texto que da título al libro de Idez lo leí esta mañana, pero mentiría si dijera que venía para acá, pues iba a trabajar. Es decir, no venía, iba. Y sería una flagrante contradicción decir “cuando iba para acá”.

Entonces, para ser franco, diré que “esta mañana, cuando iba en el colectivo”, que se ajusta más a la realidad. Y tomé el colectivo en vez del tren por la lluvia. Aunque el colectivo tarda más, es decir, se pierde más tiempo así, porque terminé llegando tarde al trabajo. (1)

Bueno, resulta que leí el ensayo que da título al libro (¡ah! ¿ya lo dije?), y aquí el lector desprevenido dirá “pero, ¿es una presentación o un ensayo?”; a lo que se le puede responder que bien se puede hacer una presentación con un ensayo. ¿O no, Yoko?, diría Lennon.

Yendo al punto: Elogio de la pérdida es un libro que presenta libros inexistentes. O de existencia dudosa o improbable. Y es muy recomendable. El libro, claro, no vaya el lector desprevenido a creer que uno le recomienda ser dudoso. O improbable.

Y así como hay una presentación que alude a la alegoría de la caverna platónica (“Poemas argentinos”, Leslie Ho), y otra que es un meta cuento (“Propiedad horizontal/Acecho”, Mariano Luro), nos econtramos con un ensayo genial (“Elogio de la pérdida”, Miguel Sileiro) sobre el mundo consumista, machista y fálico que nos toca vivir.

Aquí el presentador nos cuenta cómo Sileiro va construyendo su teoría sobre el concepto de “perdida”, que puede llegar a asociarse al inefable terror a la castración; mientras que una cultura como la Hopi (un matriarcado) entiende que en el dejar ir, se gana mucho más.

De esto deduce Sileiro que, si viviésemos en el seno de una sociedad matriarcal, la pérdida no tendría el acento dramático que le imprimimos actualmente, ya que la mujer sufre “pérdidas” regularmente y de hecho debe “perder” al hijo que lleva en su vientre para darlo al mundo (…) por tanto incorpora simbólicamente la pérdida como parte de un ciclo en el que esta se alterna con la ganancia complementariamente. (Pág. 48)

En suma, “Elogio de la pérdida” (el ensayo) es tan recomendable como Elogio de la pérdida (el libro), porque con una mirada fresca, un humor agudo no exento de crítica social -disfrazada de crítica literaria- nos lleva por el difícil camino de la imaginación, que en estos tiempos que corren no es nada poco.

Nota original: https://cosasquepasan-feber.blogspot.com/2016/11/todo-el-ganado-perdido.html
(1) Ahora bien, cuando uno llega tarde al trabajo, el tiempo que se “pierde”, ¿quién lo pierde? El empleador, sin duda, que está pagando por la presencia del empleado. Y que no cobrará el presentismo, claro, por una simple cuestión nominal.
Pero desde el punto de vista del empleado, que ha llegado tarde por tomar el colectivo, ha “ganado” tiempo de lectura, ha crecido en su capacidad de analizar la realidad que le toca vivir gracias a este excelente ensayo. Y esta nota esta aquí a propósito, para lograr -o pretender lograr- la tan ansiada relación contenido/forma, a la que alude el texto aludido.

Ariel Idez: “Tal vez al presentarlo, el libro ya no esté ahí” │ Revista Paco

Las presentaciones de libros son eventos de socialización de la escritura y una demanda o pedido del amor último que se profesa cuando uno lee. Por todo esto, suelen ser redundantes, cuando no directamente estridentes, y generan hoy mucho rechazo y también mucha adhesión. Como en cualquier evento social las presentaciones de libros tienen un fino rasgo siniestro si se lo sabe buscar. En Elogio de la pérdida (y otras presentaciones), editado ahora por Interzona, Ariel Idez convierte esa incomodidad, esos restos de vida mundana, en historias llenas de ironía, y nos ofrece compilado en un libro eso que escuchamos cuando vamos a una presentación, y también su parodia. El narrador será, entonces, el mismo presentadora imposibilitado de hacer otra cosa que no sea presentar y el libro nos recuerda a otros experimentos de invocación barroca como los prólogos de Borges -y su Almotásim-, las reseñas de libros que no existen de Lem, Las ciudades invisibles de Calvino y el reciente y a la vez espeluznate y genial Las redes invisibles de Sebastián Robles. Pliegue sobre pliegue, entre lo apócrifo y lo real amenazante, Elogio de la pérdida (y otras presentaciones) se detiene en nuestras prácticas literarias actuales, no como un manual de excesos, voluptuosidad y pifies, aunque a veces lo parezca, sino como una ligera obra de varieté inteligente, espejo final en el que alguno o todos los personajes grotescos nos recuerdan a nosotros mismos y a los que nos rodean.

por Juan Terranova en Revista Paco │ Noviembre de 2016

Sé que te tocó presentar libros alguna vez. ¿Cuánto de vos hay en el presentador/narrador del libro?

Sí, presenté unos cuantos libros. De hecho escribí gran parte del libro tras un año (el 2011) en el que presenté muchos y creí haber pescado ciertas reglas del género, una gramática que pensé que podría aplicar a la ficción. De todas formas traté de convertir al presentador en un personaje autónomo, con su propia personalidad, capaz de hacer y decir cosas que yo no haría ni diría. Por eso, lo puse a presentar un libro mío, para tratar de romper esa identificación entre el presentador y el autor del libro. Otra cosa curiosa es que después de escribir el libro fui presentando cada vez menos, (el año pasado presenté un libro, este año, ninguno), como si la escritura del libro me hubiese liberado de esa función.

¿Cuál fue la mejor presentación a la que fuiste? ¿Cuál fue la peor?

El día que presenté mi libro sobre la revista Literal en la Fundación Descartes, me lo presentaban Osvaldo Baigorria, Germán García y Ricardo Strafacce. El auditorio estaba repleto, los presentadores geniales, venía todo muy bien, hasta que llegamos al momento de las preguntas y descubrí que entre el público esperaba, agazapado, Luis Thonis (que había formado parte de la revista) para cobrarse cuentas del pasado. Empezaron a discutir con Germán García y pasaron cinco minutos, diez, veinte (en mi cabeza muchos más). “Chau, la presentación se fue al carajó”, pensé en ese momento; y puede que así fuera, porque se hablaba de cualquier cosa menos del libro. La intervención salvaje de Thonis llevó las cosas, literalmente a otro lado. En el momento pensé que era un desastre (y puede que lo haya sido) pero hoy recuerdo el episodio como uno de esos acontecimientos irrepetibles. Esa fue, al mismo tiempo, la mejor y la peor presentación a la que fui. La relación entre el género “presentación” y el título del libro da para muchas especulaciones.

¿Puede leerse como una ironía que señala que todo momento social es un momento perdido para la lectura?

No lo había pensado de esa manera, pero puede que así sea. Por otra parte, creo que las presentaciones son, entre otras cosas, una escenificación de la lectura. El anhelo de todo escritor es ser leído y el presentador ocupa el lugar del “primer lector”. Creo que ahí también radica la importancia de las presentaciones: si acordamos en que un libro existe no sólo porque se materializa sino porque alguien lo lee, el presentador, con su lectura primera y ritual, prueba la existencia del libro. Por otra parte, la del presentador es una lectura “ideal”, una lectura soñada por el autor (en el sentido en que es una lectura que ensalza las virtudes y omite los defectos). Por eso me parece que la presentación está encabalgada entre el último acto de ensoñación del autor (escribir un libro, que alguien lo lea y que le guste) y el primero real (el libro existe y alguien ya lo leyó). Además, se supone que el presentador debería contagiar ese entusiasmo en el público para que no sólo adquiera el libro (algo muy probable si acudió a la presentación) sino que además lo lea. Por eso creo que se pueden trazar varios vínculos entre lectura y presentaciones.

Elogio de la pérdida ya no puede ser presentado porque de alguna manera ya está siendo presentado en el mismo libro. Pero al mismo tiempo siento que, después de leerlo, ya no es posible hacer presentaciones de libros de ningún tipo. ¿Cómo sería la presentación correcta del libro que ironiza las presentaciones?

Se me ocurre que no hay modo de presentar “correctamente” este libro. Aún así, lo presentamos. Tal vez sea como esa anécdota de Blanchot, que no festejaba sus cumpleaños, pero sus amigos se reunían igual, sin él, para homenajearlo: es el poder del ritual. Tal vez al presentarlo, el libro ya no esté ahí; haya logrado ausentarse. De todos modos, en un plano mucho más mundano, aclaro que me gustan las presentaciones: me gusta presentar y ser presentado. Me gustan tanto que escribí un libro sobre el tema. En general escribo a partir de cosas que me gustan, sucede que al abordarlas las llevo a un punto de extenuación, las agoto, no tengo muy claro por qué; tal vez sea para obligarme a hacer otra cosa después, para no gestarme una fórmula que pueda volver a usar en otro libro (pero esto es una conjetura, apenas).

Nota original: https://revistapaco.com/2016/11/02/ariel-idez-tal-vez-al-presentarlo-el-libro-ya-no-este-ahi/

Vidas ajenas │ Suplemento Cultural del diario Perfil

Desde Schwob hasta Wilcock, pasando por Borges y Reyes, el arte de contar vidas imaginarias o reales ha sido uno de los arcones más ricos para la literatura de testimonio, una tradición que perdura y se reinventa. Opinan Chitarroni, Strafacce, Idez y Ríos, entre otros.

por Gonzalo León en Suplemento Cultural del diario Perfil │ 2016

Si bien se han escrito biografías desde la Antigüedad, teniendo como emblemas a los griegos Plutarco y Diógenes Laercio, recién la palabra se registró por primera vez en un diccionario en el siglo XVIII. A fines del siglo anterior, el inglés John Aubrey escribió Vidas breves, un texto importante dentro de la tradición biográfica, ya que, como plantea el escritor español Cristian Crusat (1983) en Vidas de vidas: una historia no académica de la biografía, a diferencia de las biografías de los griegos, las breves vidas de Francis Bacon, René Descartes, Thomas Hobbes, John Milton y William Shakespeare, entre muchos otras, carecían de un esquema definido y de un propósito formativo, ya que omitían “cualquier referencia al pensamiento o a la obra del biografiado”. Estas vidas consistían en una acumulación de hechos disparatados y contingentes. Por ejemplo, del filósofo Thomas Hobbes se decía: “Además de su caminata diaria, jugaba tenis dos o tres veces al año (más o menos a los 75 años lo hacía); y luego se acostaba para que le dieran un masaje”.

Según Crusat, Aubrey abrió una senda que hizo cambiar la biografía, que se tradujo en un auge del género entre fines del siglo XVIII y finales del siglo XIX, distanciándose de la Historia y acercándose a un modo de hacer arte. Un siglo después de Aubrey apareció una biografía escrita por el escocés James Boswell que unió la biografía ética y la anecdótica y que trataba sobre el escritor y crítico inglés Samuel Johnson. En el prólogo de la edición de Acantilado de Vida, de Samuel Johnson, y que tan bien tradujo Miguel Martínez-Lage, Frank Brady explica que el siglo XVIII “tenía en mucha mayor estima la literatura real que la de ficción”, pero agrega un dato interesante: “Toda biografía seria antes de Boswell era ética; su modelo propuesto eran las Vidas de Plutarco, y su propósito no era otro que instruir y juzgar”. En el otro lado estaba la biografía anecdótica, que se remontaba a Jenofonte. Como bien escribió el propio Johnson, notable autor de biografías, como su célebre Vidas de poetas, “la tarea del biógrafo consiste a menudo en pasar de puntillas por encima de los actos e incidentes que dan lugar a una grandeza vulgar”; en particular la tarea de Boswell, según Borges, consistió en “mostrar manías, rasgos absurdos y hasta desagradables” y “al mismo tiempo, persuadirnos de que era un gran hombre, admirable y querible”, sin perder de vista además de que estábamos ante un objeto literario. La biografía como género literario, no como periodismo.

El auge de las biografías estuvo precedido, según Crusat, por “la emergencia de subgéneros tales como la novela negra, el relato exótico, el diario íntimo o, en especial, la revolucionaria plantilla autobiográfica que supuso la publicación de las Confessions (1770), de Jean-Jacques Rousseau”, eso sin incluir los libros de viajes y las novelas epistolares. Después de la de Johnson hubo otra biografía muy importante: la de Goethe, que escribió Johann Peter Eckermann y que Crusat no consigna en su ensayo. “Allá –dijo Borges a través de Bioy para referirse a Alemania–, Eckermann es sinónimo de Boswell. Para Nietzsche era el mejor libro de la literatura alemana. Bueno, quizá la literatura alemana sea tan abstracta, que éste sea el libro más concreto, en que se ve a dos hombres conversando: un encanto irresistible”. A Borges no le gustaba Conversaciones con Goethe, que en la edición de Acantilado fue traducida espléndidamente por Rosa Sala Rose, por considerarla una conversación entre dos tipos aburridos. En el Borges, de Bioy, hay mucha referencia al género de la biografía: al parecer, en la Argentina de Borges leer las casi dos mil páginas del Johnson era un desafío en el que muchos habían fracasado. Se puede decir que el Borges es una biografía de biografías; sin embargo, pese a su admiración por Boswell, la de Bioy terminó teniendo más el sello de Eckermann.
La tesis de Crusat es que Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, publicado en 1896, es un texto que opera como un eje entre las biografías que se venían haciendo durante todo el siglo XIX, “hasta más o menos el comienzo de la época victoriana, un momento de declive de la biografía”, y los textos biográficos que trabajarán con la ficción y que vendrán durante el siglo XX, como los de Alfonso Reyes, Borges, J.R. Wilcock, Roberto Bolaño, donde puede observarse una importante presencia argentina. La biografía cambia con Schwob porque el mundo se vuelve más conservador tanto editorialmente como en las costumbres: el carácter de la sociedad de Gran Bretaña se hace “adusto y respetable”, y las biografías de gran cantidad de páginas no eran quizá el camino más adecuado, porque la industria editorial estaba pasando por una crisis y era en los suplementos y revistas literarios donde los escritores se refugiaban. De este modo, tuvieron que adecuarse a un espacio menor, “favoreciendo el desarrollo de formas modernas de escritura, como el cuento de tradición maupassantiana”.

Desde España, Cristian Crusat se interroga cuál es la forma exacta de una vida y su respuesta es que son múltiples, pero la que le interesa es la “vida imaginaria”, “pues incide en los acontecimientos internos, oníricos e imaginarios de nuestra existencia, los cuales la enriquecen de forma extraordinaria, volviéndola única. Nuestra vida es sólo una de las vidas posibles que podríamos tener; lo que dejamos de hacer nos pertenece y constituye tanto como lo que hacemos efectivamente”. En este sentido, un buen cuento podría ser una buena biografía de un personaje, “reducida a sus elementos y episodios esenciales o definitorios”. Lo interesante es que la tradición schwobiana está muy presente en Hispanoamérica, primero a través de la reelaboración que hizo Borges con Historia universal de la infamia y después en una tradición que han cultivado, entre otros, Alfonso Reyes con Retratos reales e imaginarios, Falsificaciones, de Marco Denevi, J.R. Wilcock con La sinagoga de los iconoclastas, Roberto Bolaño con Literatura nazi en América, Luis Chitarroni con Siluetas. Pero la tradición biográfica no se detiene, continúa con Elogio de la pérdida y otras presentaciones, de Ariel Idez, que en unos meses publicará Interzona. Es decir: hay una tradición biográfica argentina importante de las “vidas imaginarias”. Por eso, Crusat afirma que “Schwob era francés de nacimiento, pero literariamente se naturalizó argentino hace mucho tiempo”. De hecho, Vidas imaginarias fue editado en Argentina en 1944 y desde ese momento no han parado las reediciones en distintos sellos, el último de ellos fue Godot el año pasado.

Pero también hay una tradición biográfica argentina propiamente tal, que sigue el modelo anglosajón. Es el caso de Ricardo Strafacce, autor de la voluminosa y exhaustiva biografía de Osvaldo Lamborghini, publicada en 2008 por Mansalva. Junto a Strafacce y su Lamborghini pueden nombrarse a Sylvia Saítta y El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt y a Eduardo Jozami y Rodolfo Walsh. La palabra y la acción. El resto de las biografías que hay sobre Cortázar o Macedonio Fernández, a juicio de este escritor, son “payasadas”. Cuenta que, pese a haber leído algunas biografías, como la de Richard Ellman sobre James Joyce o las Vidas ajenas, de León Edel, “aprendí a escribir el libro mientras escribía”. Quizá una de las pocas reglas que siguió fue hacer una biografía lo más completa que se pudiera, “respetando con escrupulosidad la cronología y además tratar que mi admiración por esa escritura [la de Lamborghini] no me llevara a charlatanear de más”.
A diferencia de Strafacce, Luis Chitarroni, escritor y editor de La Bestia Equilátera, es un omnívoro lector de biografías: “La de Painter de Proust, pero también la de Carter; la de Victoria Glendinning de Trollope; la de Ellman de Joyce; la de Wittgenstein de Ray Monk”. Y eso pese a que muchas veces no da con biografías de los sujetos de los que querría saberlo todo: “Chateaubriand, por ejemplo, si bien Painter escribió sobre él… nunca pude conseguirla”. Pero sin dudas su libro biográfico favorito es el Milton de Pattison para los English Men of Letters. En la Argentina concuerda con Strafacce en que hay pocas biografías de escritores: la gran mayoría son “monografías”, sin embargo para él “Borges incursiona en el género de esa manera rara, que poco tiene que ver con las biografías infames, en su Evaristo Carriego, tan remolón e indestructible. Y, claro, ahora está el fabuloso Lamborghini de Strafacce. Y, pronto, el Salas Subirat de Lucas Petersen”.

En relación con la tradición de “vidas imaginarias” hay, según Chitarroni, “ya muchos libros”, quizá por eso le interesa más el Borges, de Bioy, no sólo como biografía, sino como “un monstruo angélico”, que se alinea cartográficamente con el Bomarzo, una de las mejores, sino la mejor novela de Manuel Mujica Lainez, que trata de un noble italiano del Renacimiento. Es tanto lo que le cautiva el Borges que está terminando un ensayo literario sobre él, “para los que no aceptan que los amigos hablen mal de los amigos, para los que niegan esa propiedad de comidilla”. Para Chitarroni, tanto la línea de la biografía exhaustiva y documentada como la de “vidas imaginarias” pueden emparentarse con la tradición biográfica italiana: Alberto Savinio (hermano de Giorgio de Chirico), Eugenio Baroncelli (del que la editorial española Periférica acaba de publicar Doscientas sesenta y siete vidas en dos o tres gestos) y Fleur Jaggy, traductora de Marcel Schwob y quien, pese a ser suiza, “podemos incorporar a la literatura italiana, ¿no?”.

Ariel Idez es otro escritor que ha incursionado en este género. Hace dos años publicó La última de César Aira y en pocos meses publicará Elogio de la pérdida y otras presentaciones, que se inscribe en la tradición bibliográfica empezada por Alfonso Reyes en Retratos reales e imaginarios, en la que, como dice Cristian Crusat, “predomina el análisis de la obra sobre el aspecto biográfico del autor”; de hecho, el libro de Idez consiste en presentaciones de libros inexistentes, sin embargo el autor asegura no haber leído el libro de Reyes: “A Schwob llegué como todos, a través de Borges, que lo convierte muy borgeanamente en su precursor. Para mí, Schwob funda un género que yo llamaría como a su libro, el de las ‘vidas imaginarias’”. Esa es una tradición que tiene muy clara, pero la biografía como tal, para él, es otro género y por tanto otra tradición: “Hay que ser muy despistado para leer los libros de ‘vidas imaginarias’ como reales, porque son deliberadamente exagerados (y no pocas veces fantásticos), pero por ahí su verosimilitud derive del pacto de lectura de la biografía”. Este género le parece, tal como a Strafacce y a Chitarroni, muy poco visitado en la literatura argentina, pero en medio de la escasez de las biografías no puede dejar de mencionar Sobre Sánchez, de Osvaldo Baigorria, que es algo que va más allá de una simple biografía, ya que “cruza y hace dialogar diferentes géneros, como la autobiografía, el ensayo y entre ellos la biografía”.

El hecho de que en mayo en Chile se realicen las jornadas “Vidas ajenas: perfiles, retratos y biografías latinoamericanas” demuestra el auge del género biográfico. Lorena Amaro, académica de la Pontificia Universidad Católica de Chile y una de las organizadoras de las jornadas, dice que en el ensayo El arte de la biografía, Virginia Woolf vaticinaba que la biografía en el futuro aumentaría sus perspectivas “colgando espejos en rincones extraños”. Y lo decía cuando ya se habían escrito varias obras que revolucionaron el género, partiendo de Schwob y siguiendo con Reyes y Borges. Amaro cree que la tradición tanto de las “vidas imaginarias” como de la biográfica propiamente tal aunque en pequeño formato se han asentado en el continente, pero especialmente en Argentina, gracias a textos como El affaire Skeffington, de María Moreno, Librería argentina, de Héctor Libertella, Mis escritores muertos, de Daniel Guebel, a los que se podrían agregar Vidas epifánicas, de Gustavo Alvarez Núñez, Vidas breves, de Fabián Soberón, y la novela de Idez. De este modo, “la biografía comienza a dejar de ser un género ancilar, menor, despreciado por la literatura, o dúctil y servil a los propósitos de los historiadores. Y la crítica también comienza a colgar espejos en los rincones ignorados de la casa”.

 

Los presidentes también las leen

No es raro que mandatarios y políticos en general sean lectores de biografías, tal vez porque a diferencia de la Antigüedad, donde estaban vinculadas a la historia, como las vidas de conquistadores y sabios, hoy pese a estar vinculadas a la coyuntura los resabios quedan, y muchos políticos-lectores quieren verse parte de la Historia.
En plena campaña, Mauricio Macri, a quien Beatriz Sarlo este año catalogó en una columna en este mismo diario como “lector de biografías”, dijo que le había gustado mucho La sonrisa de Mandela, una compacta pero rotunda biografía del inglés John Carlin sobre el emblemático líder de la izquierda sudafricana y víctima del Apartheid, Nelson Mandela, que estuvo muchos años en prisión. En esa época nadie se imaginaba que llegaría a dirigir los destinos de su país, pero cuando llegó, como cuenta Carlin, “no ignoraba que su talento se dirigía menos al gobierno del día a día y más a la consolidación simbólica de la recién hallada unidad de su país”. Es inevitable recordar aquí la pregonada unidad de todos los argentinos, uno de los tres ejes del actual gobierno.
Pero hay más casos. Bill Clinton, ex presidente de Estados Unidos, era un lector de las Meditaciones de Marco Aurelio, Juan Domingo Perón prefería textos más clásicos, como las Vidas, de Plutarco. Y la ex presidenta Cristina Fernández, motivada por esta fiebre de biografías, le regaló hace dos años a la mandataria chilena, Michelle Bachelet, Fuerza propia. La Cámpora por dentro, de Sandra Russo, una especie de biografía de la agrupación kirchnerista.

Nota original: http://www.perfil.com/noticias/cultura/vidas-ajenas-20160327-0044.phtml

El arte de la presentación │ La Primera Piedra

“Elogio de la pérdida” (Interzona, 2016) de Ariel Idez muestra como muy pocos libros la amplitud que puede tomar la literatura en la creación de metatextos. Haciendo foco en un género tan particular como los textos que se preparan para las presentaciones de las obras, el autor muestra su versatilidad, humor e ingenio como una puerta a la lectura tanto de su obra como la de otros escritores.

por Gustavo Yuste en La primera piedra │ Septiembre de 2017

La literatura, como cierta clase de hongos, tiene la capacidad de crecer y reproducir a su alrededor pequeños formatos que van rodeando al original. En ese sentido, las presentaciones de los libros son el hábitat natural para que crezcan metatextos que van formando un anillo alrededor de la obra principal, y Elogio de la pérdida (Interzona, 2017) de Ariel Idez da cuenta de la riqueza que un género tan particular puede tener, al agrupar 11 textos ideados para dichos eventos.

Haciendo honor a la temática del libro, Elogio de la pérdida cuenta con una presentación escrita por el propio Idez, donde ya se puede adivinar la flexibilidad y la riqueza de recursos de la que se sirve el autor a la hora de encarar lo que para muchos puede ser algo ligero o pasajero como un texto realizado para introducir un nuevo libro. Cabe destacar, a esta altura, que hay una serie de reglas dentro de este metagénero como, la más obvio, no spoilerar nada.

Idez se anima a dar su propia definición de las presentaciones de libros: “Textos breves y potentes, escritos al calor de la urgencia que nacían, como un coleóptero, para vivir un día de esplendor y después desaparecer consumidos en las llamas de la utilidad”. Sin embargo, al igual que un coleóptero o una mariposa, la corta vida útil de estos escritos no los exime de estar llenos de extravagancias y particularidades que los hacen únicos, algo que se puede ver a lo largo de todo el libro.

Por último, cabe destacar que no solo la propuesta de editar un libro sobre presentaciones de otros libros es novedosa, sino que cada uno de los once títulos que aparecen presentados en Elogio de la pérdida, entre los que se incluye uno del propio Idez, son también una apuesta que va más allá del típico lomo que cubre una cierta cantidad de hojas. Lo que es difícil de determinar es si esa riqueza aparente que tienen los libros presentados son por fuerza propia o por el talento de Idez para este metagénero. En definitiva, habrá que hacer la prueba y ese, tal vez, es el mayor aporte de este libro: una lectura que abre la puerta decenas de lecturas más.

Nota original: https://www.laprimerapiedra.com.ar/2017/09/resenas-caprichosas-elogio-la-perdida-ariel-idez-arte-la-presentacion/

Un aplauso para el presentador │ Tiempo Argentino

“Elogio de la pérdida” es el nuevo libro del escritor argentino Ariel Idez. Una obra deliciosa que combina presentaciones imposibles de 11 obras improbables.

Por Nicolás G. Recoaro │ Tiempo Argentino │ 30 de Septiembre de 2016

Ya lo dijo Borges en un célebre epílogo, la presentación de un libro es siempre una ficción o un imposible. Requiere dosis parejas de maestría, destreza y una pizca de pericia para analizar una obra y a la vez darle la bienvenida, pero siempre cuidando no anticipar la trama a quienes todavía no la han leído.
En la presentación de su nuevo libro Elogio de la pérdida y otras presentaciones, publicado por interZona editora, el escritor y periodista argentino Ariel Idez plantea una de las reglas básicas de este género literario menor, muchas veces ninguneado: “¡Muchachos, hay que hablar del libro! Sin espoilear, por supuesto, hay que contar de qué se trata, cómo surgió, de qué materiales está hecho”.
En lo que respecta a presentaciones de libros, Idez conoce el paño como pocos. Las fronteras del género, desde el under hasta el mainstream. En sus mejores épocas, llegó a presentar un libro por semana. Se sabe, en Buenos Aires florecen las editoriales independientes. Un día, algo cansado, decidió dejar de presentar libros de otros, con el propósito de escribir el suyo. Así nace esta obra.
El nuevo libro del autor de la novela La última de César Aira (2012) y de los cuentos de “No vas a ser astronauta” (2010) y “Luz y fuerza” (2014) es una suerte de antología engordada por presentaciones imposibles de 11 libros improbables. Desde los poemas argentinos de un poeta chino que se gana el pan atendiendo una fiambrería al fondo del supermercado “Felicidad” en el barrio de San Telmo, pasando por el manifiesto del Movimiento Internacional de Acción Inutilista, los covers del sagaz plagiador serial Aaron Medina y el vanguardista ebook cuyos párrafos van desapareciendo a medida que se avanza en la lectura. Sin olvidar Caída libre, el poemario del mayor Velazco, un paracaidista que eterniza en verso cada uno de sus saltos, y las andanzas y desandanzas de un presentador conchabado para satisfacer las demandas de un millonario autor de la obra El dinero para mí no es un problema.
Elogio de la pérdida es un libro delicioso, por momentos mordaz y sobre todo muy divertido. Una antología ficticia que puede dialogar sin preámbulos con el primer Bolaño de Literatura nazi en América y también con el clásico Vidas imaginarias de Marcel Schwob. El libro de Idez es un artefacto literario raro que, como afirma Osvaldo Baigorria en la contratapa del volumen, “reivindica el goce de escribir contra la demanda y la obligación del éxito”. Y por eso es bueno darle la bienvenida.

Nota original: https://www.tiempoar.com.ar/nota/un-aplauso-para-el-presentador

No perdemos nada │ La Diaria (Uruguay)

Por Ramiro Sanchiz │ La Diaria │ Enero de 2017

En el principio estuvo Jorge Luis Borges, que compiló un libro de Prólogos con un prólogo de prólogos (1975) y escribió algunas reseñas de libros imaginarios, entre ellas “El acercamiento a Almotásim” (publicada originalmente en 1935, después recogida en Historia de la eternidad, de 1936, en El jardín de los senderos que se bifurcan, de 1941, y también en Ficciones, de 1944) y “Examen de la obra de Herbert Quain (que apareció en 1941 en El jardín... y en 1944 en Ficciones). El gesto fue después reiterado por el escritor polaco Stanislaw Lem, primero en una colección titulada Vacío perfecto (1971) y después en Magnitud imaginaria (1973), un compilado de prólogos a libros imaginarios. No fueron los únicos escritores en incurrir en este artificio, y una lista completa debería tener en cuenta todo lo que se ha escrito sobre libros inexistentes como el Necronomicon, aludido por HP Lovecraft, El rey de amarillo, por Robert W Chalmers, La langosta se ha posado, por Philip K Dick, The Navidson Record, citado y comentado por Mark Z Danielewski en la monumental La casa de hojas, y los múltiples libros del escritor ficticio Benno von Archimboldi aludidos en 2666, de Roberto Bolaño.

El escritor argentino Ariel Idez (1977), finalmente, le ha dado otra vuelta de tuerca al procedimiento. Su libro Elogio de la pérdida, publicado el año pasado por la editorial porteña Interzona y disponible en algunas librerías de Montevideo, propone una colección no de reseñas ni de prólogos sino de presentaciones de libros imaginarios. Es decir: los textos que un autor ficticio (de quien no se nos da el nombre) ha leído o improvisado en distintos eventos de presentación.

Idez publicó hasta la fecha un ensayo (Literal. La vanguardia intrigante, de 2010), dos libros de cuentos (No vas a ser astronauta, de 2010, y Luz y fuerza, de 2014) y una novela, La última de César Aira (2013), sin duda entre las más interesantes de la literatura argentina reciente.

Elogio de la pérdida comienza, entonces, con la presentación de un libro que recopila presentaciones. Además de que se trata de un recurso más o menos obligatorio para cumplir con las pautas del artificio elegido (es evidente el guiño a Prólogos con un prólogo de prólogos, referencia hecha explícita al aludir en dos ocasiones a Borges), el texto resulta ser además una lectura lúcida e hilarante del careteo generalizado en la escena literaria (Idez se refiere a la argentina, pero, salvo por su alusión a la proliferación de editoriales independientes y alternativas, lo mismo podría decirse del medio uruguayo), con su lógica de elogios, hipérboles, lobby y la recurrente voluntad de figurar donde sea. Pero -y esto vale para todos los textos que siguen a este prólogo o “presentación”- Idez también se las arregla para que su discurso de presentación funcione como un relato: se nos cuenta de un escritor que se especializó en presentaciones y logró alcanzar una fama importante como presentador, a costa de sacrificar su propia obra; tras fracasar en la escritura de poemas, cuentos y novelas, el presentador, entonces, encuentra que lo único que tiene para ofrecer es una selección de sus presentaciones, y señala que “hemos intentado con el editor reunir diversos tipos o modelos de presentaciones de los que hemos extraído sus mejores exponentes: presentaciones cortas y potentes, presentaciones largas y digresivas, presentaciones chistosas, presentaciones benévolas y presentaciones agresivas” (página 15). Ese cometido -ofrecer algo así como “El arte de la presentación”-, de hecho, queda logrado a la perfección

Presente imaginario

Sin duda que el lector cierra Elogio de la pérdida convencido de la inteligencia y el ingenio de Idez, pero hay más en este libro. Y eso, quizá, porque aparece también un fondo narrativo en cada una de las presentaciones, además del despliegue y desarrollo de esas observaciones sobre la escena literaria ya esbozadas en el texto introductorio. Vale la pena destacar, entonces, “Taller literario volumen 22”, una de las presentaciones “agresivas”, digamos, en la que el presentador termina por exponer un complot o escrache en plan situacionista, a cargo de un grupo de escritores que denuncia a una editorial ficticia (pero quien conozca la escena bonaerense sabrá cuál es el correlato real) especializada en publicar lujosamente los libros de cualquiera que pueda pagarlos. Idez logra que la revelación del propósito verdadero del presentador y el libro presentado se incorpore a una lógica narrativa: el lector accede al relato subyacente al discurso que ha leído y termina de leer la presentación como si leyera un cuento. Es, por supuesto, la lección a aprender de los textos de Borges ya mencionados, que funcionan a la vez como reseñas y cuentos (“Pierre Menard, autor del Quijote”, también de Ficciones, podría ser el mejor ejemplo de ese funcionamiento doble), pero el aporte de Idez (además de la atenta modulación implícita en pasar de reseñas a presentaciones) es que todos los textos del libro se ensamblan en un relato más abarcativo.

Otro recurso para lograr esto es acaso más predecible: algunas de las presentaciones mencionan otros de los libros cuyas presentaciones son compiladas en Elogio de la pérdida. Así, el recién aludido “Taller literario volumen 22” incorpora a Matías Fernando, autor ficticio cuyo libro Cómo me llamo es presentado más atrás. Elogio de la pérdida, por cierto, es además del título del libro “real” de Idez el de otro de los libros presentados, un manual de autoayuda de pacotilla cuya presentación hiperbólica ofrece quizá el texto más redondo del libro (aunque no necesariamente el más interesante).

Puestos a buscar qué presentaciones funcionan mejor como relatos, sin duda la más lograda en ese sentido es “El dinero para mí no es un problema”, que incorpora el relato de cómo fue contratado el presentador para hablar del libro a presentar, escrito por un multimillonario.

Por la izquierda, el atribuido a Idez, por otra parte, es llamativo en tanto ofrece una suerte de versión o cover (en el sentido musical del término, que aparece además en otra de las presentaciones, la del libro Covers, justamente, del autor ficticio Ariel Medina) de El discurso vacío, de Mario Levrero, escritor aludido también en otro de los textos (la presentación de Propiedad horizontal/acecho, de Mariano Luro) con una cita jugosa que valdría la pena verificar (algo así como que la mejor forma de armar una carrera literaria sólida es “si tenés suerte, que te vaya mal hasta los 30”). El libro de Idez -el ficticio, no el que está siendo reseñado acá- es apenas un experimento de escritura con la mano izquierda (no lo sé, pero sería muy gracioso que Ariel Idez, en la vida real, fuera zurdo) como manera de aprender a escribir (quizá para potenciar el hemisferio derecho del cerebro o lo que fuese) con la mano izquierda; se trata, entonces, de un libro “sin conflictos ni personajes, ni trama ni más peripecia que la letra con la que está escrito” (página 91), del mismo modo en que Levrero se había propuesto escribir El discurso vacío apenas como terapia grafológica, tratando de no pensar en trama ni asunto ni tema sino, básicamente, pensando en nada. El libro ficticio de Idez, entonces, parece un cover o versión del “real” de Levrero; la presentación que alude al libro de covers de Ariel Medina, para más notoria perfección del mecanismo, oportunamente termina con una referencia (doble) a Borges: “el cover de ‘Pierre Menard, autor del Quijote’, reproducido sin cambiar ni un punto ni una coma, leído en el contexto de este libro es otro ejemplo de la felicidad que la literatura conceptual de este hipotético mundo posible puede depararnos”.

Es interesante lo de “literatura conceptual”, por cierto, no sólo en tanto ofrece una notoria lectura de Elogio de la pérdida (ahora me refiero al libro “real” del Ariel Idez igualmente “real”), sino que, además, resignifica la obra previa de Idez (y en la ya mencionada presentación de Propiedad horizontal/acecho se habla de las consecuencias que puede tener una novela primeriza muy exitosa y las expectativas que esto genera) y nos lleva a leer todavía más claramente en La última de César Aira un juego que trasciende la trama y los personajes para lograr que el libro sea (siga siendo) efectivamente la última novela de César Aira, lo que es lo mismo que decir que los libros que Aira publicó después del de Idez han visto su sentido atenuado o adelgazado en virtud de la novela del último; o, dicho de otro modo, que la exposición de un mecanismo posible para esa serie novelística, desde la ficción de otro escritor, termina por socavarla. Quizá, en última instancia, el cometido de la “literatura conceptual” en el sentido en que la maneja Idez sea, precisamente, intervenir sobre el medio literario de un modo más sutil, más directo y más efectivo que el implícito en una reseña (o una presentación); después de Elogio de la pérdida, en cualquier caso, ya pierden buena parte de su sentido las presentaciones de libros.

Cuenta Richard Ellman que James Joyce sentía que el tema central de cada capítulo de Ulises (aludido, por cierto, en la página 29 del libro de Idez) perdía -por mucho tiempo- todo interés para él, ya fuese la música (el capítulo de las sirenas), la política (el del cíclope) o la literatura (el de la biblioteca). Era como si esa escritura finalizada dejara tras de sí un campo devastado, cubierto por las cenizas. Eso, más o menos, es lo mismo que hace el libro de Ariel Idez con las presentaciones de libros.

La selección │ Artezeta

Esta semana te recomendamos Las Afueras, nuevo disco de Cabeza Flotante; Elogio de la pérdida y otras presentaciones, el último libro de Ariel Idez; una escena de The Cable Guy, película protagonizada por Jim Carrey; 11/22/63, la adaptación audiovisual de la novela homónima de Stephen King; y Museos Mutantes, evento organizado por la Editorial Clase Turista.

Por Joel Vargas │ Artezeta │ 26 de noviembre de 2016

LIBROS – Elogio de la pérdida y otras presentaciones, de Ariel Idez

Según la RAE la espeleología es una ciencia que estudia la naturaleza, el origen y formación de las cavernas, y su fauna y flora. Ariel Idez es un espeleólogo de la literatura, explora las profundidades de la misma, la estudia y, también, crea. En La última de César Aira (2012, Editorial Pánico El Pánico), su primera novela, encontrábamos una problematización de la literatura contemporánea, sus mecanismos y un análisis del método de escritura aireano. Ahora en Elogio de la pérdida y otras presentaciones, su último libro editado por interZona, encontramos un juego para nada inocente. Idez atenta contra los protocolos – si es que existen- de las presentaciones de los libros en sociedad, hace una suerte de tratado ¿irónico? sobre el tema. Un tipo es elegido para que trate de convencer a los asistentes por qué hay que leer tal libro. Pergeña estrategias, le tira flores al autor, hace lo imposible. Elogio… es un compendio de presentaciones imaginarias, que coquetean con la realidad. Hay muchos guiños implícitos. La escritura de Idez es ludica. Experimenta en cada una de esas supuestas presentaciones diferentes modos de cómo hacer que alguien se interese por leer un libro ¿inexistente?. Lo consigue con creces.